Marcelo Wio
Hagshama.org.il
6/9/2011
«The great enemy of the truth is very often not the lie -deliberate, contrived and dishonest- but the myth -persistent, persuasive and unrealistic-» John F. Kennedy
«El gran enemigo de la verdad es a menudo no la mentira – deliberada, malintencionada y deshonesta- sino el mito -persistente, persuasivo e irrealista-» John F. Kennedy
La narrativa es vital porque es el vehículo de la historia. Y no un mero transporte, o estructura, sino una entidad que cobra vida a la vez que interactúa con los hechos que narra y les otorga vida. Sin la narración el suceso moriría en el olvido. Por eso es una herramienta tan relevante. Pero sobre todo, porque es constituyente de la identidad social a la vez que es construida desde esa identidad. Marc Currie, de la Universidad de Aberdeen, en Postmodern Narrative Theory manifiesta que «se ha reconocido que la narrativa juega un papel central en la representación de la identidad, en la memoria personal y en la auto-representación, o en la identidad colectiva de grupos tales como la religión, nacional, raza y género». Por eso mismo las historias han influido siempre sobre los hombres, haciendo que cambien intenciones, planes e ideas. A su vez, la narrativa brinda una profunda unidad e integración al demarcar idiosincrasias y modelos mediante la definición de límites precisos y definitivos de lo que entra en el canon expositivo.
Esta prerrogativa permite que el solo hecho de nombrar algo lo haga veraz, real; lo crea un gran poder a la hora de configurar opiniones, posturas y hasta credos. Incluso, hasta crear experiencia ficticia. Lo decía Edmond Jabés en El libro de las preguntas: «Para existir se necesita primero ser nombrado».
En este sentido, no ha de extrañar que se produzcan colisiones entre narraciones, entre metáforas de la vida que incluyen ciertos aspectos en detrimento de otros y hacen que las posturas lleguen a encontrarse en planos diametralmente opuestos debido a que la narrativa supone una cierta primacía de una creación mental; con lo cual el hecho histórico es susceptible de ser cargado de significados ilegítimos para acomodarlo a la trama que se presenta, perdiendo contacto con las circunstancias históricas que lo propiciaron y tomando un marcado sesgo emocional.
La construcción del discurso palestino
En el caso palestino, el establecimiento de la narración es unidireccional: desde el poder, el gobernante, hacia abajo, y así lo dejan claro sus líderes en el artículo 15 de la Carta Fundacional de Hamas: «Es necesario instalar el espíritu de Yihad en el corazón de la nación, para que se enfrenten a los enemigos y engrosen las filas de los combatientes».
Fundan, en consecuencia, su narración en una ofensa (la ‘Nakba’), en una humillación que requiere una respuesta acorde. Por ello, la guerra de 1948 fue, desde su perspectiva, conflicto colonialista provocado por la creación de Israel y no una agresión de cinco ejércitos árabes contra Israel. Este relato puede resumirse mediante el artículo 11 (capítulo 3) de la carta de Hamas: «Palestina es un territorio Waqf islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio…
Ésta es la ley que rige para la tierra de Palestina en la Sharia islámica, e igualmente para todo territorio que los musulmanes hayan conquistado por la fuerza, porque en los tiempos de las conquistas los musulmanes consagraron aquellos territorios a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio… Todo procedimiento que contradiga la Sharia islámica, en lo que concierne a Palestina, es nulo y sin valor» (itálicas mías). La Sharia, dice lo que ellos dicen que diga. La tierra prometida por sus antepasados conquistadores: es decir, Al Andalus también.
En su visión del mundo es el Islam el que «Tutela los derechos humanos – Art. 31 – y se guía por la tolerancia islámica en el trato con los seguidores de otras religiones. A ninguna de ellas hostiliza, excepto que ella lo hostilice o se atraviese en su camino para dificultar sus movimientos e inutilizar sus esfuerzos. Bajo la protección del islam es posible que los seguidores de las tres religiones… coexistan en paz y tranquilidad unos con otros. La paz y la tranquilidad no serían posibles de otro modo que bajo la protección del islam».
