Gustavo D. Perednik
El catoblepas
Para una cierta patología mediática, los problemas
parecen comenzar cuando el judío opta por defenderse.
Bastó un breve párrafo del discurso de Benjamín Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU (24-9-11), para desenmascarar una incorregible hipocresía: «el Presidente Abbás ha dicho en este podio que los palestinos están armados sólo con sus sueños y esperanzas. Sí, claro: esperanzas, sueños… y diez mil obuses Grad provistos por Irán».
Una vez más, decenas de esos morteros fueron lanzados esta semana contra ciudades israelíes, especialmente Ashkelon, y como es habitual, los medios europeos informaron de la embestida como si se hubiera tratado de un lamentable «ciclo de violencia», que permitía deducir que la parte censurable es el país judío, ya que después de todo, si de ese modo es atacada su población civil, pues por algo será.
En esta ocasión, el «ciclo de violencia» encontró a quien escribe estas líneas en el ojo mismo de la tormenta. En efecto, mi esposa y yo pasamos ese fin de semana en la antiquísima ciudad de Ashkelon, que en los últimos lustros se ha transformado en un centro turístico israelí que combina playas con atracciones arqueológicas.
La calma urbana fue sacudida por una lluvia de misiles Grad (29-10-11), que sumió a la ciudad en el miedo, y que dejó varios heridos y un asesinado: Moshe Ami, padre de cuatro hijos y cuyo nombre pasó inadvertido para los medios europeos.
En rápida respuesta, la Fuerza Aérea hebrea disparó con notable precisión contra los que lanzaban los misiles, y dio en el blanco mientras varios terroristas se disponían a disparar más. Así se detuvo la primera fase de la provocación.
Con menos precisión y más malicia, los medios españoles, que a esta altura son parte proverbial del arsenal agresor, hablaron, en el mejor de los casos, de «intercambio de fuego entre israelíes y palestinos», sin detenerse en el detalle de que «el intercambio» consiste en que nos ataquen desde Gaza «libre» y nosotros nos defendamos.
El diario El País puso por título: «Mueren nueve palestinos en dos ataques de la aviación israelí». Como bien se lee, un grupo se reserva el honor de morir mientras el otro carga con un verbo menos honorífico. Por definición, los problemas comienzan cuando Israel contraataca.
Así se expidió el diario El Mundo: «La Fuerza Aérea israelí mata a cinco milicianos». Israel mata, los agresores son milicianos, Moshe Ami no existió, el sheik Ahmed Yasin fue un líder espiritual y Arafat un adalid de la justicia.
Y la RTVE adujo: «Nuevo bombardeo de Israel sobre Gaza».
Este fenómeno de prostitución periodística abarca dos etapas: la primera equipara al agresor con el agredido; la segunda genera un cuadro global en el cual la empatía del lector debe optar por «la más débil» de las dos partes en pugna.
Catherine Ashton, a cargo de las RREE de la Unión Europea, condenó (30-10-11) «el fuego indiscriminado de ambas partes», es decir que objetaba tanto los misiles que se lanzaron desde la franja de Gaza controlada por el Hamás, como la autodefensa de la democracia israelí asediada.
La equiparación fue eco de la de unos días antes obra del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, quien expresó su satisfacción por la libertad de Guilad Shalit (18-10-11) y por la de los terroristas palestinos sueltos en pago por Guilad.
Éste había sido secuestrado por más de un lustro, aislado y golpeado, y las civilizadas manos del movimiento islamista nunca le permitieron atención médica ni visitas de la Cruz Roja para verificar que estaba con vida y en qué condiciones.
Del otro lado, se abrían las celdas de más de mil presos que habían sido juzgados con derecho a la defensa y abogado, y de quienes se demostró en juicio abierto su comisión de actos de terrorismo, y por ello estaban cumpliendo su sentencia en las cárceles israelíes. En éstas pudieron recibir visitas de familiares, gozaron de tratamiento sanitario, y hasta se les permitió cursar a distancia carreras universitarias.
