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| viernes noviembre 22, 2024

El acoso a los cristianos en Tierra Santa y el síndrome de Esto-es-el-colmo


Mario Noya

Nuestro Tiempo, revista de la muy prestigiosa y más católica Universidad de Navarra, ha publicado un especial sobre la persecución de que son objeto los cristianos en distintas partes del mundo: «Las catacumbas del siglo XXI».

Al pasar las páginas dedicadas a Tierra Santa, a uno le saben las yemas de los dedos a almendras amargas. Lo sabía pero qué mal me ha sentado volver a constatarlo: nuestro tiempo es el del conocimiento inútil y la ceguera voluntaria.

«La desaparición de los cristianos de Tierra Santa», se titula la pieza de marras, firmada por Erika Jara y protagonizada por el padre Firas, «sacerdote católico de origen jordano» y de destino universal pero igual no, por su discurso nacionalista; el doctor Hazmi, «un dentista palestino cristiano que trabaja en Ramala» y tiene a sus dos hijos viviendo en Estados Unidos, y «el padre palestino Manuel», que vive en Cisjordania desde que, Operación Plomo Fundido mediante, no puede vivir en Gaza.

El padre Firas de origen jordano es, se nos informa, «jefe de estudios de una escuela del Patriarcado Latino en el poblado de Jifna, al norte de Ramala»; una escuela con abrumadora mayoría islámica: son musulmanes 150 de sus 200 alumnos. «Todos nos sentimos parte del mismo pueblo», afirma el padre Firas de origen jordano. Antes en el reportaje, el doctor Hazmi había destacado la «buena integración de los cristianos en una sociedad dominada por el islam» (pero las palabras no son suyas sino de Erika Jara).

Por eso, cuando se les pregunta por el principal problema de los cristianos en Palestina, tanto Hazmi como el padre Firas contestan al unísono: «La ocupación israelí».

Ramala, históricamente cristiana, es hoy una ciudad de abrumadora mayoría islámica. Hay un cristiano por cada tres musulmanes (y medio, si nos ponemos picajosos con la estadística). Son 7.000 los primeros, de un total de 25.000. (No hay un judío ni para un remedio antisemita, aclaro). Hacen bien en integrarse. Y si tienen que pagar, que paguen.

Como el doctor Hazmi, el pastor Isa vive en Ramala. Vivía, por mejor decir. Del pastor Isa, además del nombre, sabemos el apellido. Su caso no lo encontramos en Nuestro Tiempo, sino en medios como el Jerusalem Post o CNS News:

Hace pocas semanas [este texto es de diciembre de 2008], el pastor de Ramala Isa Bajalia, [ciudadano] americano de origen árabe [su familia procede, precisamente, de Ramala], declaró públicamente haber sido amenazado por un oficial de la Autoridad Palestina, que le exigió 30.000 dólares en concepto de protección. El 11 de noviembre, la cadena Fox reportó: «El pastor Isa Bajalia es legalmente ciego, y el oficial le dijo que le dejaría lisiado de por vida. Los problemas empezaron después de que los miembros de la iglesia [del pastor Isa] rezaran junto con varios palestinos. Bajalia dice que [desde entonces] ha estado bajo vigilancia y recibido amenazadas».

Al parecer, al pastor Isa Bajalia el matón uniformado que le extorsionaba le auguró la misma suerte siniestra que corrió Rami Ayyad, un librero cristiano que fue apuñalado hasta la muerte en Gaza en julio de 2007.

El pastor Isa Bajalia acabó abandonando Ramala. Gaza. En Gaza vivía el padre palestino Manuel hasta que Israel desencadenó la Operación Plomo Fundido. El padre palestino Manuel, que asegura que el mayor problema de los gazatíes –sean cristianos o musulmanes que votan en masa al partido fundamentalista islámico Hamás– es «la desesperación y la pérdida de la fe», por otro lado

quita importancia a las fricciones entre cristianos y musulmanes: «Todos sufrimos igual y nos consideramos parte de un único pueblo», comenta.

