Mario Satz*
Colaboro desde hace años con una revista de Madrid que lleva un grupo iraní y figuro, para quien quiera buscarme en Webislam, como un autor cercano a su ideario espiritual. En efecto, en Sufi colaboran gentes de toda religión y procedencia interesados y especializados en temas culturales. Incluso mi tesina universitaria, dedicada a san Juan de la Cruz, la Kábala y el Sufismo, da cuenta de mi vocación ecuménica y conciliadora. Eso hasta hace dos días, en que un hecho singular vino a abrirme los ojos o, cuando menos, a ponerme sobreaviso. En El jardín de las rosas de Saadi de Shiraz, un poeta persa del siglo XIII, admirado y admirable, leo:
¿Qué importa que el agua de un pozo cristiano sea impura si se usa para lavar a un judío muerto?
Leer esa frase cuando vemos hasta qué punto la primavera árabe y en Egipto se está cebando en la minoría copta y en otros rincones del Oriente Medio los cristianos son perseguidos; leer tamaña maldad cuando gran parte del Islam vería con gusto la desaparición de Israel, produce una profunda tristeza. Es más de lo mismo, el viejo desprecio en una nueva traducción, esta vez al español. Claro que en la Biblia hay frases despectivas respecto de los goim o pueblos no judíos, pero no existe, en el hondo y ancho mar del judaísmo cultural un desprecio tan perverso, ni mucho menos una malignidad que-todo hay que decirlo-, durante siglos cristianos y musulmanes han fomentado en relación a los judíos. Si ya en el siglo XIII una persona supuestamente ilustrada, libre ( no tanto como Ibn Arabí de Murcia), exhuma tal desprecio, ¿por qué sorprendernos de las declaraciones de una Wafa Sultán respecto de las semillas del odio en su propia educación siria? Está ahí, el odio está ahí, agazapado, transportado de un lugar a otro por gentes que de ningún modo son sospechosas de desprecios y maldades, más bien todo lo contrario.
El tema de la pureza, tratado con enorme ingenio por el filósofo Vladimir Jankelevich, revela las fobias, obsesiones y terrores del ser humano ante lo distinto y el miedo visceral a la suciedad, creciente con el correr de las eras y no siempre racional. También los judíos ortodoxos viven bajo la navaja cortante de lo puro y lo impuro, aspirando a trasladar a la zona de lo impuro a los otros, a los que no son como ellos. Pero no he leído un solo poema judío antiguo o moderno en el que desprecio a los otros sea el motor ni tampoco versos emitidos desde la torre de marfil de la soberbia como los de Saadi, a quien desde hoy miraré con otros ojos, tratando de separar su trigo de su cizaña y perdonándole-sin olvidar la ofensa-ese ligero desvarío que sin duda debe más a prejuicios populares que a su exquisita sensibilidad de poeta.
Excepto en el Sufismo, por lo demás heterodoxo o casi en el seno del Islam, los musulmanes hablan poco de amor y en contadas ocasiones de perdón. Los domina la intransigencia, el gusto por la conquista y la voluntad de barrer de un plumazo todo lo que no sean sus propias ideas. Si hablaran o pensaran en el amor muy distinta sería su actitud hacia la mujer y diferente su relación con las gentes de otras creencias. No obstante mi objeción a Saadi, su inteligencia y agudeza son extremas, tanto que llegó a radiografiar la primavera árabe con siglos de anticipación y estas palabras a tener en cuenta: «Los mansos, si tuvieran poder, se alzarían y arrancarían las manos de los débiles.» Sentémonos con nuestra parcela de angustia y dolor a ver cuántos coptos se quedan mancos. Sentémonos a ver cómo las vísceras oscurecen todo lo que quiere aclarar la cabeza.
*Mario Satz es escritor y colaborador de Porisrael.org
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.