Marcelo Wio
Para PorIsrael
Los misiles no sólo caen en el sur de Israel, caen en cada lugar donde habita un judío.
Bertrand Russell, el genial filósofo y matemático inglés, escribió alguna vez: “… cuanto peor es la lógica empleada tanto más interesante son las consecuencias que se desprenden de ellas”. Yo diría, en lugar de interesantes, interesadas; atrayentes, fáciles de asimilar, de amalgamar con las necesidades propias.
En este sentido, los palestinos han implantando, un poco a sabiendas, otro tanto al tuntún, una cierta abstracción que aparta al sujeto que emite una idea, una ideología, un argumento, de los mismos. Así, se obtiene un producto separado de su fabricante, que es fácilmente asumible para culturas e idiosincrasias diametralmente opuestas. La realidad queda escindida del pensamiento original, transformándose en un ideal o dictum inamovible, inconmovible (casi una entidad ontológica indiscutible). Y no importa el sinsentido de este ser sin ser (por nacer de la nada, de la negación del pensador; he ahí la falta de lógica a la que hacía referencia en el primer párrafo), pues la lógica no interviene en absoluto en este proceso. Son las emociones, las sensaciones. La inmediatez de un gesto, de una imagen amplificada, descontextualizada, muchas veces (casi siempre) falsificaciones, montajes burdos. Cabe destacar que la lógica, fundamentalmente, nos informara acerca de lo que es verdad, acerca de lo que es verdadero.
¿Pero qué importa? Si este mecanismo no admite evolución, sino un estatismo evidente que busca producir una satisfacción en el sujeto que consume o usufructúa el ardid. Un estatismo que cambia a otro estatismo idéntico, con la única salvedad de una fecha, de una estadística levemente diferente. La conciencia, así, es un mero berrinche; es un impulso. Y los adherentes a esta falsificación son esclavos de una idea ajena, de un fin ajeno que, tarde o temprano, los alcanzará también a ellos.
Ellos, los palestinos, los árabes; porque el discurso es, fue y seguirá siendo el mismo; y los sujetos también. Ellos, sí, otra vez ellos, han organizado un orden para sus experiencias que posteriormente han interpretado con los términos de causa y efecto. Así inventaron la Nakba, que en realidad fue producto de cinco ejércitos árabes atacando a Israel y negándole, en el mismo acto, el Estado árabe en Palestina (un Estado que, por otra parte, no querían). Luego, esos hermanos, resultaron ser de los familiares que quieren toda la herencia. Y aún así, las piruetas dialécticas señalaron a Israel como el culpable de sus desgracias, el colonialista sediento de tierras. Tan viciados de mistificaciones preconcebidas están. Amparados por el olvido de su idas y venidas, no se ven inducidos a acatar lo que postulan, a ser consecuentes con sus manifestaciones. Todo es caduco para que todo siga igual.
La libertad, decía el filósofo inglés Roger Scruton, requiere autoconciencia. Sin ésta, “no puede haber conocimiento alguno de los beneficios que puede reportar una acción dada y, en consecuencia, desaparece la posibilidad de comprender su valor”. ¿Será por eso, los Estados árabes no han gozado jamás de una democracia real?
En términos de dialéctica Hegeliana, se hallan aún en los albores de superar cualquier momento por el acto del nacimiento de un concepto nuevo. Una superación que, sin autoconciencia es imposible. Aún son la negación de sí mismos, la incapacidad de pensarse sin el auxilio de los enemigos necesarios para postergar el enfrentamiento con el propio ser, con el yo auténtico, con la conciencia, en definitiva, de tener que obrar para sí, y no contra alguien.
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