En cuanto a Hamás, el padre palestino Manuel apunta que mantiene un contacto cordial con sus líderes, quienes escuchan sus problemas y tratan de protegerles. ¿»Protegerles»? ¿Es una errata el plural? ¿»Protegerles»? ¿De quiénes? ¿De los judíos que no hay en la Franja? No, de los tiburones que acechan en «un océano de musulmanes en el que la mayoría son puros e inocentes».

La desesperación que se vive en Gaza es un caldo de cultivo perfecto para que el número de tiburones se reproduzca rápidamente, como de hecho está sucediendo. Por suerte, hasta ahora Hamás los tiene controlados.

Qué suerte, padre Manuel, que Hamás sea tan cordial con los cristianos y esté tan atento a los desmanes de los escualos islamistas. Hamás, el «movimiento de resistencia islámica» que considera que «la tierra de Palestina» (en la que incluye a la Tierra de Israel) es «un waqf islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio» –un waqf islámico en el que, obviamente, ha de regir la sharia, que condena a los cristianos a convertirse o someterse– y que ha llamado reiteradamente en su televisión a matar judíos y cristianos hasta que no quede uno.

A Ramy Ayyad, ya vimos, no le dieron tiempo a «quitar importancia a las fricciones entre cristianos y musulmanes». Los tiburones le cosieron a puñaladas. La protección de Hamás debió de llegarle tarde. Su pastor (baptista), Hanna Massad –también de éste conocemos el apellido; tampoco sabemos el del padre palestino Manuel–, optó cuando lo martirizaron por huir de la Franja. «Los cristianos son asesinados aquí, por no hablar de los musulmanes conversos –leemos no en Nuestro Tiempo sino en el Washington Times; a un cristiano de la ciudad de Gaza llamado Ashraf y que, vaya por Alá, prefiere no dar su apellido–. Yo dejé de ir a la iglesia incluso antes del golpe» de Hamás. Porque esa es otra que lo mismo se nos pasa leyendo la revista de la Universidad de Navarra: Hamás gobierna en Gaza luego de levantarse contra el Gobierno de la Autoridad Palestina y exterminar a los seguidores locales de Al Fatah. Un solo pueblo tan unido y tal.

Según el padre Artymos, de la Iglesia Ortodoxa Griega, los cristianos y los musulmanes viven pacíficamente en Gaza, «pero las conversiones y la construcción de nuevas iglesias están prohibidas». La buena integración de los cristianos en una sociedad dominada por el islam, que diría Erika Jara.

Por cierto, en Gaza los cristianos son 3.000 entre 1,5 millones de musulmanes. Algunas fuentes sostienen que, desde que Hamás tomó el control, 2.000 creyentes en Cristo han abandonado esa porción del waqf islámico de Palestina en la que se llama a los cristianos a la sumisión, se advierte a los misioneros de que serán tratados «con severidad» y se asaltan escuelas y conventos católicos.

También se habla en Nuestro Tiempo de Jerusalén, cuya población cristiana «podría reducirse a la mitad en seis años», alerta Jara, «si se siguen confiscando permisos de residencia al mismo ritmo que en la actualidad». Jara habla de 9.000 cristianos; los datos oficiales, de 11.000. Cuando, en 1948, la muy islámica Jordania ocupó la ciudad tres veces santa (pero el caso es que los judíos y sólo los judíos la han rezado por milenios, y elevado al rango de capital cada vez que han podido), los cristianos eran 28.000. Cuando Israel expulsó a los jordanos, sólo quedaban 11.000, la misma cifra que ahora, sí. Habían pasado sólo veinte años. Este dato no lo da Jara. Tampoco este otro: en 1952, los cristianos representaban el 18% de la población de Jordania y Cisjordania; hoy, no llegan al 4%. La culpa debe de ser de los judíos. Los judíos, por cierto, no pueden ser ciudadanos de Jordania, reino moderado donde los haya. Lástima no saber qué opina de todo esto el padre Firas de origen jordano.

