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La Permanente Guerra Civil Musulmana


Daniel Greenfield

13 de julio de 2011

palestina__sx927793_930124xLo que la mala interpretación de la primavera árabe como una ola revolucionaria de democracia, en lugar de una explosión de tensiones existentes y de guerras civiles de larga data, le señala a muchos es cuán concienzudamente el experto en Medio Oriente del siglo XXI° ha desaprendido todo lo que su antecesor del siglo 19° sabía del mundo musulmán.

El experto del siglo XIX entendía al mundo musulmán como esencialmente inmutable, un hervidero de revueltas y luchas dinásticas, pero aún constreñido a las cadenas de sus limitaciones culturales y morales. Pero el experto del siglo XXI  insiste en una versión progresista de la historia, en la que la humanidad siempre se mueve hacia arriba. Donde cada acontecimiento, bueno o malo, es una fase del desarrollo histórico.

Hace 150 años, un observador occidental, informando sobre un gobernante musulmán expulsado ??del poder por una alianza de oligarquías y una turba enfurecida, habría dicho que era el mismo tipo de cosas que había estado ocurriendo en la región desde siempre. Su conclusión podría haber sido cínica, incluso fanática, pero también habría sido realista.

El experto siglo XXI° está demasiado ocupado mirando hacia el futuro, como para notar el pasado. La única historia del mundo musulmán que le preocupa es la historia colonial, la historia de las injusticias infligidas por los europeos sobre los nobles habitantes, y de la enorme cultura y los grandes logros de los lugareños. Esta mezcolanza de historia le informa que el progreso del mundo musulmán fue abortado por el imperialismo occidental. Y cuando el imperialismo occidental sea finalmente destruido por completo, entonces el mundo musulmán reanudará sus altos estándares de cultura cívica.

La Primavera Árabe, con su violento derrocamiento de gobernantes con respaldo occidental, le parece prometedora. Las organizaciones progresistas, como la Hermandad Musulmana, finalmente, tendrán su oportunidad para restaurar una civilización avanzada con los nobles principios del Corán.

No hay nada malo que pueda verse en esta formulación. «Todo el mundo» sabe que el Islam es mejor, más amable, más noble y más avanzado técnicamente que el cristianismo o el judaísmo. Puede tener sus fundamentalistas acechando en oscuras cuevas, pero qué de la bomba de abortos clínicos y de los colonos. Cuando los islamistas estén a cargo – sin duda seguirá una nueva era de libertad y de iluminismo.

Incluso los seculares no son mejores. La democracia es su ídolo, y la urna su altar. Pero, ¿Qué significa la democracia para naciones divididas por origen étnico, tribus y religión? ¿Y cómo negociar un consenso a través de tales irresolubles identidades?

Líbano es una demostración de cómo se ve el multiculturalismo mezclado con el Islam, incluso en una zona moderna, con fuerte influencia europea. Una guerra civil permanente que jamás puede ser resuelta pacíficamente. El mundo musulmán no es más pacífico, sólo más pacificado por tiranos y tanques. Quítese al tirano y sus tanques, y se reanudará la guerra civil, hasta que sea apaciguada por otro tirano. El ciclo se repite indefinidamente.

La Unión Soviética, alguna vez, fue denominada como «Cárcel de Naciones». Pero así son todos los imperios. El mundo musulmán es un imperio roto, una vasta colección de piezas dispersas, de pueblos subyugados, culturas destruidas, hoscas tribus y familias rivales hacinadas en una identidad musulmana. Sin nada en común, salvo su odio hacia los infieles.

El mundo musulmán nunca puede estar en paz, porque los musulmanes no están en paz consigo mismos. Y sus gobiernos se basan en algún tipo de alianza negociada, tal como se puede ver en forma cruda en Afganistán, donde los caudillos juran lealtad a cambio de sobornos, entre tribus, comunidades y familias poderosas. Cuando la alianza cambia o un gobernante muestra debilidad, la infraestructura de gobierno se viene abajo.

La Primavera Árabe es tan poco glamorosa como todo eso. No es básicamente diferente a la de de un guerrero afgano cambiando sus lealtades. Aunque esté revestida del activismo de Twitter, publicando fotos y banderas – es el mismo juego con un logotipo mejor. Las turbas no comenzaron a derrocar a los gobernantes árabes cuando Twitter fue inventado. No se detendrán cuando todo el mundo se haya olvidado de lo que era Twitter.

