Julian Schvindlerman
Bnai Brith International
By failing to prepare, you are preparing to fail.
–Benjamin Franklin
«La judeofobia es una aberración psíquica» diagnosticó un renombrado médico judío de fines de siglo XIX, y como tal «es hereditaria, y como una enfermedad transmitida por dos mil años es incurable…».(1) La persistencia obsesiva y la intrigante ubicuidad del fenómeno parecen confirmar este postulado. La judeofobia -definida como odio a los judíos, también conocida como antisemitismo- se ha mantenido vigente en prácticamente todos los rincones del globo en todas las épocas desde hace varios miles de años. Incluso en países libres de judíos ella ha emergido y se ha sostenido. Los judíos han sido despreciados en sociedades paganas, religiosas y seculares. Irracional por antonomasia, ha endilgado a los judíos, muchas veces simultáneamente, ser capitalistas y comunistas, mercaderes explotadores y pobres aprovechadores, miserables apátridas y dominadores globales, trotamundos cosmopolitas y nacionalistas chauvinistas.(2) Ella nos desafía a encarar racionalmente manifestaciones prejuiciosas irracionales y así nos recuerda la pertinencia de una observación añeja que cabe aquí parafrasear: la basura es basura, pero el estudio de la basura es academicismo. Al abordar esta verdadera lacra de la humanidad debemos estar atentos a que una aproximación estudiada al fenómeno del antisemitismo no le dote respetable racionalidad. Aunque irracional, empero, el antisemitismo es astuto y sabe acomodarse a las modas del momento. Forzado a ser camaleónico para asegurar su supervivencia, éste ha probado su adaptabilidad al entorno con precisión darwiniana. En tiempos en los que la religión definía las relaciones humanas, atacó al pueblo judío por sus creencias religiosas. En tiempos de teorías raciales, los persiguió por su sangre. En épocas de ilustración universalista los desafió por su singularidad. En la actualidad, en tiempos de autodeterminación nacional y estados-nación, los agrede por el ejercicio de su soberanía nacional. La evolución ha quedado tipificada en un antisemitismo religioso desde sus comienzos hasta el medioevo, pasando a un antisemitismo racial desde la inquisición hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, y uno de tinte político en la actualidad. Si otrora cuestionaba la validez de la religión judía y su lealtad más cabal a través de las nociones de pureza de sangre primero, o su derecho a existir por medio de leyes raciales después, hoy cuestiona la legitimidad política y moral de la soberanía judía en su tierra ancestral. Tal como el filósofo Emile Fackenheim ha detallado, la judeofobia ha atravesado etapas. Primero se ha dicho a los judíos: Uds. no pueden vivir entre nosotros como judíos (conversiones forzosas). Luego se les ha dicho: Uds. no pueden vivir entre nosotros (expulsiones). Y finalmente: Uds. no pueden vivir (genocidio). El político y académico Amnon Rubinstein adicionó una cuarta fase: Uds. no pueden vivir entre nosotros como miembro de la familia de las naciones. Es decir, Uds. no pueden tener su estado propio. A esta forma de antisemitismo se la conoce más comúnmente como antisionismo.
ANTISEMITISMO TRADICIONAL
Ciertamente ha habido un antisemitismo pagano pre-cristiano, pero fue con el surgimiento del cristianismo que el antisemitismo religioso se afirmó y perpetuó. Muchos de los temas más permanentes del antisemitismo clásico fueron creados y esparcidos por cristianos. La idea de pueblo deicida (asesinos del Hijo de Dios) y su asociado lógico, pueblo diabólico (¿cómo, de otra forma, podrían haber matado los judíos a una divinidad?), así como las acusaciones de libelos de sangre (los judíos requieren de sangre cristiana para sus prácticas religiosas), y la atribución de designios maléficos globales (propagación de la peste negra, durante el Medioevo) han contribuido a forjar una imagen oscura acerca del pueblo judío en el ideario colectivo. Las sucesivas discriminaciones y maltratos, expulsiones y matanzas echadas por siglos sobre los judíos acostumbraron a los gentiles a la permanencia del sufrimiento judío. El desplazamiento del componente religioso al racial en el antisemitismo cristiano ocurrió durante la Inquisición española. Preocupada por la influencia que los judíos conversos al cristianismo podrían tener sobre los auténticos cristianos, la Iglesia Católica entró en una paranoia insalvable. Habiendo empujado a los judíos al bautismo para sobrevivir en la sociedad española, ahora sospechaba de la insinceridad de tales conversiones y temía sus actitudes judaizantes dentro de la nueva religión. Quien profesara la fe católica pero tuviera sangre judía en sus venas era visto como un judaizante sospechoso. Esto dio lugar a una definición racial del judío, lo que para empeorar las cosas contradecía el dogma católico del bautismo. Las teorías raciales de siglos posteriores le dieron una pátina de científicismo a esta idea y posteriormente los nazis la llevaron a su extremo al determinar que quienes tuvieran antepasados judíos, aún cuando éstos no se vieran a sí mismos como judíos, estaban destinados al exterminio. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha revisado su responsabilidad en la larga historia de acoso antijudío, llegando a definir al antisemitismo como un pecado contra Dios.
La relación del Islam con los judíos fue religiosamente problemática dado que este credo también se basó en el judaísmo (la Biblia hebrea como fuente inspiradora, el monoteísmo como creencia, Jerusalém como centro espiritual, etc), pero en menor medida a la luz de que ni el fundador de esa fe, ni sus primeros seguidores, fueron judíos, como en el caso del cristianismo. Como resultado de ello, entre otros factores, los judíos tuvieron un pasar menos traumático en tierras musulmanas que el que tuvieron bajo dominio cristiano, sin que ello significara que la vida judía en el Islam haya sido óptima. Éstos debieron vestir señales distintivas en sus ropas, pagar altos impuestos para obtener la protección del gobernante, huérfanos hebreos fueron convertidos a la fuerza, sinagogas fueron destruidas y comunidades enteras expulsadas o masacradas. A diferencia del cristianismo, que tuvo relaciones tormentosas con los judíos desde su advenimiento pero que en la modernidad ha ido puliendo su actitud y motivando un acercamiento, el Islam brinda todavía a sus seguidores inspiración justificadora de violencia antijudía y el fanatismo religioso es rampante en vastos sectores de la sociedad musulmana. La creación del Estado de Israel ha dado un nuevo foco -aunque de ninguna manera ha creado- al antisemitismo islámico. Por caso, el Artículo 7 de la Carta de Hamas, movimiento fundamentalista islámico fundado en 1987 y que hoy en día gobierna la Franja de Gaza, dice: «El Enviado dijo: ´Luchen los musulmanes contra los judíos y mátenlos, hasta que el judío se oculte tras las rocas y los árboles y entonces dirán, Oh, musulmán, oh siervo de Alá, tras de mí se oculta un judío, ven y mátalo´».(3) En 1955, el diario egipcio Al-Ahram afirmó: «Nuestra guerra con los judíos es una lucha vieja que comenzó con Mahoma…».(4) El entonces presidente de Irán, Hashemi Rafsanjani, sostuvo en 1991: «Todo problema en nuestra región puede ser trazado a este único dilema: la ocupación de Dar al-Islam por judíos infieles».(5) Israel no gestó la antipatía árabe/islámica hacia los judíos; más bien, la histórica antipatía árabe/islámica hacia los judíos explica el desprecio contemporáneo a Israel.
