-Eh, judíos-les dijo al oír la discusión-, os peleáis por minucias y no oís el llamado del ruiseñor a las cerezas aún verdes, ni oléis el perfume de la savia fresca ni disfrutáis del canto de las hojas giradas por el viento.
-¿Nos has oído?-quiso saber Rafael, avergonzado al ser descubierto en plena ofuscación verbal por un artista tan extraordinario como Bronislaw Legnica.
-Por supuesto que sí.
-Entonces ¿Qué opinas?-le interrogó Jacob-.Nuestros sabios dicen que el Creador ocupa todo lugar, memalé makom , lo que, implícitamente, significa que está en todas sus criaturas. Pero también que las trasciende y excede. ¿Cuál es el límite, entonces, entre El y nosotros, cuál es la frontera? ¿Cómo puede estar y no estar a la vez en la lengua con la que hablo y en los ojos con los que te veo?
-Pobre de mí- respondió el titiritero- Si pensara demasiado, si usara demasiado mi cabeza todos los hilos de mis muñecos se enredarían, cada uno de mis personajes querría pender de la horquilla de otro y en lugar de hacer reír por lo que ellos representan el público se burlaría de su hacedor, torpe víctima de sus propias dudas.
-¿Qué haces, entonces-quiso saber Rafael-para que eso no ocurra?
-Les dejo ser lo que cada uno de ellos intenta representar: villanos o nobles, traviesos o románticos, asesinos o ángeles.
-Sí- terció Jacob-, pero tú vienes aquí a buscar madera para tallarlos, concibes sus rostros y fabricas sus vestidos, dibujas su nariz y redondeas sus hombros. Eres como un pequeño dios para tus criaturas.
-¡Eso creía yo!-exclamó Bronislaw Legnica cortando una rama y esbozando una sonrisa irónica-.Hasta que me di cuenta de que cada árbol, como cada botón que sirve de ojo o cada pieza de tela que formará parte de un hábito ¡escogen su inclinación, insinúan su carácter! Ah, sí, somos como el cucú del reloj de Dios, pero probablemente El ignora tanto las horas de nuestros placeres como las de nuestro dolor. Sólo sabe de nosotros que estamos hechos de una madera demasiado frágil para emularlo. Cuando creemos acercarnos a su reino, como el péndulo, oscila hacia el otro lado, y cuando pensamos que se aleja de nosotros, en realidad prepara su regreso. No busquéis a Dios por encima de vuestras cabezas. Mirada hacia abajo, pensad en su péndulo.
Jacob y Rafael, atontados por la fraseología del titiritero, lo observaron desbrozar las ramas, desnudar cortezas y encender su pipa.
Luego, tras unos inesperados minutos de silencio en la sonora primavera del bosque, el de Legnica prosiguió:
-Aunque la cereza silvestre sea incomible el ruiseñor canta; aunque la savia se derrame el árbol no se desangra. Y las hojas ¿ A qué otra cosa se dedican sino a afilar sus bordes entre las u del viento y las o de mi admiración?
Mario Satz: La palmera transparente
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