Mario Satz
Algunas religiones privilegian la meditación, otras la devoción, otras más el rito o la experiencia extática y algunas pocas el estudio. Así, el budismo se inclina por la primera opción, el cristianismo por la segunda y el shamanismo por la tercera, en tanto que el judaísmo ha hecho, a partir de cierto momento de su historia, del estudio su columna vertebral. Ya en el bíblico libro de los Proverbios hallamos esta inclinación por la sabiduría, por cierto diferente de la sofía griega pero en cierto modo afín a ella. Mientras que la meditación tiende a la introspección, el ejercicio de la devoción a la entrega irrestricta, el éxtasis a la salida de sí y el viaje astral, sólo el estudio se mantiene en eso que San Jerónimo llamará, en su época y por influencia rabínica, una sobria ebriedad. Una lucidez consciente que insiste en el valor del diálogo y los diferentes puntos de vista sobre un mismo tema o experiencia.
A lo largo y ancho del Talmud, enorme océano de anécdotas, aforismos, casuística y leyes judías, vemos desplegarse las opiniones de distintos maestros contemporáneos unos de los otros o bien de épocas lejanas pero cuya influencia aún se deja sentir en las generaciones actuales, que los evocan y tienen siempre presentes como seres de carne y hueso, figuras que aunaron sentido común, juicio crítico y fe profunda en una manera íntegra de vivir. Es frecuente que se cite la palabra de un antiguo sabio y luego se diga que si éste es capaz de oírla, ´´se estará dando vueltas de gusto en su tumba´´. Detalle que revela hasta qué punto los hebreos valoran y respetan a sus sabios. En cierto sentido la tradición judía se parece a la confuciana: jerarquiza las relaciones humanas, admira a los ancianos y valora la transmisión del saber a través de la familia. Buscando, en todo momento, lo que Maimónides, el médico de Córdoba, denominaba la shbil ha-zahab o senda dorada que media entre los extremos y promoviendo, con el hábito del estudio, la agilidad del metabolismo psíquico, tan necesaria al cuerpo humano como a su conducta social. Aquel que estudia y dialoga sobre lo estudiado tiene cierta ventaja sobre el meditador, el devoto o el extático: comprende bien pronto que las verdades halladas deben someterse al consenso común para ser efectivas, incluso si ese consenso no es favorable a nuestro parecer. De ahí que oigamos, por boca de un sabio como Rabí Janina ben Dosa, que: «Todo aquel que se deleita en el espíritu de sus semejantes es objeto de deleite para el Espíritu del que está en todas partes. Y todo aquel que no siente deleite en el espíritu de sus semejantes tampoco es objeto de deleite para el que está en todas partes.»
Tal vez la reflexión más importante para hallar la clave del énfasis judío en el estudio se deba a Rabí Yoshua, hijo de Leviá, quien solía decir:´´ Las tablas de la Ley fueron obra del Creador y también la escritura que grabó sobre ellas( Exodo 32:16). Donde dice jarut, que significa grabado, también es posible leer jerut, libertad. Por lo tanto, libre es el hombre que trabaja en el estudio de la Torá o Ley.´´. Esta sinonimia curiosa entre libertad y estudio es fácil de constatar. Dado que las míticas tablas eran de piedra y lo escrito sobre ellas estaba en bajorrelieve, hubo que librar a la piedra de piedra para que se dibujaran las palabras. Es decir que fue necesario ´´vaciar la materia para representar la obra del espíritu´´. Estamos ante un juego de conceptos hebreos que, como es sabido, se escribieron en su origen sin vocales permitiendo lo que se llama variación diacrítica: hacer una lectura diferente de la misma palabra reemplazando sus vocales, método que, por cierto, vemos insinuar al Rabí Jesús en los Evangelios ya que él mismo fue un lector generativo capaz de llegar al fondo de los textos sagrados y sostener que la verdad nos hará libres( Juan 8:38). Lógicamente esa verdad que fomenta la libertad supone e implica investigación, estudio, análisis y por fin síntesis.
Allí donde una tradición cultural y religiosa es fuerte otra es débil y viceversa. Ninguna tiene, empero, la panacea absoluta, aunque todas aspiren a guiar al ser humano para que, por lo menos, no deje de serlo. La fuerza y pervivencia del pueblo judío a través del espacio y el tiempo, desgarrado y martirizado durante gran parte de su historia y aún hoy -período en el que lucha por su derecho a vivir en su tierra ancestral y contra un pueblo que tiene tanto arraigo como él a la geografía de sus mayores-, todavía se basa en esa inveterada pasión por el estudio, la investigación, la exploración psíquica y el diálogo que coteja saberes. Quien visite en Jerusalén el Instituto Yad Vashem o Memorial del Holocausto podrá ver una foto singular, la de un grupo de estudiosos de Varsovia que mientras el ghetto cae destrozado bajo el fuego nazi se empeñan en seguir leyendo y estudiando en el viejo sótano de su escuela. Fieles al espíritu de la letra, entregados a las reverberaciones del Espíritu.
que bueno es