EL DERROTERO DEL ANTISEMITISMO
El recorrido del virus antisemita en los ámbitos cristiano y musulmán ha sido circular. Originalmente, el mundo árabe e islámico tomó de sociedades cristianas algunos componentes importantes del repertorio antisemita, como ser el libelo de sangre, las teorías conspirativas y la negación del Holocausto. Las tres subsisten cómodamente en el Medio Oriente hoy en día, con adaptaciones coyunturales autóctonas. Posteriormente, árabes y musulmanes gestaron un antisemitismo político centrado en el estado judío que fue adoptado después por los occidentales cristianos, especialmente aquellos que se identifican con la izquierda, haciendo del antisionismo su grito de guerra antijudío. Los orígenes de este fenómeno datan del nacimiento mismo del Estado de Israel, pero éste recibió cobijo diplomático-jurídico en 1975 cuando, por iniciativa árabe e islámica y con fuerte apoyo soviético, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 3375 que equiparó al sionismo con una forma de racismo. Nunca antes había un movimiento de liberación nacional sido tildado de racista en el foro de la ONU, ni nunca después. Aún cuando esta resolución fue repelida en 1991, la fórmula «sionismo = racismo» sentó un precedente diplomático y moral singular. La participación soviética en esta iniciativa presagió la relación sentimental que une en la actualidad a la izquierda radical con el fundamentalismo islámico. La URSS puede haber desaparecido, pero el romance izquierdista mundial con el islamismo persiste. Los atentados del 9/11 (como se refiere a la fecha en inglés) lo han dejado en evidencia. Ideólogos y militantes de la izquierda fanática vieron en ese atentado un acto de lucha revolucionaria contra el capitalismo global. Ungiendo a Al-Qaeda como el arquetipo de la lucha proletaria, la izquierda radical reformuló al anarquista de antaño con el packaging del terrorista islamista y materializó lo que Pierre André Taguieff denomina el «Eterno retorno alucinatorio del Che Guevara…un residuo de guerrillero, una brizna de Robin Hood, un aire de mártir islámico».(6) Cuando la lucha de clases marxista queda desdibujada en una guerra santa islamista es momento de advertir los destinos peculiares a los que el fanatismo puede llevar. Habiendo determinado que el terrorista musulmán es un desposeído que -tal como el anarquista legendario, debe apelar al terrorismo, la mentada «arma de los débiles»- todo acto quedará justificado. En este esquema, la «lucha de liberación» del pueblo palestino ocupa un lugar estelar. No pareciera haber crimen posible merecedor de sanción moral por parte de las elites progresistas en occidente que un palestino pudiera cometer. Él puede lanzar cohetes desde mezquitas, hacer estallar en mil pedazos a estudiantes en una universidad, transportar explosivos en ambulancias, ocultar bombas en mochilas de escolares, declarar a los cuatro vientos que él exige Palestina desde el río al mar, y puede estar seguro de que las almas nobles de occidente siempre encontrarán una explicación apologista para su acción. Elconfortable rol de víctima le da el derecho a odiar, matar y destruir, porque él es un desposeído, un oprimido, un humillado, y en consecuencia tiene derecho, es merecedor del buen trato de todas las nobles conciencias. Este falso pietismo a favor de quienes se han convertido en el pueblo elegido de la izquierda fundamentalista, halló expresión florida en estas palabras del escritor francés Jean Genet: «La elección que uno hace de una comunidad privilegiada… es una elección que se verifica por medio de una adhesión no razonada, no porque la justicia no tenga en ella su lugar, sino porque esa justicia y toda la defensa de esa comunidad se realizan en virtud de una atracción sentimental, tal vez incluso sensible, sensual; soy francés y, sin embargo, por entero, sin crítica, defiendo a los palestinos. Tienen el derecho de su parte, dado que les amo».(7) En otras palabras, Genet no dijo «amo a los palestinos porque tienen el derecho de su parte», sino «porque les amo, tienen el derecho de su parte». Prueba ésta del ingrediente emocional del pro-palestinismo de izquierdas.
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE «NUEVO ANTISEMITISMO»?
Involuntariamente, la expresión es cierta y engañosa al mismo tiempo. Efectivamente, se percibe algo novedoso respecto de las actuales acusaciones contra los judíos. Al menos en las principales y aceptadas corrientes de opinión de Occidente, éstos ya no están siendo acusados de asesinar a Jesucristo, o de contaminar pozos de agua, o de controlar la economía mundial, o de estar detrás de todas las revoluciones habidas y por haber. Ya no vemos las discriminaciones, acosos, expulsiones, o pogromos que antaño aquejaron a los judíos de manera cotidiana. Por supuesto, el antisemitismo clásico, el prejuicio tradicional popular, siempre persistirá en ciertos sectores de cualquier sociedad. Pero al hacer una evaluación del conjunto social, podemos razonablemente decir que los judíos de Occidente están menos expuestos a las difamaciones usuales del tipo que han recibido a lo largo de la historia. Ahora, las acusaciones no parecen estar dirigidas al judío como individuo, o como grupo (salvo la negación del Holocausto, cuyo propósito es remover del récord de la historia reciente la memoria del sufrimiento judío), sino al Estado de Israel, país al que la mayoría de los judíos del mundo están afectivamente vinculados. Obviamente, estamos excluyendo del análisis la crítica política al Estado de Israel. Ella es perfectamente legítima y, de hecho, necesaria para su mejoramiento como nación, en tanto sea a lugar, justa y proporcionada. Estamos hablando más bien de la crítica antisemita al Estado de Israel, aquella que somete al único estado judío del globo a estándares utópicos de moralidad, que lo expone al escrutinio internacional de manera selectiva, y que invita a la condena pública con una saña que delata su intencionalidad. En el extremo más evidente se ubica el antisionismo descarnado, definido como la negación del derecho a la existencia de un estado judío. Quién se manifieste a favor de la auto-deteminación nacional de todos los pueblos menos el judío, claramente está incurriendo en un acto discriminatorio, y como tal acto discrimina negativamente contra los judíos, resulta incuestionable que es un acto judeófobo. Pero hay otras formas más sutiles de oposición a la existencia de un estado judío y es necesario exponerlas cuando éstas se hacen presentes. Cuando ciertas personas, organizaciones, grupos o naciones, hacen sistemática y obsesivamente de Israel su foco de atención; cuando sin fundamento real la acusan de cometer crímenes de guerra, violar la ley internacional, cometer genocidio; cuando maliciosamente la tildan de nación «nazi» o la comparan con la Sudáfrica del Apartheid; cuando hacen todo ello, están ejercitando una forma menos brusca pero igualmente cierta de antisionismo. En el mejor de los casos, ella pretende difamar a Israel, atacar ideológicamente al estado judío y presionarlo hacia la adopción de políticas que pondrían seriamente en riesgo su existencia. En el peor, aspira a aislar al estado judío de la comunidad internacional como preludio para su obliteración. Al presentarlo como un estado-paria más allá de toda civilidad y contemplación, ubica a la nación hebrea en oposición al resto del mundo ¿Pues quién estaría dispuesto a tolerar un estado nazi en pleno siglo XXI? La acusación infundada no sólo anhela difamar, sino a incitar operativamente. Conforme ha señalado el ex Ministro de Justicia de Canadá Irwin Cotler, la noción de que Israel es un estado apartheid lo ubica como parte de la lucha contra el racismo y la discriminación.(8) En un sentido más elemental todavía, sea esa su intención o no, las condenas masivas anti-israelíes promueven antisemitismo porque sugieren la idea distorsionada de que en Jerusalem se encuentra la principal fuente de maldad e incorrección moral del mundo.(9) Y aquí es donde notamos que las acusaciones antisemitas clásicas que pensábamos habían sido por siempre expulsadas del discurso ético contemporáneo, parecen resucitar en un shockeante reciclaje intelectual. El libelo de sangre medieval halla su equivalente moderno en la acusación de que los israelíes masacran niños palestinos. La acusación de que los judíos propagaban la peste negra en todo el continente europeo halla eco en la noción de que Israel provoca inestabilidad en todo el Medio Oriente. Las teorías conspirativas encapsuladas en los Protocolos de los Sabios de Sión resurgen en la fantasía del control judío de la política exterior estadounidense. Las equivalencias no son perfectas, desde ya. Pero cualquiera mínimamente familiarizado con el discurso judeófobo tradicional puede detectar, una vez más, su intención. Podrán cambiar las formas, pero el propósito sigue siendo el mismo: fomentar la exclusión del judío de la sociedad, ayer; fomentar la exclusión del estado judío de la comunidad internacional, hoy.(10) Esto nos lleva a concluir que lo que pudiere haber de novedoso en el denominado «nuevo antisemitismo» está más ligado a la realidad circundante que al fenómeno en sí. Más parece ser el mismo y añejo antisemitismo, en un contexto diferente, con nuevos modos de acción, más a tono con los códigos de nuestros tiempos. Nuestro entendimiento del «nuevo antisemitismo» requiere la aceptación de que el antisionismo es una forma de antisemitismo. Debemos aceptar que así como hay un antisemitismo de tipo religioso, y lo hubo uno de índole racial, hoy asistimos al espectáculo de un antisemitismo de carácter político. Este tipo de antisemitismo, «es la más reciente y menos comprendida forma de prejuicio» según Kenneth Stern (11), entre otras cosas porque los propios antisemitas políticos se declaran antisionistas a la par que niegan ser antisemitas. No obstante, luce atinada la caracterización que se ha hecho del antisionismo como el antisemitismo con buena conciencia.
