Jeff Jacoby
Si Egipto quiere tener alguna esperanza de transición hacia una democracia constitucional genuina, los Hermanos Musulmanes no deben ser tratados como socios democráticos legítimos.
Las sociedades libres y democráticas asumen riesgos. Garantizan la libertad de expresión o la libertad de prensa a riesgo de promover ideas nocivas, estúpidas o depravadas. Exigen un juicio justo antes de castigar a un delincuente, incluso si algunos que son culpables salen en libertad a consecuencia de ello. Dan a la ciudadanía el poder de elegir a sus gobernantes, a pesar de la refriega que generan las campañas electorales y de la posibilidad de que los votantes elijan a funcionarios corruptos o incompetentes.
Pero hay límites. «Libertad y justicia para todos» no obliga a dar poder hasta a aquellos que aspiran a acabar con la libertad y la justicia de un plumazo. En su famoso voto particular en la sentencia del caso Terminiello contra la ciudad de Chicago fallada por el Supremo en 1949, el magistrado Robert Jackson advierte contra la interpretación tan categórica de la Primera Enmienda como para reforzar «a los grupos totalitarios de izquierdas o de derechas, a los que nada les gusta más que paralizar y desacreditar… a la autoridad democrática». El compromiso con la democracia liberal no es una obligación de abrir el mecanismo democrático a las formaciones que rechazan tajantemente a la propia democracia liberal. Jackson advertía a la mayoría del tribunal de «templar su lógica doctrinal con un poco de inteligencia práctica», no sea que «convirtamos la Declaración de Derechos constitucionales en un pacto suicida».
Si hasta en América, donde las instituciones democráticas son antiguas y están firmemente asentadas, es importante estar vigilantes contra los cánceres antidemocráticos que se adhieren a nuestras libertades políticas con el fin de destruirlas, cuánto más importante debe de serlo en Egipto, país que todavía lucha por nacer una república democrática.
Es el motivo de que la cuestión de los Hermanos Musulmanes –prohibidos oficialmente en Egipto, pero que sin embargo son el mayor grupo de oposición del país– sea tan crucial.
Los Hermanos Musulmanes es la organización islamista más influyente del mundo, y el islamismo –la ideología radical que pretende la sumisión de todo el mundo a la ley islámica– es tal vez la fuerza antidemocrática más violenta del mundo actual. En palabras de Daniel Pipes, «es una versión del totalitarismo con tintes islámicos». Como el resto de dirigentes totalitarios, los islamistas desprecian el pluralismo democrático y la libertad por principio. Pero se muestran totalmente dispuestos a valerse de unas elecciones o de las campañas electorales como peldaños tácticos de acceso al poder.
Al igual queAdolf Hitler en 1933 o los comunistas checoslovacos en 1946, los islamistas se pueden presentar a un cargo público y ponerse el disfraz de demócratas; pero una vez que alcanzan el poder, no renuncian voluntariamente a él. Apenas unos meses después de que Hamás, una organización que dice ser «un ala de la Hermandad Musulmana», se alzara con la mayoría de los escaños en las elecciones palestinas de 2006, se hizo violentamente con el control de la Franja de Gaza. Más de 30 años después de que el ayatolá Jomeini se hiciera con el poder en Irán a base de prometer la democracia representativa, la dictadura islamista que construyó en su lugar sigue afianzada.
En Turquía, donde el mecanismo democrático fue implantado hace mucho por el ejército, la formación islamista Partido Justicia y Desarrollo, o AKP, ganó las elecciones en 2002 como una formación de conservadurismo democrático moderado. Desde entonces, sin embargo, el AKP se ha quitado su disfraz de moderado. «El partido se ha vuelto autoritario con la oposición», escribe Soner Cagaptay, que dirige el Programa Turco de Investigación del Washington Institute for Near East Policy. «Las manifestaciones multitudinarias contra el gobierno son disueltas a palos por las fuerzas de seguridad, las comunicaciones de los representantes de la oposición están pinchadas, y la prensa independiente es castigada con impuestos punitivos… El AKP ha neutralizado en la práctica al ejército. No sólo los altos funcionarios, también los críticos del Gobierno entre el estamento académico han sido objeto de ataques, acabando en la cárcel».
Si Egipto quiere tener alguna esperanza de transición hacia una democracia constitucional genuina, los Hermanos Musulmanes no deben ser tratados como socios democráticos legítimos. Durante más de 80 años ha sido un ferviente exponente del gobierno islámico, no del secular; de soberanía clerical, no popular. Su credo no podría ser más específico, ni más antidemocrático: «Alá es nuestro objetivo. El Profeta nuestro líder. El Corán nuestra ley. La Yihad nuestro camino. Morir por Alá nuestro mayor anhelo».
En 2008, el líder supremo de los Hermanos Musulmanes instaba públicamente a educar a jóvenes «muyahidines» –guerreros sagrados– «que amen morir tanto como los demás aman vivir y que puedan cumplir su deber hacia su Dios, hacia ellos mismos y hacia el país». Esta semana, el importante miembro de la Hermandad Kamal al-Halbavi manifestaba que su deseo es que Egipto tenga «un buen gobierno igual que el gobierno iraní, y un presidente tan bueno como Ahmadinejad, que es muy valiente».
La democracia es flexible, pero hasta en la mejor de las circunstancias es incompatible con el totalitarismo religioso. Lo que pretende la Hermandad Musulmana es la antítesis misma del pluralismo democrático y la sociedad civil libre. Los amigos de Egipto no deben dudar en decirlo, clara y enfáticamente.
Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe.
Libertaddigital.com
http://www.libertaddigital.com/opinion/jeff-jacoby/los-hermanos-musulmanes-no-tienen-cabida-58430/
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