Mario Satz
Que la Unesco haya aceptado a Palestina debe alegrarnos, en primer lugar por los mismos palestinos, en segundo término porque en cuanto los de Hamás se hagan con el control de todos los territorios que ahora administra la ANP, y los últimos reductos de la sociedad civil sean engullidos por la Sharía, se verá qué ridícula, qué poco seria es una organización que se pretende imparcial y por encima de las corrientes y contracorrientes de la política cuando en realidad apuesta por el peor patrocinador, que es también el del terror. Muy pronto los humanistas occidentales habrán caído en la cuenta que han estado auspiciando el enfrentamiento, la guerra y no la paz, que es lo que debería interesarle de verdad a la Unesco. Si por casualidad los norteamericanos le retiran su ayuda económica, no hay por qué preocuparse: los jeques del petróleo acabarán por poner lo que haga falta. Eso forma parte del mismo plan de premiar los raptos de soldados israelíes con dinero que nunca se han esforzado en ganar y que mana bajo sus pies por un período limitado de tiempo. Lo que el Islam no logra conquistar por las armas lo compra, y la dignidad que algunas naciones europeas y muchos países latinoamericanos han perdido, ninguna suma la recompensará.
La Palestina que viene bien puede dejarse seducir por la fórmula tunecina o radicalizarse tanto en su postura que en lugar de ganar puntos comenzará a perderlos rápidamente. De hecho ya está ocurriendo eso con los misiles que han desatado la última ofensiva de la Jihad. Israel tiene ahora pretextos para negarse a cualquier clase de acuerdo o para postergar de manera indefinida la liberación de los presos que faltan del canje por Shalit.
Es más probable que Hamás acabe con la Autoridad Palestina de Ramallah que lo que representa esa ciudad termine con las autoridades de Gaza. Es obvio que la Unesco no tiene tiempo de pensar en esas minucias, la patata caliente del problema islámico le quema en las manos. En cuanto a la Israel que viene, la veremos bunkerizarse más aún, apretar las tuercas de sus enemigos y entrar en una corriente de decepción que si por un lado nace de un aislamiento no querido, fomentado por viejos amigos que ya no quieren serlo, por el otro tiende a reforzar a la derecha pensante del país. Sabe muy bien que en el proyecto palestino que la Unesco tendrá en sus manos la campaña de deslegitimización de Israel seguirá, conoce de sobras de cuántas falsas premisas se ha construido el nacionalismo palestino, de modo que deberá defender su postura con uñas y dientes, contraatacar, si cabe, con verdades como puños al mismo tiempo que señalar una y otra vez los puntos flacos de la Unesco, que debería llamarse Grotesco por lo poco atinado de sus decisiones. ¿Nos hemos olvidado ya de cuántos representantes de déspotas y locos iluminados ha recibido dinero o a cuántos ha premiado?
La Palestina que viene, y mientras no acabe por aceptar a Israel, lo tiene crudo. La Israel que viene, por su parte, mientras no entienda que hoy más que nunca debe defenderse en todos los frentes posibles anticipándose, en ocasiones, a sus enemigos y falsos amigos, perderá batallas de papel no menos importantes que las de sangre, fuego y muerte. El prestigio no es sólo cuestión de estadísticas sino de esgrimir logros, mencionar bondades y puntualizar hechos.
La del 132.