ORIGEN DEL ANTISIONISMO
Los cuestionamientos al concepto de nación judía comenzaron en el mismo momento histórico en que nacieron los nacionalismos. Célebremente, el conde Stanislas de Clermont-Tonnerre proclamó ante la Asamblea Nacional Francesa en diciembre de 1789, luego de la Revolución: «A los judíos como individuos, todo. A los judíos como nación, nada».(12) El combite de libertad, igualdad y fraternidad exigía a cambio el abandono de la identidad nacional judía. En 1807, Napoleón convocó a los líderes de la comunidad judía francesa y les desafió a que definieran su lealtad; a la nación francesa o al pueblo judío. Rápidamente quedó trágicamente claro para los judíos europeos de entonces que «el precio de la emancipación individual era la extinción nacional».(13) En la era de la religión, se ofreció igualdad plena a los judíos a condición de que abandonasen su religión y adoptaran la religión imperante. En la era del nacionalismo, se les ofreció igualdad plena a condición de que abandonasen su identidad nacional. «En ambos casos», escribieron Prager y Telushkin, «los oponentes de los judíos enviaron el mismo mensaje: cesen de ser judíos».(14) Esto mismo fue planteado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el marco de su conflicto con Israel. El Artículo 20 de la Carta de la OLP, adoptada en 1964 y revisada en 1968, dice:
«…El reclamo de un lazo histórico o espiritual entre los judíos y Palestina no encaja con las realidades históricas ni con los elementos constitutivos de la condición de estado en su verdadero sentido. El judaísmo, en su carácter de religión de revelación, no es una nacionalidad con una existencia independiente. De esta forma, los judíos no son un pueblo con una personalidad independiente. Ellos son más bien ciudadanos de los estados a los que pertenecen».(15)
Esto es básicamente lo mismo que los antisionistas contemporáneos dicen hoy a los judíos. Una vez más niegan a los judíos el derecho a ser como les plazca. Jamás realizan planteos similares a los musulmanes, los protestantes, los palestinos, los chinos, los peruanos o los noruegos. El único nacionalismo que les perturba es el de los judíos. En sus famosas Cartas a un Amigo Antisionista de 1967, Martin Luther King afirmó: «Tú declaras, amigo mío, que no odias a los judíos, tú eres meramente ´antisionista´…Cuando la gente critica al sionismo quieren decir los judíos».(16)
Los principales promotores de antisionismo occidental en la actualidad son las Naciones Unidas, muchas destacadas ONG´s de derechos humanos, prominentes medios masivos de comunicación, y el progresismo intelectual; razón por la cuál esta forma de antisemitismo goza de apreciable respetabilidad y aceptación popular. Hay manifestaciones tóxicas de antisemitismo que superan al epíteto vulgar o al acoso físico con el que el antisemitismo clásico está más fuertemente asociado. Profanar un cementerio judío, agredir a un judío por su condición de judío, atacar una sinagoga, son expresiones obvias de antisemitismo tradicional. Comparar al estado judío con la Alemania nazi o la Sudáfrica del Apartheid, acusar a Israel de ser colonialista o genocida, presentarlo como el más grande violador de las leyes internacionales; también. Sólo que en vez de ser expresiones convencionales, son nuevas formas de antisemitismo político. Semejantes caracterizaciones grotescas contribuyen al aislamiento forzado de toda una nación a los ojos del mundo entero, además de ser escandalosamente injustas. Ninguna nación es tan cotidianamente catalogada de nazi, fascista, imperialista, colonialista, expansionista, genocida y segregacionista, como Israel lo es. Una encuesta europea del 2003 arrojó el sorprendente dato que aproximadamente el 60% -¡60%!- de los europeos considera a Israel la principal amenaza a la paz mundial.(17) En Alemania, el 65% de la población suscribió a esa noción; en Austria el 69%; en Holanda el 74%. (A modo de comparación, una encuesta reciente en Egipto, Jordania, Marruecos, El Líbano, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos -el bloque «moderado» del espectro árabe- arrojo el dato que el 79% de los encuestados considera a Israel la más grande amenaza a la paz mundial).(18) Lo que estamos presenciando aquí es esencialmente un proceso de palestinización del discurso intelectual occidental. Es como si la opinión reinante en Occidente hubiera adoptado la terminología intransigente y ofensiva de la Carta Nacional Palestina, el documento fundacional de la OLP que llama a la destrucción de Israel. Este no es un comentario irónico. El Artículo 22 de la Carta denomina a Israel «una base para el imperialismo mundial» y «una constante fuente de amenaza vis-à-vis la paz en el Medio Oriente y todo el mundo», un punto de vista reflejado en encuesta tras encuesta europea. El sionismo es descrito como «racista y fanático en su naturaleza, agresivo, expansionista y colonial en sus objetivos, y fascista en sus métodos», una caracterización regularmente asignada a Israel aún en respetables plataformas occidentales. El Articulo 9 afirma que la «lucha armada es el único camino para liberar Palestina», un concepto ya incorporado en varias resoluciones de la ONU. La renombrada periodista española Pilar Rahola denomina a la avalancha de hostilidad contra Israel como una «práctica de tiro intelectual al judío» que prestigia al antisemitismo, «le da cobertura intelectual, lo arma ideológicamente».(19) Además de las Cartas de la OLP y de Hamas ya citadas, agrupaciones como Hizbullah y Al-Qaeda claman abiertamente por la destrucción de Israel, también. A ellos debe sumarse la República Islámica de Irán cuyo presidente públicamente ha llamado reiteradas veces a «borrar a Israel del mapa». En el Medio Oriente, la incitación a la eliminación de Israel -dirigida al componente judío de su población que hoy ronda los seis millones- es oficialmente fomentada y popularmente aceptada. Israel es el único estado del mundo, y los judíos el único pueblo del mundo, que son objeto de amenazas genocidas cotidianas por estratos gubernamentales, religiosos y terroristas que aspiran a su obliteración.(20) En lugar de provocar la indignación esperada, en el foro de la ONU, importantes agencias humanitarias, sectores de la prensa y de la intelectualidad occidental, parecen a veces dispuestos a respaldar intelectualmente esta ofensiva sin igual. La desproporción, la tendenciosidad y la supresión de hechos fácticos al juzgar a Israel reinan soberanos. La comisión de actos verdaderamente atroces por otros actores internacionales apenas generan una fracción, si eso, de la indignación global que despiertan las acciones israelíes. Europeos -que conocieron el nazismo, el fascismo y el colonialismo- acusan a los israelíes de ser nazis, fascistas y colonialistas. Sudafricanos -que conocieron el apartheid- acusan a los israelíes de racistas. Latinoamericanos -que conocieron dictaduras- acusan a los israelíes de ser opresores. Árabes y musulmanes -que continuamente presencian terrorismo en sus tierras- acusan a los israelíes de ser terroristas. Incluso desde Rusia y Estados Unidos se oyen voces que aseguran que Israel es imperialista. Sudán, país en el que realmente hay un genocidio en curso, o Siria, país incuestionablemente opresor, rara vez son señalados del modo que Israel lo es. Incluso democracias occidentales en las que hay discriminación contra minorías, por ejemplo los gitanos en Europa Oriental, o los bolivianos en la Argentina, no suelen ser señaladas para la condena como Israel lo es. Hungría no es comparada con el Apartheid ni la Argentina con el Nazismo. Sería una locura que lo fueran, tal como es una locura hacerlo con Israel.
EL PAPEL DE LA ONU
La ONU ha jugado un papel central en esta movida de denostación. Fue en su recinto donde el sionismo fue tildado de racista. Fue su Asamblea General la que tachó a Israel de ser un «estado no amante de la paz». Fue todo su sistema el que año tras año marginó al estado judío de sus comisiones, agencias y divisiones. Fue en su Consejo de Derechos Humanos donde alrededor de un tercio de todas sus resoluciones de condena han sido vertidas contra Israel. Sobre una constelación de 192 estados-miembro, el CDH ha mantenido por más de treinta y cinco años un apartado específico de su agenda para el escrutinio singular de Israel, y sólo de Israel. El resto de las naciones han sido y son estudiadas colectivamente. En su primer año de vida a partir de su reforma nominal, el CDH ha adoptado varias resoluciones de condena contra Israel. En el mismo período, ninguna otra resolución ha sido adoptada en condena de algún otro país. Esto es: ni China, ni Cuba, ni Zimbaue, ni Irán, entre tantísimos otros abusadores seriales de derechos humanos básicos. El CDH, a su vez, ha mantenido más reuniones extraordinarias para condenar al estado judío que reuniones ordinarias propias de su trabajo. Desde junio de 2006 a febrero de 2009, el CDH condenó solamente a un país -Israel- en el 80% de su 25 resoluciones sobre países específicos, y por Israel exclusivamente fueron realizadas cinco sesiones especiales, fueron efectuadas dos misiones de exploración de campo, y creada una alta comisión de investigación.(21) Robert Wistrich ha definido esto como una «grotesca perversión de la proporcionalidad y del sentido común».(22) Hillel Neuer, actual director ejecutivo de United Nations Watch, una ONG suiza que intenta admirablemente corregir la politización de las Naciones Unidas, ha escrito: «En la ONU, Israel por largo tiempo ha sido demonizada como el peor violador de la ley internacional. Pero ahora, bajo el supuestamente reformado Consejo de Derechos Humanos, Israel se ha convertido en el único violador». Tal es el descrédito de esta institución que incluso Kenneth Roth -director ejecutivo de Human Rights Watch, una organización internacional de defensa de derechos humanos muy crítica de las políticas israelíes hacia los palestinos- ha dicho del CDH que «hasta ahora ha sido enormemente decepcionante». El Consejo de Derechos Humanos fue creado en el 2006 por una votación de la Asamblea General (170-4) para reemplazar a la cuestionada Comisión de Derechos Humanos, iniciativa generada en gran medida a instancias del entonces secretario-general, el ghanés Kofi Annan, quién creía que la organización había «puesto una sombra sobre la reputación del sistema de las Naciones Unidas en su totalidad». Al cabo de un año apenas, la performance de la nueva comisión había sido tan mala que incluso el nuevo secretario-general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon ha indicado que ésta «claramente no ha justificado todas las esperanzas que tantos de nosotros hemos puesto en ella».
