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| sábado noviembre 23, 2024

Osama Bin Laden y el origen de las razzias


Mario Satz

OsamaBinLadenRazzia es una palabra que tiene su origen en el árabe gáziy y describe la ola de súbito furor que impulsaba a los pobres habitantes del desierto, tribus díscolas o ansiosos beduinos, hacia las villas y ciudades sedentarias en las que un tipo de vida más digno y seguro provocaba envidia y desprecio por partida doble. Concertadas, articuladas sobre el resentimiento y el orgullo, estas razzias se abalanzaban una  y otra vez sobre gentes indefensas y por sorpresa, cortaban en dos las caravanas, decapitaban y violaban regresando después a sus cuevas como Alí Babá y los cuarenta ladrones a contar  las piezas de su botín. Tal suerte de piratería del desierto, alojada aún en el substrato más profundo del alma árabe, demanda de quienes la ejercen un arrojo poco común, el desprecio de la propia vida y el sentimiento de que lo va a capturarse vale la pena. Los que llevan a cabo las razzias carecen de piedad y no sienten más lealtad que por el cabecilla de su banda, que es a quien llegan, periódicamente, las informaciones sobre lugares y personas que merecen un asalto. Es el líder quien distribuye los odios y predica los desprecios.

Tras la retirada, que no la huida, los miembros de la razzia se reúnen al pie de escarpadas montañas o frente a sus destartaladas tiendas a beber té o café y narrarse las respectivas heroicidades. Más que la guerra aman la violencia, el ataque, la decapitación. No les preocupa su inveterada pobreza ni, con frecuencia, las condiciones infrahumanas en las que viven, pero tampoco quieren a los que día a día arrancan a la tierra su fruto, tejen o amasan el adobe. Cuando ésos tengan lo bastante habrá llegado otra vez la hora de la excursión de caza, el momento de la violencia. He aquí la madre del cordero, he aquí una vieja fotografía de Osama Bin Laden junto a sus camaradas de armas minutos antes de refugiarse en su búnker a cuantificar los daños infringidos. Por eso, por esa filiación secreta pero indudable, no le oímos hablar de trabajo y esfuerzo o los suyos, ni de transformación social o democracia sino de jihad. ¿Habéis visto todo lo que han logrado los judíos desecando pantanos, convirtiendo el páramo en vergel, llevando agua a los rincones más áridos de la tierra? ¿Habéis visto lo que tienen los poderosos?, parece pensar el líder, pues todo eso será vuestro, caerá en vuestras ensangrentadas manos una vez que hayáis acabado con los infieles, es decir con los otros. Quienes participan de la razzia no son trabajadores, no son obreros, no son empleados, y aunque hayan ido a universidades y posean títulos académicos tampoco son simples terroristas. Son creyentes en la muerte que aún más que la propia vida desprecian la ajena. Para estos caballeros de lo siniestro no hay más opción que el sometimiento y el infantilismo de la horda primitiva, y por eso son tan peligrosos, en primer lugar para sus mujeres, luego para el resto del mundo, pues en el fondo de sus corazones late aún el desierto y lo estéril, la nada que no han conseguido vencer y las desoladas ventiscas de la ira.

Por desgracia hemos entrado en el siglo XXI con un nuevo tipo de razzia, heredera de la antigua, venenosa y cruel, y a la que nosotros mismos, los occidentales, hemos enseñado a manipular bacterias. Vemos sus ataques, sentimos en carne propia sus devastadores efectos, tememos su acecho y malignidad pero nos resulta difícil dar con sus agentes y ejecutores porque se refugian en cuevas a celebrar su tanático triunfo. Es inútil preguntarnos por qué nos odian tanto: les molesta nuestra riqueza a costa de su petróleo, pero si la materia y el pretexto fuera otro igualmente nos odiarían. Les molesta nuestra elección del canon humano, nuestra impureza y tolerancia, nuestro humor y nuestro arte. Para ellos su pasado es mejor que nuestro presente; para nosotros nuestro futuro es mejor que el tiempo actual. Para ellos nosotros somos dignos de desprecio; para nosotros, ellos son dignos de estudio.

La civilización es débil y vulnerable en su complejidad, la barbarie fuerte y torpe en su simplicidad. Sabiéndolo ¿aprenderemos a defendernos de las próximas razzias y sobre todo a desmontar con paciencia las erróneas bases de su pensamiento?¿Podremos hacer frente a los millones de voluntarios dispuestos a sacrificar su vida por el puro placer de apoderarse de aquello por lo que no han trabajado? El Islam no es terror, pero los terroristas se dicen islámicos. La razzia no saudí, libanesa o palestina, iraní o siria, pero se originó en el mundo árabe y desde allí sigue pugnando por demostrar que el pillaje es superior al esfuerzo creador aunque, a la larga, la realidad demuestre lo  contrario.

Fuente y difusion: www.porisrael.org

 
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