Sin progreso, el futuro sólo puede ser una continuación imperfecta del pasado. Y el progreso viene de la duda que lleva a la reforma. La reforma no es una cuestión de denunciar a los políticos, sino de denunciarse a uno mismo. El mundo musulmán está lleno de denuncias, pero son absolutamente partidistas y externas. La familia culpa a la tribu. La tribu culpa al partido. El partido culpa al gobierno. El gobierno culpa a los turcos, a los ingleses, a los sionistas o a los estadounidenses. Así, el problema es exorcizado e inmortalizado.

La culpa es asignada a un chivo expiatorio extranjero. Y el experto del siglo XXI° persigue al chivo expiatorio, sea que se trate de la política exterior estadounidense, de los asentamientos israelíes, del precio del trigo o de la Organización Mundial de Comercio. Y esto es lo que hace, con su Kindle mostrando el último número de The Economist, su reloj ajustado en tres franjas horarias, y su página Flickr llena de fotos de él posando con niños nativos, tan débiles como su predecesor del siglo XIX°. No es tanto lo que sabe, como lo que no sabe, y no tiene idea de que no lo sabe. Y no escucharía si se le dijera.

Finalmente, el chivo expiatorio es acorralado, pateado y golpeado. Se produce una revolución. La multitud vitorea. Se toman fotos de los manifestantes, lanzando heroicamente cócteles molotov al aire contra la policía. Una década más tarde los manifestantes visten uniformes policiales y torturan manifestantes en sótanos ocultos. Cualquier libertad que haya habido bajo el régimen anterior, ha sido disipada. Todo el mundo vive con miedo y culpa de esto a los expertos del siglo XXI° y su política exterior.

Este Día de la Marmota es tan difícil de descartar, porque está incrustado en las propias fracturas que provocaron que todo esto suceda. Las conquistas islámicas no trajeron una edad de oro, sino una edad de esclavos. Fueron destruidas, en parte o totalmente, culturas de millones de personas. Entonces, después de que cayeron los califatos, entraron las democracias occidentales, matizadas en sus bordes y esperando que todo salga bien, siempre y cuando se celebren regularmente elecciones.

El mundo musulmán tiene solamente al Islam como su consenso común, y la única forma de gobierno que ofrece es el dominio por conquista, y la autoridad a través de las escrituras coránicas. Ninguno representa algún tipo de consenso duradero. Los reyes que rastrean su linaje hasta Mahoma y los imanes que gritan por democracia, en tanto y en cuanto los coloque en el poder, son el patético fin de esta filosofía fracturada.

Hay elevados ideales en abundancia, pero no hay manera de implementarlos. Los musulmanes se calman unos a otros con historias de su propia nobleza y grandeza, inútiles sustitutos de la cosa real. Pero un gobierno que no está compuesto por un puñado de familias poderosas, de un coronel del ejército o de una oligarquía de clérigos, es una cosa rara. Y ninguna de ellas puede durar.

Los hachemitas pasaron de gobernar tres países, a gobernar un pequeño reino bajo la protección de Israel y Estados Unidos. Los sauditas que los sustituyeron, pueden caer con la misma rapidez, cuando la rueda gire. Egipto puede encaminarse hacia un gobierno clerical, al igual que Irán puede encaminarse lejos de un gobierno clerical. Y si no, hacia un gobierno militar. Un viejo error puede ocurrir tan bien como otro.

Es revelador que lo que no funciona es la democracia. La democracia no impide que los sunitas y los chiitas, en Irak, se maten unos a otros. O que los kurdos forjen su estado independiente. Y no impidió que los cristianos fueran expulsados. Estas divisiones son un adecuado testimonio de la deficiencia cultural de tratar de construir un consenso nacional sobre un suelo tan delgado.

El mundo musulmán se enorgullece de su sabiduría, pero su sabiduría es inutilidad. Puede ver conspiraciones en un grano de arena, pero no redimir sus propios defectos o tratar sus propias heridas. Mahoma y sus sucesores no unieron a los pueblos que cayeron bajo su dominio, los retrasaron. Les hicieron imposible desarrollarse y entonces envolvieron ese retraso en la bandera del Islam. Y de ahí proviene la permanente guerra civil musulmana.

Lo que hierve en las calles de las grandes ciudades es el mismo patrón de violencia y traición, aspiración y desintegración, que se jugó hace tiempo en las arenas del desierto. Los conflictos de culturas no pueden moverse más allá de su propio tribalismo. No dispuestos a dejar atrás las cadenas de su pasado y a convertirse en verdaderos pueblos y naciones, en lugar de esclavos del Islam.

http://sultanknish.blogspot.com/

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

Difusion: www.porisrael .org

 
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