Fue del mismo CDH de donde surgió el controvertido Informe Goldstone (así conocido por el nombre del jurista judeo-sudafricano Richard Goldstone que lo confeccionó) el que acusó a Israel de haber cometido crímenes de guerra y posiblemente crímenes contra la humanidad durante su lucha contra Hamas a principios del 2009. Desconsiderando toda distinción entre la agresión y la legítima defensa, entre una democracia y una entidad terrorista, entre la comisión deliberada de actos de terror y las bajas civiles producidas por accidentes de guerra, el reporte censuró a Israel con una contundencia impiadosa. Sus 575 páginas relegaron al detalle los ataques incesantes de cohetes iniciados por Hamas sin que mediare provocación previa alguna por parte de Israel, y caracterizaron la defensa de Israel de ser «un ataque deliberadamente desproporcionado diseñado para castigar, humillar y aterrorizar a la población civil» palestina. El informe tildó a Israel de «poder ocupante» aún cuando ya desde el año 2005 no hay presencia israelí en Gaza; a la fuertemente armada policía de Gaza la consideró una agencia civil. Contra toda evidencia pública, parte de ella incluso televisada, el informe concluyó que Hamas no usó hospitales como centro de comandos, que no utilizó ambulancias para transportar cohetes, que sus hombres no dispararon desde instalaciones de la ONU, y que las mezquitas no fueron empleadas para esconder municiones. (Respecto de la conducta de la agrupación terrorista, concedió que atacar a civiles israelíes «constituiría crímenes de guerra y podría significar crímenes contra la humanidad»).(23) La misión fue instigada por Bangladesh, Malasia, Pakistán, Siria y Somalía con el mandato de armar un caso contra Israel por «violaciones a la ley humanitaria internacional». Ya pasó a engrosar el abultado archivo antisionista de las Naciones Unidas.
La discriminación diplomática trasciende a la ONU, sin embargo. Cuando los Países Signatarios de las Convenciones de Ginebra se reunieron por primera vez, cincuenta y dos años luego de su establecimiento, lo hicieron para debatir a Israel. Al Magen David Adom (la Estrella de David Roja, en hebreo), la organización de asistencia humanitaria israelí, por décadas se le ha negado membresía a la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y el Cuarto Creciente Rojo, donde la Cruz Roja cristiana y el Cuarto Creciente Rojo musulmán han sido agencias históricamente reconocidas. Sólo Israel fue objeto de campañas de desprendimiento empresarial en las universidades occidentales, y sólo los académicos israelíes fueron boicoteados por sus colegas en Occidente. Efectivamente, Israel se ha transformado en el judío entre las naciones.
COMPARACIONES ODIOSAS
Tres son las comparaciones odiosas más prominentes del arsenal antiisraelí en la actualidad: Israel como régimen Apartheid, como estado nazi, y como colonia imperialista. Tal como en el antisemitismo tradicional, consisten en acusaciones exageradamente fantásticas.
Para que la analogía del Apartheid tuviese validez, Israel debiera ser un país de mayoría árabe gobernada por una minoría judía que la sojuzgara. Debiera haber incorporado el racismo a sus leyes, haber prohibido el casamiento interracial, designado asientos especiales en los autobuses para ellos, determinado que disciplinas podrían estudiar y donde podrían residir. La minoría árabe de Israel representa alrededor del 20% de la población total del país. A pesar de tratarse de una minoría afectivamente vinculada a naciones que han guerreado con Israel en el pasado, y a pesar de la identificación nacionalista que muchos miembros de esta comunidad expresan con los palestinos, quienes mantienen una confrontación con Israel, éstos gozan de una libertad de expresión cívica, política, religiosa, cultural y social superior a la de cualquier país vecino donde los árabes son mayoría. Sus mezquitas e iglesias no son profanadas, ni sus poblados atacados, ni sus comunidades marginadas. Tienen acceso a las escuelas, universidades, hospitales y centros de entretenimiento en paridad con los israelíes. Han obtenido bancas en el Parlamento, han llegado a la Corte Suprema de Justicia, han tenido asiento en el gabinete israelí; los druzos y beduinos han servido incluso en el ejército y en la policía.(24) Claramente, no hay base alguna para la comparación. Y sin embargo, la equiparación es un clásico del género. Los periodistas la usan continuamente. Un ex presidente norteamericano, Jimmy Carter, ha escrito un libro dedicado a este tema, con el título Peace, Not Apartheid. El Arzobispo Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz por su oposición al Apartheid en Sudáfrica, afirmó: «Al venir de Sudáfrica…y ver los puestos de control [israelíes]…cuando se humilla a un pueblo a tal punto en que lo están haciendo -y si uno recuerda el tipo de experiencia que tuvimos cuando estábamos siendo humillados- cuando se hace eso, no se está contribuyendo a la seguridad de uno mismo».(25) Desde el año 2005 se desarrolla en diversas universidades del mundo The Israel Apartheid Week. Una medida de su éxito puede apreciarse en su expansión. En 2005 se efectuó solamente en Toronto. Al año siguiente se expandió a Montreal y Oxford. Para el 2007 cinco nuevas localidades se habían sumado, incluyendo Nueva York. En 2008 veinticuatro sitios organizaban el evento. En 2009 fue llevado a cabo en 27 ciudades en Estados Unidos, Canadá, Escocia, Inglaterra, Sudáfrica, México, y Noruega. Cuarenta ciudades anunciaron su participación para la edición 2010.(26) Aún en Cisjordania se organiza el encuentro del Apartheid israelí; una ironía que seguramente pase inadvertida para sus organizadores y seguidores. Ni siquiera la Valla de Seguridad, comúnmente referida como «el muro», califica en la definición, lo que, por supuesto, no evita su uso. «¿Cuál es el término más adecuado?» pregunta retóricamente al respecto Geore Soros, con intención condenatoria, «¿´la valla de seguridad incompleta de Israel´ o ´un muro de Apartheid´?».(27) Que esta valla fue construida con el único propósito de prevenir atentados terroristas suicidas cometidos de a cientos por los palestinos (los cuáles ocasionaron enorme sufrimiento en Israel), que es una medida defensiva, que los israelíes hubieran preferido no tener que construirla, y que no obedece a ninguna doctrina diseñada para separar poblaciones sobre premisas de pureza racial, fueron el tipo de hechos objetivos nunca considerados por los fans de esta equivalencia.