«La desaparición de los cristianos de Tierra Santa» tiene una laguna, no, un agujero del tamaño de los boquetes que abren en Israel los cohetes que lanzan desde Gaza los entrañables terroristas de Hamás: y es que no se dice una sola palabra de la situación de los cristianos en las cristianísimas Belén y Nazaret. Lo de «cristianísimas», ya, es un decir: en Nazaret («¡El islam dominará el mundo!»), los cristianos eran el 60% de la población al finalizar la Segunda Guerra Mundial; hoy, a las apuradas alcanzan a ser el 30%: 22.000 de un total de 72.000 habitantes. En Belén, la descristianización ha sido aún más profunda: antes de la transferencia de la ciudad de Jesús a la Autoridad Nacional Palestina (1995), los cristianos eran más del 60% de la población; hoy son el 20%, si bien algunos rebajan aún más la cifra, hasta un estupefaciente 12%. Según los investigadores Jonathan Adelman y Agota Kuperman, tres cuartas partes de los cristianos originarios de Belén viven fuera de la ciudad.

Belén tiene que quedar fuera de una pieza como «La desaparición de los cristianos de Tierra Santa» porque no encaja en el discurso de la apacible hermandad cristiano-musulmana puesta a dura prueba por la ocupación (¿por la existencia?) de Israel. Porque si se habla de Belén se tiene que informar de la virulenta islamización de la plaza, que por tal motivo vio incrementada su extensión territorial en tiempos de Arafat, rais que mostró el respeto que le merecían los cristianos cuando convirtió a la fuerza un monasterio ortodoxo en su residencia oficial en la ciudad. Si se habla de Belén no hay más remedio que referirse al asalto sacrílego a la Iglesia de la Natividad de abril de 2002, perpetrado por terroristas de Hamás, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa y las milicias Tanzim, estas dos últimas integradas en Al Fatah, el partido del entonces presidente palestino. O historias como la muy triste del taxista George Rabie, a quien unos musulmanes maltrataron por llevar un crucifijo en el parabrisas, o la terrible del joven Jeriez Moussa, de la vecina Beit Jala, cuyas hermanas (Rada, de 24 años, y Dunya, de 18) fueron asesinadas en su propia casa.

Su crimen fue ser unas muchachas cristianas y atractivas que lucían ropa occidental y no llevaban velo. Rada se había estado acostando con un musulmán en los últimos meses. Una organización terrorista, la Brigada de los Mártires de Al Aqsa, emitió un comunicado en el que reivindicaba el asesinato y en el que decía: «Queremos limpiar la casa palestina de prostitutas».

Si se hablara de Belén, en fin, habría que hablar con gente como Joseph Canawati, propietario del hotel Alexandria, que ya en vísperas de la Navidad de 2006 declaraba a Elizabeth Day, del Daily Mail:

No hay esperanza para la comunidad cristiana. No creemos que las cosas vayan a ir a mejor. Para nosotros, esto se ha acabado.

De vuelta al mundo de Nuestro Tiempo damos con estas líneas, con las que concluye Erika Jara su pieza viciada:

(…) el padre Firas anima a los peregrinos cristianos de todo el mundo a que dejen de visitar las piedras muertas de Tierra Santa [la cursiva es mía] y se concentren en las vivas: «Los palestinos cristianos que deben poder contar su historia y necesitan saber que afuera tienen apoyo».

El final no luce impostado y desde luego no es irónico, por mucho que parezca proferido por una víctima paradigmática del síndrome de Esto-es-el-colmo.

www.marionoya.com
Difusión: PorIsrael.org

 
Comentarios

La periodista hace mucho honor a su apellido!

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