Se hace patente la incapacidad de verse como iguales, de dejar de sentirse predestinados a gobernar el mundo. Incapacidad para convivir pacíficamente. Una incapacidad para admitir ninguna otra forma de expresión, de credo, de ideas. Todo debe estar supeditado al Islam, a su ley, a su capricho. Y justamente, la ‘tolerancia’ de la que hablan viene a indicar lo dicho: porque tolerar es encontrarse en una posición de dominio en la cual se puede o no consentir, soportar, la presencia del otro. La historia, una vez más, desmiente los dichos y las pretensiones sin fundamento. Los judíos y los musulmanes han estado conviviendo e interactuando desde los primeros días del islam. «De hecho – plantea el politólogo israelí Yossef Bodansky, en su artículo Islamic Anti-Semitism as Political Instrument -, desde el mismo inicio, la discriminación y la hostilidad fueron institucionalizadas bajo el gobierno del islam… tanto a los judíos como a los cristianos nunca se les otorgó una igualdad legal – eran Dhimmi… la ‘Dhimminitud’ es un estado de patronazgo. En otras palabras, la medida de la libertad y la prosperidad concedidas a la población Dhimmi es un acto de caridad del gobernante musulmán, no una obligación, y definitivamente no es un derecho de los Dhimmi…; la ley le confería al gobernante musulmán vía libre para implementar la ley como quisiera, y consecuentemente, la magnitud de la discriminación contra los Dhimmi variaba de un período a otro y de un gobernante a otro. Más aún, la esencia del arancel especial… impuesto a los Dhimmi es la expresión de capitulación absoluta a la supremacía del Isalm…».
Paul Ricoer, filósofo francés, describía en su libro Narratividad, fenomenología y hermenéutica, que «… la historia combina la coherencia narrativa y la conformidad con los documentos. Este vínculo complejo caracteriza el estatuto de la historia como interpretación». El problema reside precisamente cuando se desprecian los registros históricos y se utiliza en su lugar la exaltación de las emociones, los libelos, la distorsión de los hechos (que se dan por probados por la mera enunciación de los mismos a través de personas relevantes para el grupo social). Supone eludir la historia para pactar con la arbitrariedad, confundir opinión con veracidad y trocar lo subjetivo en objetivo. Es fabular porque, en definitiva, la ficción tiene precisamente la capacidad de rehacer, o refundar la realidad. Pero esta fabulación no es un mero entretenimiento, sino que ofrenda a miles a la muerte cada vez que justifica con su narración la muerte del Otro y la de mártir. Se produce, además, un mimetismo casi absoluto entre el relator, los relatados y el relato, sin espacio para la reflexión y la crítica: porque cuando el poder configura la narración de la realidad no acepta las opiniones contrarias al dictado oficial. Se impone la conciencia de conjunto sobre la individual: el todo es más importante que sus miembros, por lo que la vida individual es sacrificable por la supervivencia de la comunidad.
La narrativa permite (a la vez que requiere) un inicio (la ‘Nakba’, como ya se señaló), un desarrollo (opresión/resistencia) y un desenlace (el triunfo del Islam). En la narración, estos sucesos no son libres o azarosos, todo sigue la intención del narrador. Los propios personajes de la historia son los narradores y los narradores fabrican a los personajes apropiados para su crónica, en la que hay un pasado idealizado y un futuro idealizado, y en la que el presente es un estado transitorio que debe realizar el paso de ese pasado al futuro. Aunque, de todas maneras, el pasado explica el presente que a su vez explica el pasado, y el presente se prefabrica según las necesidades hermenéuticas de ese tiempo pretérito. La narración hace al narrador que hace la narración. Y en esa lógica han identificado su reacción a la ‘Nakba’ como una lucha de liberación: no de la ocupación puntal de zonas de Samaria y Judea (que fueron arrebatas, en realidad a Jordania) – y en su momento, de Gaza (tomada de Egipto) -, sino de todo el territorio. Israel, simplemente, debe cesar de existir.