La forma más convencional de negar el Holocausto consiste en rechazar, relativizar o minimizar el genocidio nazi de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Otra manera de negacinonismo es atribuir a Israel la comisión de un Holocausto contra los palestinos. En primer lugar, presenciamos la tergiversación alevosa de la realidad. En segundo término, se tergiversa la historia de la Shoá, pues si lo que Israel practica es un Holocausto, entonces a grandes rasgos el padecimiento palestino de hoy día es lo que deben haber sufrido los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Un tercer punto que sirve de corolario es el desplazamiento del sufrimiento del pueblo judío al pueblo palestino. Si los israelíes son los nazis/victimarios, entonces los palestinos son los judíos/víctimas. Para que la comparación funcione, según ha imaginado el profesor Bernard Harrison, debiera haber en Israel un partido fascista represor de todo pensamiento diferente. Los izquierdistas israelíes debieran estar siendo perseguidos, arrestados y enviados a campos de concentración. La población árabe debiera estar siendo marginada de la vida económica, cultural, política y social del país. El equivalente a una Kristallnacht anti-árabe debiera ocurrir. En algún momento debiéramos ver trenes partiendo a destinos desconocidos repletos de árabes-israelíes amontonados en sus vagones. Y finalmente, tarde o temprano debiéramos oír acerca de campos de exterminio, selecciones, gaseamientos, ejecuciones, fosas comunes y chimeneas gigantes contaminando el paisaje hebreo con el humo del asesinato industrial de árabes y palestinos.(28) La inexistencia de este escenario no impide que la acusación prospere. «¿No repudian los judíos el Holocausto? Y esto es precisamente lo que estamos presenciando [en Gaza]» afirmó Hugo Chávez.(29) Israel, según L´Osservatore Romano, lleva adelante «una agresión que se convierte en exterminio».(30) La municipalidad de Barcelona canceló una ceremonia recordatoria del Holocausto a principios de este año porque «realizar una ceremonia del Holocausto judío mientras que un Holocausto palestino ocurre no estaba bien».(31) En una conferencia dictada en Beirut a finales del 2001, el académico Norman Finkelstein tildó a las acciones militares israelíes de «prácticas nazis», aunque con «novedades a los experimentos nazis».(32) El poeta y profesor de la universidad de Oxford Tom Paulin publicó un poema en la revista británica The Observer en el cuál refiere a los soldados israelíes como «Zionist SS».(33) El tema ha sido un favorito en las pancartas erigidas en las manifestaciones antiisraelíes durante las últimas confrontaciones entre Israel y Hamas, incluso en Estados Unidos. «Israel: el Cuarto Reich» (Nueva York), «Holocausto palestino en Gaza hoy» (Chicago), «Elevar a Holocausto versión 2.0» (Los Ángeles).(34) Tal la permisividad social contemporánea de abusar del Holocausto, que la famosa personalidad televisiva noruega Otto Jespersen lamentó que miles de millones de piojos hayan muerto con los judíos en las cámaras de gas.(35) En Alemania, la cadena de locales de café Tchibo se vio impelida a retirar de circulación unos siete mil carteles publicitarios de su nuevo café con el lema «A cada cuál lo suyo», una frase tomada por los nazis del griego antiguo que adornaba la entrada al campo de concentración de Buchenwald.(36) Una encuesta del Daily Telegraph de principios de marzo revelo que el 5% de niños británicos en edad escolar consultados sobre el significado de la palabra Auschwitz respondieron que era una marca de cerveza, un tipo de pan o un festival religioso.(37) La última guerra entre Hamas e Israel dio lugar a una situación surrealista. A la vez que unos acusaron a los israelíes de ser nazis, otros bregaron abiertamente por imponer un nuevo Holocausto contra el pueblo judío. Mientras que en Brasil el Partido dos Trabalhadores calificó la represalia israelí contra el Hamas de «práctica nazi», en Italia el sindicato Flaica-Uniti-Club pretendió resucitar las leyes raciales fascistas al instar a boicotear las tiendas comerciales pertenecientes a los judíos de Roma. Mientras que en Mar del Plata el titular del Centro Islámico aseguró que «prontamente Israel, como el Estado Nazi, desaparecerá y será solamente un mal recuerdo del pueblo árabe», en Holanda manifestantes gritaron «gaseen a los judíos». Mientras que un alto oficial vaticano equiparó a Gaza con «un gran campo de concentración», manifestantes corearon en la Florida contra los judíos: «regresen a los hornos».(38) Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hemos presenciado un llamado tan explícito a liquidar judíos en las capitales del mundo libre. Que se invoque retórica nazi contra los judíos al protestar contra la política militar de Israel, país que a su vez es acusado de ser nazi al lidiar con los palestinos, es un escenario tan novel como inquietante. «El Holocausto», ha escrito Walter Reich, quien fuera director del Museo del Holocausto de Estados Unidos, «está siendo crecientemente usado como un arma contra los judíos y el estado judío».(39)
Al igual que las dos anteriores acusaciones descabelladas, la equiparación de Israel con el colonialismo y el imperialismo demanda la desconsideración del conocimiento histórico, la supresión del sentido de la proporción y la anulación del sentido común. Los pensadores y líderes sionistas del siglo XIX hallaron inspiración para su propia causa nacional en las luchas de nacionalistas serbios e italianos y otros contra los imperios otomano, ruso y el Vaticano. Desde su nacimiento, el sionismo fue un enemigo del imperialismo. Yehuda Alkalai vio en la lucha serbia contra los otomanos musulmanes un ejemplo motivacional para la propia causa nacional de los judíos. Moses Hess vio en los hombres de Garibaldi y su rebelión por una república italiana un modelo de nacionalismo a emular.(40) Ningún líder sionista declaró jamás que el objetivo del sionismo era la conquista de tierras foráneas para dominar a otros pueblos y expoliar sus riquezas. Prominentes intelectuales judíos se opusieron a la creación del estado judío en Palestina dado que ese no era un territorio enteramente despoblado. El dramaturgo inglés Israel Zangwill creó una corriente denominada los «territorialistas» que defendían la idea de construir el hogar nacional judío fuera de Palestina y apoyaron la sugerencia británica en 1905 de fundar Israel en el territorio británico de Kenya, hoy Uganda.(41) Otros pensadores judíos tales como Martin Buber, Gershom Sholem, Hugo Bergmann, y Judah Magnes, prefirieron descartar la noción de un estado judío en aras del establecimiento de un estado binacional en Palestina, donde los pueblos árabe y judío coexistirían en armonía sin dominio de uno por el otro.(42) El movimiento Hashomer Hatzair adoptó formalmente la idea en 1933 y la agrupación Brit Shalom sugirió en 1941 crear una confederación árabe-judía cuyo presidente sería alternativamente un árabe y un judío.(43) Incluso en 1938 en vísperas de una nueva guerra mundial, Albert Einstein escribió: «Yo preferiría mucho más ver un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de vivir juntos en paz que la creación de un estado judío».(44) ¿Es esto imperialismo? Que Herzl haya buscado apoyo de los grandes imperios de la época -otomano, alemán, británico- y que haya obtenido el favor de Londres en modo alguno transforma a los sionistas en imperialistas. En cualquier caso, no pasó mucho tiempo antes de que los imperialistas británicos traicionaran a los judíos y adoptaran una política anti-sionista. Los pioneros judíos que labraron la tierra en Palestina, secaron pantanos, trazaron redes eléctricas, construyeron escuelas y hospitales, museos y orquestas musicales, no estaban al servicio de ningún imperio. De hecho, en los años inmediatos previos al establecimiento del Estado de Israel, ellos estaban combatiendo a la Oficina Colonial británica en Palestina. Combatientes judíos fueron ahorcados por los británicos en Palestina; barcos repletos de judíos que huían de los nazis fueron devueltos a Europa por decisión del gobierno británico. Al debatirse en la ONU la resolución para la partición de Palestina, Gran Bretaña se abstuvo. Una vez comenzada la guerra de agresión árabe, oficiales británicos se sumaron a las fuerzas invasoras, como la Legión Árabe jordana. Estados Unidos (que, junto con Rusia, votó a favor de la Partición) hizo de Israel un aliado en el Medio Oriente recién a fines de los años sesenta, para cuando el estado hebreo ya tenía dos décadas de vida. Tal como Eli Kavon ha observado: «Catalogar al sionismo de imperialismo es negar la conexión de los judíos con la Tierra de Israel que retrocede 3.000 años en el tiempo. Los judíos estaban batallando contra imperialistas, fuesen éstos helenistas o romanos, mucho antes de los movimientos de liberación nacional. Los británicos en la India, así como los franceses en Argelia, no tenían una conexión antigua con las tierras que colonizaron. Los europeos explotaron poblaciones nativas por razones de economía y jingoísmo. No así los judíos. Los pioneros judíos se asentaron en Palestina para encontrar un lugar en el cual vivir como hombres y mujeres libres, libres del dominio de imperialistas en los mundos europeo e islámico…Etiquetar de imperialista a una pequeña nación de judíos que floreció a pesar del poder de grandes imperios es absurdo. Es un intento de robar a Israel su legitimidad. Es una mentira».(45)
Esta triple acusación -Israel es nazi, apartheid e imperialista- es nada menos que una demonización a nivel estatal de lo que fue la deshumanización contra el pueblo judío, sesenta años atrás, a nivel nacional. Antes el pueblo judío, hoy el estado judío. Al endilgar al único país judío del globo las etiquetas de los males más nocivos del siglo XX se está pidiendo silenciosamente por su abolición, pues existe una obligación moral de luchar contra el Mal.(46) De esta forma se da justificativo ético a la lucha de «resistencia» palestina, a los ataques del Hizbullah, a la agresión verbal de Irán, en tanto combatientes anti-nazis, anti-apartheid y antiimperialistas. En esta increíble reversión moral, terroristas que pregonan la violencia y dictadores teocráticos reciben un sello moral de aprobación occidental en virtud del vicio absoluto que encarna Israel; ese «paisecito de porquería» en la impresión de un embajador francés.(47) Moisés Garzón Serfaty, lo expresa así: Hay dos anti-judaísmos en la actualidad, «uno islámico, particularmente agresivo, y otro occidental de origen izquierdista y liberal. El primero se traduce en actos violentos. El segundo, de alguna manera los legitima. Desprovista de escrúpulos, desorientada como nunca, parte de la izquierda occidental se ha volcado sobre la causa palestina con el mismo maniqueísmo combativo como lo hizo en su día en relación con la Unión Soviética, la revolución cubana y otros despropósitos históricos».(48)
