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| domingo noviembre 24, 2024

Carta a un intelectual egipcio


 

Yair Lapid

 

Amigo, 

 

Hace varias semanas que estoy sentado frente a la televisión y busco tu rostro entre la multitud. Por un momento veo a alguien y me parece verte en la Plaza Tahrir rodeado de caras extrañas, fotografiando a los soldados con tu celular; pero quizás sea mi desarrollada imaginación oriental.

 

Como numerosos israelíes, tu revolución me inspira esperanza pero también preocupación.

 

Espero que tenga éxito porque te lo mereces – como también se lo merece cualquier persona en el mundo; ser un hombre libre que vive en un régimen democrático en el que pueda decidir sobre su destino.

Te mereces votar en elecciones cuyos resultados no sean fruto de una trampa, sustentarte sin que la mayor parte de tu sueldo vaya a parar a los bolsillos de burocráticos corruptos, escribir y exponer tu opinión sin el temor de que te envíen a la cárcel. Todos estos son derechos básicos por los que vale la pena luchar, y en ocasiones hasta morir por ellos.

 

Y sin embargo, estoy preocupado. Dado que precisamente tú y tus colegas, los intelectuales de Egipto, promueven durante años el odio y el temor en el país del Nilo contra Israel, y no puedo dejar de preguntarte: ¿Acaso quieres que el nuevo Egipto desemboque en ello?

 

¿Acaso anularás el acuerdo de paz? ¿Será que también tú te preparas a continuar culpándonos a nosotros del fracaso de tu país? ¿Acaso te unirás a los “Hermanos Musulmanes” para construir otro Estado en Oriente Medio Oriente que  fomente  la discriminación de la mujer, el repudio a la democracia y el odio a los judíos? 

 

O quizás debo adelantarme y formularte otra pregunta: ¿Qué es para ti un intelectual?

 

Ni por un instante espero que estés de acuerdo con nuestra política hacia los palestinos; en muchas ocasiones yo tampoco la comparto; pero los intelectuales son personas capaces de responder preguntas como “¿Quién soy?” no sólo contestando “¿Contra quien estoy”?. Los intelectuales saben analizar el interrogante ¿Cuál es el Dios en el que creo? Sin el cuestionamiento “¿De que Dios soy hereje?

 

Intelectuales pueden responder a la pregunta “¿Cuál es mi bandera? Y sin tener que contestar “¿Cuál es la bandera que quemo?»

 

Egipto existe hace más de 5000 años, la pirámide escalonada del Faraón Zoser se yergue desde el año 2700 antes de la era cristiana; inventaron la geometría, la astronomía, el sistema decimal y el papel; ustedes son un pueblo antiguo y orgulloso, cuyo destino está en sus manos. Ninguno de ustedes es responsable de lo que les ocurrió. Ninguno de ustedes es responsable de lo que aún sucederá.

 

Leo las publicaciones en vuestros periódicos reclamando el boicot, los claros párrafos antisemitas; y en lugar de enojarme me pregunto: ¿Cómo es que no te ofende el reclamo de que nosotros somos los culpables de todas vuestras desgracias?

 

Amigo, tú eres una persona inteligente, leíste todas los grandes clásicos, comenzando por “El Contrato Social” de Rousseau y hasta la “Trilogía de El Cairo” de Najib Machpuz. Tú sabes tanto como yo – quizás mejor que yo – que el odio es el mediocre y peligroso consuelo de aquellos que no saben amarse a si mismos.

 

Mírate por un momento, observa tu interior y dime: ¿Israel es en realidad la fuente de todos los problemas en Egipto? ¿Acaso no sabes, en lo profundo de tu corazón, que ésta es una acusación ridícula?

