Mario Noya
Hablaba yo la otra noche con un amigo israelí de cosas regulares tirando a malas; y en un momento dado mi amigo israelí, por ver de espantar la murria, orgulloso me comentó con sorpresa, regocijado: «Celebraron la independencia con banderas de Israel, querido…».
Me hablaba de sudaneses del sur en su día grande, 9 de julio de 2011, Día de la Independencia de su patria, que desde entonces ya no forma parte del Sudán árabe, musulmán, genocida de negros cristianos o animistas (¡o musulmanes!). Estaban en su capital, Juba, bailando y cantando, exhibiendo junto a su bandera las de Israel y los Estados Unidos de América.
He dicho que mi amigo se sorpendió y he dicho bien pero Edwin no tenía motivos, fuera de los estrictamente sentimentales que te llevan a exclamar «¡No me lo puedo creer!» cuando las cosas salen como debieran: había razones de sobra para que aquellos chicos enseñaran esa bandera israelí que a todas luces hasta unos minutos antes había ejercido de sábana, o acaso fue mero pedazo de tela blanca. Porque Israel siempre ha estado junto a los machacadísimos sudaneses del sur. Durante la eterna guerra (1955-72, 1983-2005) que libró contra el Norte arabo-musulmán, y que se estima causó la muerte de dos millones de personas y el desplazamiento de otros cuatro millones, el Sur contó con el apoyo de Jerusalén; al punto de que, tras su fulgurante victoria en la Guerra de los Seis Días, y según relataba hace unos meses Oren Kessler en el Jerusalem Post, el Tsahal envió a sus amigos sursudaneses parte del arsenal capturado a sus múltiples enemigos árabes.
«We love Israel people», declaró recientemente Elia Dimo, uno de los creadores del Ejército de Sudán del Sur, a la televisora israelí Channel 10. «Por lo que a nosotros respecta, Israel es un país amigo, y nosotros amamos al pueblo de Israel. Pensamos que son el pueblo elegido y rezamos por ellos. Los queremos, y queremos tener una relación muy estrecha con ellos».
Ya en octubre, el ministro sursudanés de Información, Barnaba Marial Benjamin, adelantaba que el 193º Estado miembro de la ONU no tenía enemigos y que estaba dispuesto a establecer relaciones con cualquier país, empezando por ese que no es un país cualquiera: «Varios países árabes tienen relaciones diplomáticas con Israel, ¿por qué nosotros no?», se preguntó, pensando precisamente en aquellos que no decían ni mu cuando el arabísimo presidente del Sudán, Omar al Bashir, desataba verdaderas campañas de exterminio en Sudán del Sur (y en Darfur) pero con todo el cuajo se permitían el año pasado vigilar los primeros pasos del recién nacido… ¡antes de que los diera! Con menos mano, el presidente del nuevo país se sacudió la presión en diciembre aclarando o clamando: «Israel sólo es enemigo de los palestinos, no un enemigo del Sur». Luego se lo pensó mejor, o le presionaron más aún, negó que su Gabinete tuviera lazos con Jerusalén y dijo «entender» la «sensiblidad» que hacia este asunto muestran los regímenes árabes, tan sensibles ellos con su propia gente, en Trípoli como en El Cairo, en Damasco y en Rabat, en Riad o en Saná…
Decíamos que el 9 festejaron en Juba con banderas de Israel y el nuevo país. Otro tanto hicieron al día siguiente dos o trescientos sursudaneses en Tel Aviv. (¿Por qué el 10? Por deferencia a sus anfitriones: incluso en la laiquísima TA quisieron respetar el shabbat). Se reunieron en el edificio Panorama, bailaron, cantaron, rieron, se acordaron de sus vivos y sus muertos, sintieron nostalgia, previeron:
«Nuestros padres nacieron con la guerra, nosotros nacimos con la guerra», dice Simon Laderk, que contribuyó a la coordinación del encuentro [y que estudia Arqueología en Netanya]. «Pero ahora va a haber un cambio. (…) Espero que mi Gobierno tenga éxito. Necesitamos volver y apoyar a nuestro país».