INDIGNACIÓN MORAL SELECTIVA
Gaza como la versión posmoderna del Ghetto de Varsovia,(49) la valla de seguridad como el Muro del Apartheid, e Israel como el nuevo Hernán Cortés, son referentes estelares del nuevo canon secular del antisemitismo político contemporáneo. Las pasiones que despiertan las acciones de Israel y el nivel de involucramiento emocional de observadores supuestamente imparciales lucen llamativos. Especialmente a la luz de que ningún otro conflicto de gravedad mucho más acentuada en el orbe parece motivar una reacción siquiera fraccionaria de lo evidenciado cuando de Israel se trata. El genocidio en Darfur (400.000 muertos y alrededor de 2.5 millones de refugiados), la guerra en el Congo (4 millones de desplazados), la represión rusa en Chechnya (entre 150.000 y 200.000 muertos, un tercio de la población forzada a abandonar sus hogares) y la guerra civil en Argelia (200.000 muertos entre 1999 y 2006), son las situaciones inmediatas que vienen a la mente. Pero no menos sorprendente luce la preocupación global por la suerte de los palestinos al notar el poco interés que otras instancias en las que los palestinos han sido maltratados ha despertado; instancias en las que los israelíes no estuvieron enredados, vale decir. Entre 1949-1967, Egipto y Jordania gobernaron a la población palestina de Gaza y Cisjordania, respectivamente. Dejando de lado el hecho de que ni Cairo ni Ammán promovieron la independencia estatal palestina, cabe señalar que desatendieron las condiciones económicas y sociales de modo tal que, conforme el profesor Efraím Karsh ha documentado, 120.000 palestinos cruzaron hacia el margen oriental y otros 300.000 emigraron al extranjero en ese mismo período.(50) El estado calamitoso en el que viven los refugiados palestinos confinados a campamentos miserables en países árabes hermanos solamente genera interés para sancionar a Israel. El Rey Hussein de Jordania masacró más palestinos en un solo mes de 1970 (entre 3.000 y 5.000) que lo que Israel hizo en décadas y ha sido sin embargo Israel la parte más sistemáticamente censurada por su trato a los palestinos. Los sirios han abusado de los palestinos con tal severidad que Abu Iyad, el número dos de la OLP, afirmó que esos crímenes «superaron aquellos del enemigo israelí».(51) Kuwait castigó a la población palestina en su tierra luego de la alianza de la OLP con Saddam Hussein en 1991 al expulsar a esos inocentes trabajadores, y también hubo matanzas que llevaron a Yasser Arafat a lamentar: «Lo que Kuwait hizo al pueblo palestino es peor que lo hecho por Israel a los palestinos en los territorios ocupados».(52) Durante el año 2006 solamente, más de 600 palestinos fueron asesinados en Bagdad y otros 100 fueron secuestrados por milicianos chiítas que resienten el buen trato a ellos dispensado por Saddam Hussein. Según relatos testimoniales, chiítas extremistas detuvieron a transeúntes en las calles y les exigían sus documentos de identidad. Si resultaba ser un palestino el desdichado era fusilado sin más. Esta situación fomentó una emigración palestina de Irak hacia Jordania y Siria, países que «han impuesto fuertes restricciones al ingreso de refugiados, dejando a muchos de ellos atascados en la frontera en condiciones crueles e inhumanas» según informó oportunamente el Jerusalem Post. ¿Y qué decir sobre los cientos de palestinos muertos en la guerra civil entre Hamas y Fatah del año 2007? ¿Por qué no hizo el novelista José Saramago peregrinaciones de solidaridad a Ramallah? ¿Por qué no inició Tony Judt un boicot académico contra la Universidad Islámica de Gaza? ¿Por qué no publicaron los intelectuales progresistas argentinos solicitadas en Página12 acusando a Hamas o a la Autoridad Palestina de genocidio? ¿Por qué no vimos editoriales adoloridos en los principales diarios del mundo? ¿Por qué no se reunió de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU para expresar preocupación? El hecho de que prácticamente nunca ha despertado indignación mundial el sufrimiento palestino en manos de cualquier otro que no sea un israelí, a la vez que su sufrimiento ha provocado oleadas globales de enojo cuando ha sido causado por israelíes -aún cuando sus acciones han sido comparativamente pálidas a las de otros- es algo que las buenas conciencias de Occidente deberían explicar. Y si el desprecio por Israel no está vinculado a los judíos, ¿por qué cada vez que hay una crisis entre Israel y sus vecinos, judíos son acosados en Europa? ¿Por qué, mientras Hamas confrontaba con Israel, fue profanada una sinagoga en Venezuela? ¿Por qué judíos que celebraban un aniversario de Israel fueron atacados en la Argentina? ¿Por qué la mayor cantidad de incidentes antisemitas ocurrió, por ejemplo en Gran Bretaña, a partir del año 2006 en coincidencia con el ataque de Hizbullah a Israel? Si no hay nexo alguno, ¿por qué le gritaron «judío sucio» al embajador israelí en España a la salida de un partido de fútbol? ¿Por qué ocurrió en ese país -donde según una encuesta de septiembre del 2008 de Pew Global Reserach el 46% de los locales tienen impresiones poco favorables de los judíos- la más grande manifestación popular anti-israelí de toda Europa? Si realmente no hay conexión alguna entre el antiisraelismo y el antisemitismo, ¿Por qué el diario secular italiano La Stampa publicó una caricatura con el niño Jesús en el pesebre mirando a un tanque israelí, diciendo «no me digan que vienen a matarme nuevamente»?
LA NEGACIÓN DEL ANTISEMITISMO
Desde que Hitler le dio un mal nombre al odio a los judíos, los antisemitas han estando buscando la manera de seguir siendo antisemitas bajo la protección de una cierta fachada. Esa fachada es el antisionismo. No toda crítica a Israel encierra odio a los judíos. Pero muchas veces sí lo hace, y es utilizada como máscara para desviar acusaciones de antisemitismo. Que no siempre las condenas al estado judío conlleven antisemitismo, no significa que nunca lo conlleven. Por momentos luce como si se quisiera privar a los judíos de la posibilidad de señalar la existencia del antisemitismo en el discurso anti-israelí. «¿Acaso no se puede criticar a Israel?» Preguntó cierta vez un periodista televisivo a Pilar Rahola en un importante programa de actualidad. «El problema», respondió Rahola, «no es que no se pueda criticar a Israel, sino que exclusivamente se critica a Israel».(53) La crítica política a Israel, como ya hemos dicho, es válida. Es la crítica antisemita -disfraza de legítima condena política- la que debe ser señalada. El hecho de que muchas de las difamaciones antiisraelíes sean fomentadas por judíos no inmuniza a nadie, ni siquiera a ellos mismos, del cargo de antisemitismo. Una calumnia, aún si promovida por judíos o por israelíes, sigue siendo una calumnia. El que un hombre o una mujer cuyos padres son judíos sea quien difunda mentiras sobre Israel no legitima ni un ápice su diatriba. En todo caso el fenómeno del auto-odio judío es legendario. A lo largo de la historia ha habido judíos que han interiorizado, hecho propia, la condena del antisemita. No pudiendo soportar tanta hostilidad y con la vana esperanza de agradar y ser aceptado, se han abocado a la tarea imposible de remover lo que hay de judío en el o ella. Una forma convencional de convencer a otros y a sí mismo de su despojo es atacar a sus hermanos. Muchos de los más fieros judeófobos de la historia medieval han sido judíos conversos al catolicismo: Petrus Alfons, Nicholas Donin, Pablo Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y Alessandro Franceschi. (Incluso se ha especulado sobre el inquisidor Tomás de Torquemada). El poeta alemán Heinrich Heine opinaba que «el judaísmo no es una religión sino una desgracia». El escritor Moritz Sapir consideró que «el judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por cirugía bautismal». Algunos llegaron a odiar tanto su condición que terminaron suicidándose, tal el caso del psiquiatra y filósofo austríaco Otto Weininger.(54) Una admiradora suya fue la renombrada poetisa judeo-norteamericana Gertrud Stein, quién en 1934 confesó al New York Times su visión de que «Hitler debió haber recibido el Premio Nobel de la Paz»; posteriormente gozaría de la protección de colaboradores del régimen filo-nazi de Vichy en Francia.(55) La teórica del Marxismo Rosa Luxemburgo escribió en una carta privada: «¿Por qué recurres a mí con tus penas especiales judías?…No puedo hallar un rincón especial de mi corazón por el ghetto».(56) El propio Karl Marx expresó hostilidad al judaísmo en su ensayo de 1843 Sobre la Cuestión Judía: «La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad respecto del judaísmo».(57) El periodista austriaco Arthur Trebisch ofreció sus servicios a los nazis, a los que instó a no cesar en su combate contra los judíos. Dejó testimonio de su sentir: «…cargo yo la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío».(58) El canciller austriaco más firmemente antiisraelí de las últimas décadas -Bruno Kreisky- fue un judío. Algunas de las personalidades más famosas del antiisraelismo actual son judíos: desde Noam Chomsky hasta Juan Gelman. En otras palabras, uno puede ser judío y albergar sentimientos negativos respecto de los judíos y el estado judío. Aún cuando no todos los nombres recién referidos encajen en la definición del auto-odio, a la luz de sus declaraciones no puede disputarse que queda en evidencia algún grado de enajenación identitaria. En todo caso, este no es el punto principal aquí, ni es un debate que deseamos promover. No estamos evaluando la identidad religiosa del crítico, ni como él se ve a sí mismo en torno a esa identidad, ni si se odia a sí mismo o no, sino su actitud. Cuando los censores de Israel -judíos o no- incurren en demonizaciones como las que hemos descrito en estas páginas -muchas de ellas similares en su naturaleza a las difamaciones colectivas que han sido históricamente lanzadas contra los judíos, sólo que esta vez reorientadas al estado judío- tienen la obligación de respaldar racionalmente sus reclamos de que ellos no están adoptando una conducta antisemita. Es insuficiente que declaren que están siendo injustamente tratados como tales y así erigir una especie de escudo protector moral. Ellos deben justificar racionalmente porqué creen que los israelíes son nazis, deben presentar evidencia empírica que sustente la noción de que los sionistas son imperialistas, y deben poder argumentar lógicamente por qué motivo sienten que las políticas israelíes constituyen un Apartheid. Elegir eludir el desafío y en su lugar actuar cómodamente el rol del intelectual ofendido es un acto de cobardía.(59)
ISLAMOFOBIA IN, ANTISEMITISMO OUT
