Alberto Mazor
El pasado sábado, a lo largo del día, permanecí varias horas frente al televisor viendo las notas de la masacre en Itamar y los acontecimientos sobre el tsunami en Japón.
Como mucha gente, contemplé con desesperación la fuerza destructora del hombre y del agua; esos terroristas salvajes que en un lugar acuchillaban a niños inocentes y esas olas desvastadoras que en otro arrastraban coches, barcos, casas y árboles. Ambos sitios se convertían en una sombra negra.
Ese pasado sábado luego de varios días de lluvia, apareció el sol. Sin embargo, las noticias que hablaban de los asesinados en Itamar y de los muertos en Japón, hacían que mirara por la ventana y viera el cielo totalmente oscuro. Era ingenuo imaginarlo así, pero el mundo tenía un aire apocalíptico.
Los medios informaban que en Itamar dos sanguinarios palestinos degollaron a una bebé de 4 meses, mientras que desde Japón, un país muy preparado contra los terremotos, nos enseñaban gráficos sobre reactores atómicos a la vez que comentaban acerca de un posible desastre nuclear.
A media mañana, cuando desde Belén el primer ministro palestino, Salam Fayyad, tartamudeaba una pseuda condena «a todo tipo de ataques contra ciudadanos inocentes», en Japón estallaba uno de los reactores.
Desde Itamar, un comentarista alertaba sobre posibles represalias de israelíes contra palestinos que podrían convertir la región en un verdadero volcán. En Japón, un experto decía que no había de qué preocuparse; si el humo era blanco, afirmaba, se trataba «apenas» de una explosión de hidrógeno, y admitía que podrían haber pequeñas fugas radioactivas.
Una vez más, el terrorismo y la fuerza de la naturaleza, valga la diferencia, pusieron en evidencia los límites de la condición humana. Las ideologías radicales así como los avances técnicos nos muestran que estamos hechos en gran parte de odios, miedos y recelos.
Dicen que Purim es una fiesta al revés. Todo en ella viene oculto: Dios no es mencionado en el Libro de Ester, los orígenes de la reina judía y de Mordejai no son del todo claros, se nos dice beber hasta perder totalmente el control, y el disfraz que nos pondremos es una forma de sacar el subconsciente, lo que cada uno lleva dentro, ese disfraz que vestimos diariamente para aparentar una realidad que no admitimos que sea nuestra.
El asesinato a sangre fría de una criatura de 4 meses junto al horror de la naturaleza, que aplasta personas como ínfimas pulgas, nos da la sensación de un mundo al revés. La verdad es que estos hechos no son más que el punto crítico en el cual ya no hay modo de callar, ni tampoco de decir algo que tenga sentido.
Pero tanto las barbaridades como los desastres están en el alma de los seres humanos que viven simulando no creer que son mortales, haciendo, mientras pueden, como si no existieran esas amenazas. Es entonces que llamamos masacres o catástrofes a esas fotos que nos muestra la tele y en las cuales se desdibujan los disfraces con los que cubrimos a diario nuestra vergüenza y el abismo al cual estamos siendo arrojados.
Difusion: www.porisrael.org
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