En Israel hay unos 8.000 sudaneses, la mitad de los cuales procede del Sur ahora independiente. Gozan de protección por parte del Estado israelí –que, dicho sea de paso, no tiene relaciones con el régimen de Omar al Bashir, sobre el que pesa una orden de detención cursada por el Tribunal Penal Internacional, que le acusa de crímenes de guerra; Jerusalén, por su parte, denuncia su complicidad con la organización terrorista Hamás–, y cuentan con la asistencia de ONG como Operation Blessing, que ya ha ayudado a más de 600 a volver a su tierra, en la que ya está trabajando IsraAID, The Israel Forum for International Humanitarian Aid; con un proyecto de largo aliento, según se desprende de estas palabras de su fundador y director, Shachar Zahavi:
Israel, un país pequeño y relativamente nuevo, ha adquirido experiencia en cuestiones como la gestión del agua, la agricultura, el tratamiento del síndrome de estrés postraumático, la educación o la inmigración, una experiencia que podría ser valiosa para la gente de Sudán del Sur, que se dispone a construir su propia nación. Nuestro objetivo, coherente con los valores judíos, es tender la mano a nuestros nuevos amigos en todo aquello en que podamos serles útiles.
También quiere ayudar, de la mejor manera posible –o sea, posibilitando que Sudán del Sur se abra al mundo de los negocios y que el mundo de los negocios se abra a Sudán del Sur–, Meir Greiver, dueño de la South Sudan Development Company: «Es muy simple: el país está abierto y preparado para ser levantado desde los cimientos. El Norte jamás invirtió en el Sur, no lo desarrolló, y ahora hay mucho que hacer ahí», dice el veterano (73 años) emprendedor, que trabajó durante 22 años en Sudáfrica. Pueden dar idea del maltrato que infligía Jartum al territorio estos pocos datos: Sudán del Sur, con sus 644.329 kilómetros cuadrados (más que España y Portugal) y sus 8,2 millones de habitantes, tiene sólo 2 aeropuertos de pistas asfaltadas (Sudán –1.861.484 km2, 37 millones de habitantes–, 19), sólo 60 kilómetros de carreteras asfaltadas (Sudán, 4.320) y sólo 236 kilómetros de vías ferreas –en pésimo estado– (Sudán, 5.978 –y mucho mejor conservados–). Pero volvamos a Greiver, que es cualquier cosa menos pesimista:
[Sudán del Sur] tiene una gran cantidad de petróleo y otros recursos naturales que están esperando a ser utilizados y que ayudarán al país a salir adelante (…) El potencial para hacer dinero en diferentes campos es enorme. Tienen oro, uranio. Hay quien dice que tienen incluso algo de aluminio. Sin la menor duda, es un lugar donde se pueden hacer muchas cosas.
Y encima –incita Greiver a sus compatriotas– son muy proisraelíes, «no sólo por su creencia religiosa de que somos el pueblo elegido, sino porque Israel les ayudó en los años 60 y 70». Y cuando el periodista por fin le mienta el topicazo tóxico que opone ayudar al hambriento con enseñarle a que se haga la comida (y en el entretanto se la vendes, a cambio de lo que sea, incluso de su desempeño como pinche), Greiver le da una lección de vida:
Mire, yo no hago esto sólo por cumplir con unos muy nobles propósitos, también quiero ganar dinero. Pero no se trata de explotar a nadie, sino de dar y tomar.
De cooperar. De servir a y servirse de los demás. El mercado era, es y será esto, siempre que se lo deje, que se deje a la gente de carne y hueso que lo integra, estar.
Para el cierre recurriré de nuevo a Laderk, que celebró el advenimiento de la independencia de su país en su segunda patria, ese Israel vilipendiado como Estado canalla por la chusma flotillera y su cáfila de semejantes atorrantes:
En el mundo, mucha gente odia a Israel. Nosotros no. Nosotros amamos a Israel. Y quiero que su gente y su Gobierno unan sus manos y ayuden al pueblo sudanés.
http://exteriores.libertaddigital.com/con-banderas-de-israel-1276239227.html
van aprogresar mucho pues es un pais muy inteligente y democratico.Por algo hablan bien de Israel reconocen yagradecen la ayuda y la mano que le dio el pueblo JUDIO.