Como si el problema del antisemitismo no fuese ya lo suficientemente complejo, frecuentemente los judíos se ven obligados a lidiar con problemas de nomenclatura y de definición relacionados al antisemitismo que crean cierta confusión conceptual. En la realidad del post-9/11, hubo quienes temieron que la totalidad del Islam fuera a ser erróneamente caracterizado como terrorista o agresivo, y/o que sus seguidores pudiesen ser colectivamente estigmatizados. Cada vez con mayor regularidad comenzó a usarse el término «islamofobia», que alude al odio a los islámicos. Se popularizó de tal manera la idea de que los musulmanes son despreciados a escala global que rápidamente ingresó al léxico de la ONU y de la jerga periodística. En una «Declaración Conjunta» de diciembre de 2008 efectuada por los presidentes de la Argentina, Brasil y Venezuela, éstos manifestaron «su más enérgica condena al racismo, el antisemitismo, el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia».(60) Si la cuestión se limitara a un debate acerca de si existe desprecio hacia los musulmanes, probablemente el uso de esta palabra no estaría generando controversia. Ciertamente, expresiones contrarias al Islam y a sus fieles seguidores pueden hallarse en el discurso público, y musulmanes han sido acosados y discriminados en Occidente. Se torna un poco más dificultoso defender el uso del término si requiere la aceptación de la existencia de un fenómeno mundial de antiislamismo. Inmigrantes foráneos han sido y son usualmente discriminados en distintos países, por ejemplo, los paraguayos en la Argentina. Sin embargo, no es común referir al anti-paraguayismo en nuestra tierra aún cuando la marginación contra los paraguayos existe. La razón es simple: existe el acto singular xenofóbico, más no un sistema de prejuicios contra ese grupo humano. No hay doctrina que lo respalde ni movimientos ideológicos que lo promuevan. Indudablemente, semejantes actos de discriminación acreditan nuestro repudio, pero no ameritan ser designados en un genérico alusivo a un fenómeno que, como fenómeno, es inexistente. Lo mismo cabe decir respecto del antiislamismo o islamofobia. Aún así, si los musulmanes sintieran que ese es efectivamente el caso y anhelarán concientizar al resto del mundo al respecto valiéndose del empleo de un término que reflejara su sentir, tampoco ello debiera generar inconveniente alguno; con la salvedad de que no pretendieran ubicarlo a la par de fenómenos racistas mundial e históricamente establecidos. En términos generales, todo lo que contribuya a la lucha contra el racismo debiera ser bien recibido. La polémica nace cuando líderes musulmanes pretenden reemplazar a la judeofobia con la islamofobia, cuando procuran reprimir la muy real existencia del odio a los judíos (que en muchos casos emana de naciones islámicas) al elevar como contrapunto una noción cuestionable. «El hecho es que la islamofobia ha reemplazado al antisemitismo» aseveró el Consejo Musulmán de Gran Bretaña. En la última conferencia contra el racismo organizada por la ONU en Ginebra (conocida también como Durban II), quedó en evidencia la politización de la agenda antirracista para servir la causa islamista en donde la palabra «islamofobia» era promovida con finalidades políticas. Ya desde su organización temprana, la Organización de la Conferencia Islámica (asentada en Arabia Saudita, reúne a 57 países musulmanes y opera como bloque en la ONU) introdujo en el borrador de la declaración final que «las más graves muestras de difamación de las religiones son el aumento de la islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas en todo el mundo». Grupos de derechos humanos ya han adoptado ello como verdad sacrosanta. En el año 2001, Human Rights Watch anunció la creación de un puesto para monitorear crímenes raciales contra «musulmanes, sikhs y personas de ascendencia mesooriental y del sur de Asia en los Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre». Para la misma época, el FBI hizo pública información sobre los crímenes raciales en Estados Unidos ocurridos en el año 2000. Aquél año hubo 28 ataques contra musulmanes y 1119 ataques contra judíos. Aunque los judíos representan alrededor del 2.5% del total de la población estadounidense, casi un 14% de todos los crímenes raciales y más de un 75% de todos los crímenes raciales basados en la religión, fueron orientados contra los judíos ese año.(61) En mayo del 2002, Amnesty Internacional emitió una condena de repudio a «los ataques contra judíos y árabes» en la que detallaba instancias de agresión contra judíos y árabes en Europa. Sobre las agresiones a los judíos mencionaba, en parte, que:
«En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril».
«En marzo y abril, varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val d’Oise) y Estrasburgo, sufrieron destrozos, y la sinagoga de Marsella fue pasto de las llamas de un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba a alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas».
«En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con graves heridas».
«En Bélgica se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes en abril, y se acribilló a balazos la fachada de una sinagoga de Charleroi, en el sudoeste del país. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego».
«También en abril se produjeron ataques contra sinagogas de Berlín y Herford en Alemania Occidental. Ese mismo mes, según los informes una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves a consecuencia de la agresión de un grupo de personas en una calle comercial de Berlín tras salir de una sinagoga».
Repecto de casos de hostilidad anti-árabe, el comunicado de AI consignó:
«En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un anciano vecino, belga, que, según los informes, hizo comentarios racistas».
En círculos islámicos, la «islamofobia» está siendo empleada como caballito de batalla contra el antisemitismo, y detrás de éste, contra la noción del sufrimiento judío. Por extraño que suene, parece haber una competencia unilateral musulmana por el monopolio de la victimización, el que aparentemente consideran está en manos del pueblo judío. Este no debiera ser el caso. La OIC está en su perfecto derecho de alertar sobre discriminaciones o ataques anti-islámicos en el mundo. Pero no es constructivo hacerlo con un propósito de sobreimposición.
CONCLUSIÓN
El Día de la Recordación del Holocausto del año 2008, alrededor de un centenar de ingleses tomó una visita guiada al viejo barrio judío londinense. La visita no pudo ser completada. «Si avanzan más, morirán» les gritaron un grupo de jóvenes musulmanes mientras les arrojaban piedras. Posteriormente, algunos judíos debieron recibir atención médica. En ese mismo lugar, sólo que en 1936, un grupo de fascistas británicos intentó marchar a través del barrio judío. Esa marcha tampoco pudo ser completada. Una aglutinación de judíos, católicos irlandeses y comunistas ingleses lo impidieron, unidos bajo el slogan de la guerra civil española: «No pasarán». El recordatorio, traído por el comentarista Mark Steyn, nos sirve para notar cuanto han cambiado las cosas para los judíos de Europa, y por extensión de Occidente, desde el «No pasarán» hasta el «Si avanzan más, morirán». Para los judíos hoy en día no hay demasiados católicos y comunistas dispuestos a permanecer codo a codo con ellos para frenar el avance de los antisemitas.(62) Durante la mayor parte del siglo pasado, el antisemitismo -religioso, racial y nacionalista- estuvo ligado a la Derecha, y ciertamente este tipo de antisemitismo crudo no ha partido de la escena. El neo-nazismo, heredero ideológico de este último, sigue siendo un problema que requiere solución para las sociedades libres y pluralistas. También es indudable que podemos hallar antisemitas de derecha en las múltiples manifestaciones antiisraelíes en las que consignas anti-judías son elevadas. Este tipo de antisemitismo es fácilmente identificable y es habitualmente sancionado. Pero hay algo novedoso sin embargo, una nueva forma de prejuicio que también demanda sanción. En la actualidad, la mayor parte de las manifestaciones antiisraelíes reúnen en mayor medida a pseudo-pacifistas, anarquistas, comunistas, socialistas, antiglobalistas, medio-ambientalistas e izquierdistas todo-terreno. Estos radicales operan en una atmósfera de antiisraelismo creada y perpetuada por establecidos organismos multinacionales, agencias humanitarias, medios de prensa y destacados intelectuales. No fue Jean-Marie Le Pen, sino Amnesty Internacional, quién pidió al Consejo de Seguridad de la ONU y a la Casa Blanca la imposición de un embargo de armas a Israel en febrero de 2008.(63) (En una irrisoria muestra de equivalencia moral o falso sentido de la igualdad, AI pidió que el embargo cayera también sobre Hamas). No ha sido en las academias militares, sino en prestigiosas universidades de Gran Bretaña y de Estados Unidos -en las que el progresismo prevalece- donde campañas de boicot académico y de desinversión contra Israel han surgido. Hay pocos centros de excelencia occidentales en los que Mahmoud Ahmadinjead pueda ser bien recibido, la Universidad de Columbia fue uno de ellos. No es en pasquines fascistas, sino en periódicos elitistas progresistas, donde vemos caricaturas tan violentamente antiisraelíes que remiten, sin exageración alguna, a los peores trazos de Der Stürmer. Tal como Gabriel Schoenfeld ha señalado, durante la primera mitad del siglo XX, una retórica antisemita de masas -desde los Protocolos de los Sabios de Sión hasta Mein Kampf y otros- ayudaron a crear el marco cultural e intelectual para la catástrofe que se avecinaba. Las actuales denuncias inagotables contra Israel acarrean una resonancia incómoda que poseen «las semillas de una repetición macabra».(64) Si algo hemos aprendido (o debiéramos haberlo hecho) de la Shoá, es que el genocidio comienza con la destrucción intelectual de un pueblo, abriendo el camino para su destrucción física eventual. Antes de alcanzar el aniquilamiento parcial del pueblo judío, los nazis debieron primero obliterarlo en el imaginario colectivo. Antes de llevar a los judíos a las cámaras de gas, debieron persuadir a la opinión pública de que los judíos merecían del exterminio contra ellos planeado. Primero éstos fueron destruidos en los discursos pronunciados desde los palcos, en los panfletos divulgados en las universidades, en las pancartas erigidas en las manifestaciones callejeras, en las leyes raciales; de modo que los judíos fueran completamente aniquilados idealmente como preludio a su obliteración material. Tenemos el deber de aceptar que lo que empieza con retórica extrema termina en acciones atroces. La demonización global a la que el Estado de Israel es cotidianamente sometido no puede terminar bien. Aún cuando para muchos las políticas del estado judío resulten problemáticas y sus objeciones sean bien fundamentadas y bien intencionadas, debe admitirse que para muchos otros este no es el caso. Hay gentes para las que vale la observación del columnista del Washington Post George Will: «No es que Israel sea provocativo, el que Israel sea es provocativo».
