Mario Satz
Quienes piensan, con cierto optimismo, que las revueltas que tienen lugar en el mundo árabe conducirán tarde o temprano a la democracia y, de ese modo, viviremos en un mundo más integrado, homogéneo o racional, corren el riesgo de tomar sus bienintencionados sueños por una realidad que está lejos de ser ideal. Pasados unos minutos del parte sobre la situación actual en Egipto una cadena de televisión pasa un reportaje sobre la ablación del clítoris en África y el Oriente Medio, un crimen penado por la ley, vituperado por miles de personas y odiado por muchas más, un crimen que sigue acosando a miles de niñas y adolescentes no sólo en Inglaterra, Francia o Italia además de mutilar al sexo débil en sus lugares de origen, sino también en todas aquellas latitudes en las que se las considera sometidas por completo a los hombres. Si no hay goce femenino ¿Qué se puede esperar de la vida? Si no hay libertad ni compasión ¿Qué se puede esperar de una sociedad? Ese es el mar de fondo que nos impide creer a muchos que lo que estamos presenciando a lo largo y ancho de la Umma musulmana, conduce a cielos más abiertos y tierras más tolerantes. Aun tienen muchos deberes por delante, el principal de los cuales es situar a la mujer en pie de igualdad con el hombre. Aún tienen pendientes cuentas con su propia historia antes de que puedan llenarse la boca con la palabra revolución.
El dilema de fondo posiblemente sea el de democracia o teocracia: autoridad civil y reconocimiento de la pluralidad y la alternancia en el gobierno, o shaaría y orden teocrático. Movilidad o inmovilismo, creación e investigación o repetición y represión. Una mirada rápida al Renacimiento italiano nos permite ver ese giro en el que perdió la iglesia pero ganó el hombre, perdió valor la estructura de poder piramidal y creció la voluntad de explorar y compartir, experimentar y dialogar. Así fue: el Nuevo Mundo renovó al Viejo Mundo, aunque fuera mediante conquistas y destrucciones. Se cuenta que muchas fueron las mujeres que ayudaron a la facilidad de ese giro. Citemos a unas pocas: Issota Nogarola, humanista y devota, Paola Antonia Negri, monja angélica; Beatriz de Luna, empresaria y filántropa, Ginevra Gozzadini dalla’ Armi y tantas otras. Si dejar de ser féminas sentaron el modelo de lo que, poco a poco, serían siglos más tarde otras mujeres: criaturas con voz y voto dispuestas a luchar por un mundo más justo y noble.
¿Habéis visto muchas mujeres en las revueltas de El Cairo? En la calle árabe todos son hombres, y cuando se las ve a ellas aparecen veladas o cubiertas las cabezas, negada la más dulce de la curvas y el más natural de los perfiles, para no hablar de lo que se les corta por debajo se deposita en algún lugar entre su dolor y su resentimiento. Quien no vea una relación entre la situación de la mujer en el Islam y el atraso de sus sociedades no llegará a comprender que en esas regiones, y antes de la tabla de multiplicar por cinco habría que aprender la de multiplicar por dos, por tres y por cuatro. La democracia tiene sus defectos, es verdad, y tan gordos como el mercado sin control, pero también posee correctivos y posibilidades de reciclaje, al revés que la teocracia que, en nombre de un Ser Todopoderoso, envía policías del alma por las calles más oscuras de las ciudades pobres y superpobladas con la burda esperanza de redimir a los amantes o acusar a inocentes de crímenes nunca cometidos. No hay nada malo en Dios o en la idea de Dios, excepto cuando lo atamos a su propio trono y le permitimos que multiplique más rápidamente sus castigos que sus perdones. La democracia tiene su principio de indeterminación y nos exige considerar una y otra vez nuestro punto de vista, la teocracia sostiene que El Que No Se Equivoca necesita inquisidores y sádicos para que enciendan durante décadas el fuego del desprecio. La democracia revela sus lacras, la teocracia lucra con lo que oculta.
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