La interpretación palestina, que apunta a un solo y evidente culpable, se ve refutada por voces como las de Ben Dror Yemini en un artículo (El Apartheid árabe) del 14 de mayo de 2001, en el Ma’ariv: «La ‘nakba’ es… la declaración implícita de intenciones del resto de los árabes respecto de los palestinos: nunca tendrán su estado, ya sea porque Israel está de por medio o, una vez eliminado el estado judío, porque Jordania, Egipto y Siria incorporarán esos territorios, tal como lo intentaron hacer en 1948, 1967 y 1973. El mito de la soberanía palestina es una invención novedosa, porque jamás se había reclamado nada similar, jamás había existido nada parecido a un estado o reino palestino. Es una identidad… que nace a partir del rechazo manifiesto del resto de los árabes y de su utilización como instrumento de avanzada contra Israel. Una ficción inmensa en la que hay miles de vida de por medio… Hechos aislados que se han transformado en símbolos de la palestinidad… Una palestinidad anclada a un pasado cuanto menos dudoso, puesto que nunca existió tal identidad ligada a ninguna forma de control sobre el territorio de la denominada Palestina. Y ese pasado, ya de por sí equívoco, está construido de acuerdo a las condiciones presentes que lo producen».
Como corolario, parecen abocarse a un canibalismo histórico: depredación de los hechos para no dejar constancia de lo ocurrido e incrementar la inquina de lo digerido por medio de una digestión ofensiva y ominosa. Vez tras vez se alimenta la necesidad de rabia para aumentar la exigencia de mártires y excusas para perpetuarse en su inamovible quietud: un pueblo que mira hacia atrás, hacia un atrás deformado, al que no puede regresar, se queda estancado, impotente ante sí, culpando al Otro de su sinrazón. Alejándose premeditadamente de lo cabal para asimilarse a lo puramente aparente, emotivo. Lo equívoco transformado en realidad incuestionable, en un ardid de la mentira. Urgiendo una inversión siniestra: el defecto (o error) es virtud (o acierto). De este modo, los muertos que ellos matan, gozan de buena salud. El ataque, es defensa, levantamiento. Si todo lo que hacen es por y para Alá, su justificación es absoluta, no tiene contra argumentación. El fiel debe obedecer. La razón queda subordinada a las urgencias de los esquemas de Hamás, de Hezbollah. Y la narrativa es todo lo que queda una vez los hechos se subvierten, hurtándoles su verdadera significación, su valor factual. Sólo queda una trama literaria, puesto que no resta nada de los acontecimientos históricos en el cuerpo de ese relato. Lo sucedido ya no existe, fue suplantado por una mistificación, a lo sumo una traducción de ciertos momentos psíquicos. En definitiva, darle un codazo al tintero y provocar una mancha que traspasa las páginas de la historia retroactivamente y que luego, reactivamente, reconfigura esa negligencia deliberada hacia adelante.
En última instancia, plantean una huída. En principio, hacia atrás, en tanto el futuro sólo es una promesa pendiente de la precondición de aniquilar a Israel. El ahora es una espera a que el pasado idealizado tome posesión del futuro y reformule la realidad. En tanto, como parecen estar sin estar, como en un limbo, es fácil y conveniente introducir la figura del mártir: el paraíso, así, parece una apuesta segura. Una vez enfrascados en esa estructura (social y mental), el único camino hacia «adelante» es el odio, cuya intensidad hay que ir regulando para que no decaiga jamás, y para que no se vuelva hacia sí mismo. Solamente así puede uno vivir en una sociedad cuyo lema fundador es: «Alá es su meta, el Profeta es su modelo, el Corán su constitución: la Yihad es su senda, y la muerte por Alá es su más alto anhelo» (art. 8). La muerte sobre la vida… una manera, por lo menos, distinta de pretender fundar un Estado. Unos valores claros que aquellos que defienden sus acciones y eligen creer su propaganda prefieren ignorar.
La fantasía, en este devenir, queda al servicio del engaño, la abominación y la inquina; y responde a cuestiones de agenda política y coyuntural e intereses diversos. Hoy por hoy Gaza es una excusa, un rehén, un medio para su manifiesta finalidad: minar la legitimidad de Israel y, con ello, dar un paso más hacia su objetivo final: la eliminación del Estado de Israel. En medio nada puede ser admitido.