En estas páginas se ha intentado alertar sobre un mismo fenómeno en nuevas circunstancias. El señalamiento de que en la actualidad el antisionismo/antiisraelismo sea una manifestación de antisemitimo, no es efectuado a los efectos de suprimir toda crítica a Israel, sino de advertir que esa crítica puede esconder malas intenciones. El espectáculo de denostación tan total adversa a Israel al que asistimos en estos tiempos, no obstante, remite a épocas infelices y no puede ser ignorado con atribuciones de paranoia a quienes, producto de un cúmulo de experiencias dolorosas, han aprendido a divisar el peligro. Se ha dicho que lo que ocurrió alguna vez en el pasado, puede ocurrir nuevamente en el futuro, y que lo que empieza con los judíos, nunca termina con los judíos. Estos no son meros clichés. Son lecciones históricas que claman por ser aprendidas.
–Buenos Aires, marzo de 2010.
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Julián Schvindlerman es analista político internacional, escritor y conferencista. Tiene una Licenciatura en Administración por la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales por la Universidad Hebrea de Jerusalem.
Notas
(1) Leo Pinsker, Autoemancipación; citado por Shlomo Avineri, The Making of Modern Zionism: The Intellectual Origins of the Jewish State (NY: Basic Books, 1981), p. 77.
(2) Dennis Prager & Joseph Telushkin, Why the Jews? The Reason for Antisemitism (NY: Simon & Shuster, 1983), p. 17.
(3) De la Carta de Hamas.
(4) Ramon Bennet, Philistine (Jerusalem: Arm of Salvation, 1995), p. 49.
(5) Bennet, Philistine, p. 50.
(6) Pierre-André Taguieff, La Nueva Judeofobia (España: Gedisa, 2002), p. 196.
(7) Citado por Taguieff, p. 203.
(8) Irwin Cotler, discurso pronunciado en The Global Forum for Combating Antisemitism, February 24-25 Jerusalem, DVD.
(9) Robert Wistrich, conferencia en el Foro Argentino sobre el Antisemitismo Internacional, Buenos Aires, 6 de agosto e 2008.
(10) Alvin H. Rosenfeld, «Progressive» Jewish Thought and the New Anti-Semitism (NY: AJC, 2007).
(11) Keneth S. Stern, Antisemitism Today: How It Is the same, How It Is Different, and How to Fight It (NY: American Jewish Committee, 2006), p. 12.
(12) James Carroll, Constantine´s Sword: The Church and the Jews (
(13) Dennis Prager & Joseph Telushkin, Why the Jews?, p. 36
(14) Dennis Prager & Joseph Telushkin, Why the Jews?, p. 37.
(15) La Carta completa puede verse en Benjamin Netanyahu, A Place Among the Nations (NY: Bantam Books, 1993), pp. 418-424.
(16) Citado por Arno Lustiger, «When people criticize Zionism, they mean Jews, said Martin Luther King»,
(17) Julián Schvindlerman, «El Otro Eje del Mal: Antinorteamericanismo, Antiisraelismo y Antisemitismo», en Reflexiones, Ensayos Contemporáneos (Buenos Aires: Editorial Milá, 2005), pp. 79-80.
(18) Mark Steyn, «
(19) Citada por Moisés Garzón Serfaty, Apuntes para una historia de la judeofobia (CAIV: Caracas, 2008), p. 169; Dennis Prager & Joseph Telushkin, Why the Jews? pp. 36-37.
(20) Irwin Cotler, «Making the world ´Judenstaatrein´», Jerusalem Post,
(21) Irwin Cotler, «Making the world ´Judenstaatrein´», Jerusalem Post,
(22) Robert Wistrich, conferencia en el Foro Argentino sobre el Antisemitismo Internacional, Buenos Aires, 6 de agosto e 2008.
(23) Ver el comunicado de la ONU que presentó el reporte Goldstone y acceso al mismo en http://www.un.org/apps/news/story.asp?NewsID=32057&Cr=palestin&Cr1.
(24) Ben Cohen, The Ideological Foundations of the Boycott Campaign Against
(25) «Tutu sobre la ocupación israelí», Agencia de Noticias Prensa Ecuménica, 3/12/08.
(26) «Israeli Apartheid Week 2009 may be coming to a campus near you», Jerusalem Post,
(27) Citado por Bernard Harrison, Israel and Free Speech (NY: AJC, 2007), p. 21.
(28)
(29) «Mr. Chavez vs. the Jews», editorial del Washington Post,
(30) Richard Bernstein, «An Ugly Rumor or an Ugly Truth?»,
(31) Isi Leibler, «Zionism and the global anti-Semitic frenzy»,
(32) Citado por Gabrield Schoenfeld, «
(33) Richard Bernstein, «An Ugly Rumor or an Ugly Truth?»,
(34) Walter Reich, «Using the Holocaust to Attack the Jews»,
(35) «Complaint filed against Norway´s ´Holocaust´ comic»,
(36) «Coffee Chain cancels ad with slogan Nazis used», Jerusalem Post,
(37)´Isn´t
(38) Julián Schvindlerman, «Las lecciones del Holocausto», Perfil, 31/1/09.
(39) Walter Reich, «Using the Holocaust to Attack the Jews»,
(40) Avineri, pp. 36-55.
(41) Hattis Rolef, Political Dictionary of the State of
(42) Hattis Rolef, pp. 61-62 y Hazony, The Jewish State: The Struggle for Israel´s Soul (
(43) Hazony, p. 245 y p. 408.
(44) Citado por Paul Johnson, La Historia de los Judíos (Argentina: Javier Vergara Editor S.A., 1991), p. 450.
(45) Eli Kavon, «The myth of Zionist imperialism»,
(46) Cotler, «Making the world ´Judenstaatrein´», Jerusalem Post,
(47) «´Anti-Semitic´ French envoy under fire», BBC,
(48) Zerfaty, p. 163.
(49) Eli Kavon, «The new blood libel», Jerusalem Post,
(50) Efraim Karsh, «What´s Behind Western Condemnation of Israel´s War Against Hamas?»,
(51) Karsh.
(52) Karsh.
(53) Cito de memoria, el hecho ocurrió unos pocos años atrás en el programa «Hora Clave» y la pregunta fue efectuada por un asistente de Mariano Grondona.
(54) Ver ejemplos y citas en Gustavo Perednik, La Judeofobia (España: Flor del Viento, 2001), pp. 145-146.
(55)
(56) Citado por Cohen, p. 3.
(57) Citado por Cohen, p. 3.
(58) Perednik, p. 146.
(59) Doy crédito a Bernard Harrison por la idea recién presentada.
(60) Ver «Presidentes de Argentina, Brasil y Venezuela firman Declaración Conjunta condenando el Antisemitismo», comunicado de B´nai B´rith, 20/12/08.
(61) Stern, p. 46.
(62) Steyn.
(63) «Amnesty urges arms embargo on
(64) Schoenfeld, p. 20.
http://www.julianschvindlerman.com.ar/el-nuevo-antisemitismo.html
No vi en su bibliografia el libro de Kathleen Christison,
Perceptions of Palestine, University of California Press.
Si lo leyo que piensa de el?
eduardo