 

¿Israel es la que no permite a los jóvenes de tu pueblo encontrar un trabajo digno con un sueldo decente? ¿Somos nosotros los que originamos que los funcionarios de tu gobierno se metan la plata en los bolsillos? ¿Nosotros falsificamos los resultados de vuestras elecciones? ¿Nosotros les prohibimos crear un sistema de salud pública? ¿Un sistema de educación? ¿Agricultura moderna? ¿Desarrollar la industria?

 

Incluso si hubiéramos querido hacerlo ¿Tú piensas que hubiésemos podido?

 

Amigo, créeme, nosotros no somos tan exitosos. También tenemos nuestros propios problemas, y nuestros propios indigentes; incluso las balas de nuestras pistolas que matan a líderes que se atreven a soñar.

 

Los intelectuales son personas que rigen al mundo con sus cerebros. Ellos contemplan la vida y tratan de ver en ella alguna ínfima verdad; y si no la encuentran, tratan de crearla. Tienes la oportunidad de reconstruir tu país, ¿Quieres edificarlo sobre la verdad, o sobre la triste y cruel mentira que te depare otros cien años de indignación?

 

Nuestro patriarca común, Abraham, dijo: “Ruégote no haya pelea entre los dos ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos”.  No propiciamos la guerra contigo, amigo. Tampoco tenemos la pretensión de decidir cómo se verá tu país o quien debe gobernarlo. Nosotros te proponemos nuestra amistad, la continuidad de la paz entre iguales, nuestro reconocimiento de que nadie que no sea tú puede dirigir tu vida como un hombre libre.

 

Tu respuesta representará mucho más que el futuro de las relaciones con un pequeño país con un desierto de por medio.   

 

Después que termines de luchar por un nuevo régimen, comenzará una contienda mucho más grande: ¿En qué país quieres vivir? ¿Cuáles serán sus principios? ¿Qué características tendrá? ¿Elegirá la solución fácil y culpará a otros por sus desgracias, o una solución valiente y difícil que te comprometa a presentarte ante el pueblo y decirle: ¡De nosotros depende!?

 

Pensé detenidamente cómo finalizar mi carta, amigo, y encontré la respuesta en el final de una corta historia que escribió un coterráneo tuyo Najib Machpuz, galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, que apoyó incondicionalmente la paz con Israel.  La historia se titula “La plaza y el café” y culmina con las siguientes palabras proféticas:

 

“Entre las horas vespertinas y el anochecer las criaturas humanas se apresuraron a dispersarse y a desaparecer. Dentro del tumulto la explosión de nervios se dilató y así despuntaron las contiendas de mentiras y los derramamientos de sangre.

Las olas se retiraron, y a raíz de enorme flujo llegó el colosal reflujo. Las voces desaparecieron. La plaza quedó totalmente vacía.

Pensé en levantarme para preguntarle al policía, pero me contuve de hacerlo cuando observé su rostro tenso y enfurecido. De repente se cerraron las puertas de los negocios y las ventanas de las casas. La desesperanza y el mutismo dominan todo. Los comensales del café se entrecruzan miradas confusas:

 

¿Qué le ha pasado al mundo?

He aquí los periódicos; no informan nada…

Pero seguro que hay algo en el ambiente.

Debemos irnos. ¿Por qué debemos permanecer aquí?

Esperemos quizás las novedades.

Es preferible permanecer juntos.

¿Y nuestros hogares? ¿Y los que están en las casas?

Un hombre se paró desde su lugar y dijo:

Mi corazón me dice…

No terminó la frase. Hizo un movimiento misterioso con su mano y se marchó.

Aquellos que titubearon, se repusieron; uno detrás de otro se fueron yendo.
Me fui con mi amigo, ambos preocupados.

«Mi cabeza me da vueltas. Dime, por tu vida, ¿qué sucedió? “dijo.

“Lo que pasó, pasó”, dije; mi paciencia se agota; “¿pero que sucederá con lo que aún no ocurrió?»

Fuente: Yediot Aharonot – 10.2.11

Traducción Lea Dassa para Argentina.co.il

Difusion: www.porisrael.org

 
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