Todo debe llevarse al extremo. El fin: agitar en la dirección conveniente los gérmenes del descontento, las pasiones más bajas, y fomentar así el radicalismo inculcado. La distorsión se efectúa de manera consciente y premeditada, y no es consecuencia de un fenómeno psicológico involuntario. Para muestra, un botón: el 17 septiembre de 1970 el Ejército jordano lanzaba un ataque a gran escala contra las guerrillas palestinas. Lo que así se presentaba era el famoso Septiembre Negro.
El rey Hussein, ante la amenaza de que las milicias palestinas se hicieran con el control del país, se enfrentó a estos grupos. En realidad, en palabras de Ben Dror Yemini, se trató más «de una masacre en los campos de refugiados que constó miles de vidas. De acuerdo a estimaciones provistas por los propios palestinos, hubo entre 10 mil y 25 mil muertos. Otras fuentes cifran los muertos en unos pocos miles». En definitiva, «durante un solo mes, en septiembre de 1970, en un único enfrentamiento, Jordania mató a muchos más palestinos que todos los que han sido víctimas en los 43 años de control israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza». El acto más conocido de la venganza palestina por esta masacre llegaría dos años después… cuando asesinaron a once atletas israelíes en Múnich.
Lo verdaderamente triste y terrible es que, también de esta manera, quedan unidos por los cabos de la memoria que les han asignado, son Pueblo; esas palabras, esos rituales convenidos son el consenso que los denomina, que les otorga esencia. Y en los cimientos de este nexo hay un manojo de odios y rencores pergeñados ad hoc, los mismos soportes y principios que los sostienen y que, a la vez, los obligan a desprenderse de la propia vida para sumarse al cúmulo de cadáveres-excusa que refuerza esa misma base. Un pueblo, el palestino, que comenzó a tener identidad propia, y ya no sólo como árabes, luego de la Guerra de los Seis Días. Una identidad que sólo habían de elegir y asignar sus líderes: «Es imperativo instalar en las mentes de las generaciones musulmanas que el problema palestino es un problema religioso, y que hay que acometerlo sobre esa base (art.15)» (itálicas mías). Enseñar a percibir lo que los explique de la mejor manera posible, lo que los reconcilie con la imagen que se crearon de su pasado; un recurso fácil para escapar del compromiso con la realidad, con el presente. Para evitar las explicaciones, las cuentas de las acciones ejercidas en y desde el poder. Por ello, más allá de las cegueras voluntarias, y complacientes, no deja de ser llamativo que los europeos sigan decididos a no oír, a no ver, a callar y a no hacer. Sobre todo porque tal vez llegue el momento en que sea tarde. El Middle East Media Research Institute, que hace un relevamiento de los medios de comunicación de Medio Oriente, resaltaba el sermón del viernes 11 de abril de 2008 del Dr. Yunis Al-Astal, miembro del parlamento palestino y de Hamas, en la cadena televisiva Al-Aqsa: «Conquistaremos Roma y luego toda Europa. Cuando terminemos con Europa, conquistaremos las dos Américas y no pararemos hasta el Europa del Este».
«‘Di a quienes no creen: Seréis vencidos y arrojados juntos al infierno; un mal lecho será.’ (C 3:12). Esa es la única manera de liberar a Palestina. No cabe ninguna duda acerca del testimonio de la historia. Es una de las leyes del universo y una de las reglas de la existencia. Nada sino el hierro puede vencer al hierro. Su credo falso y vano sólo puede ser derrotado por el recto credo islámico. A un credo sólo se le combate con un credo, y al final la victoria es para los justos, porque la justicia es ciertamente victoriosa», capítulo 5, artículo 34. «Víctima de la injusticia, el judío es el enemigo de quienes basan su justicia en la injusticia», escribió Edmond Jabés en El libro de las palabras.
http://www.hagshama.org.il/es/verart.asp?idart=33248
Difusion: www.porisrael.org
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.