Ban Ki-moon anunciaba alegrarse de que un raptado viera la luz del sol por primera vez en casi seis años, y luego empañaba ese júbilo con el otro simultáneo por la injusticia de que mil terroristas evadieran su castigo, en razón de que Israel fue una vez más abandonado a sus propias fuerzas y por ello debió pagar un precio altísimo para recuperar a su hijo en el seno del hogar.
La equiparación como género de la mentira
Una vez cimentada la primera etapa «políticamente correcta» de equiparación de Israel con sus enemigos que intentan destruirlo, se pasa a la segunda, que consiste en cuestionar precisamente a Israel, y sólo a Israel, ubicado una y otra vez en el banquillo de los acusados.
Así, el reciente intento de encajar artificialmente a la Autoridad Palestina en las diversas agencias de las Naciones Unidas, es disfrazado por los medios como una táctica genuina para acelerar la creación del un Estado árabe palestino, cuando en realidad se trata de una mera deslegitimación de Israel.
Obsequiar a los líderes palestinos el rol de Estado sin que para obtenerlo tengan que renunciar al objetivo de destruir el país judío, no conlleva a la creación de nada y es un crudo estímulo a la guerra.
Europa lo proporciona por medio de sus generosísimas donaciones que no tienen parangón con las que recibe ninguna otra nación, y también por medio del constante socavamiento de la democracia israelí, que en estos días fue revelado en uno de sus aspectos menos conocidos.
El diario hebreo Makor Rishón acaba de hacer público (28-10-11) un documento del Ministerio de Exteriores británico según el cual, del presupuesto de ayuda de ese país a organizaciones que bregan por los derechos humanos en el Oriente Medio, más del 80% es destinado a las que operan en Israel y en la Autoridad Palestina, y menos del 20% restante a los veinte países árabes combinados, en todos los cuales la defensa de los DDHH es una necesidad impostergable.
La agrupación estudiantil Im Tirtzú ha denominado a esta ayuda «subversión política desde el extranjero». En efecto, para el período analizado, seis millones de libras esterlinas se invirtieron en Israel en agrupaciones árabes y en grupos de extrema izquierda anti-establishment. Sólo el movimiento Paz Ahora recibió para el 2010 cien mil libras, y otros montos similares fueron invertidos por el Gobierno inglés en Romper el Silencio, Hay Justicia y Betzelem.
En contraste, mucho menos obsequió Londres a los organismos que se dedican a los derechos humanos en un baluarte de la democracia como Siria, y ni un solo penique colocó por el bien de Libia y Arabia Saudí.
A principios de este año, el partido de centroderecha Israel es Nuestra Casa, presidido por el Ministro de Exteriores Avigdor Liberman, propuso en la Knéset una moción para que se investigara la financiación de esos grupos en Israel, pero después de un acalorado debate la propuesta fue finalmente rechazada.
Ahora los datos afloran sin la investigación propuesta, y los británicos no han negado su intromisión, sino que se limitaron a atribuirle nobleza de objetivos. El Ministro para el Oriente Medio, Alistair Bert, admitió que el presupuesto tiene como objetivo influir y cambiar al sistema legal de nuestro país: «Creemos que la continuación de esta ayuda fortalecerá los procesos democráticos» (en Israel).
Bert parece no estar al tanto de que paradojalmente las organizaciones por los DDHH actúan con libertad en los países que menos las necesitan. Así lo establece el «principio Moynihan» (acuñado por quien activó con los Kennedy en el Partido Demócrata norteamericano y fue embajador de su país en la ONU): «La cantidad de violaciones de derechos humanos en un país es inversamente proporcional a la cantidad de quejas sobre éstos que se oyen en ese país».
Para el Oriente Medio la intervención europea se lleva a cabo en los lugares menos propicios, alineándose con los menos merecedores, y narrando los eventos de la manera menos fidedigna.
Difusion: www.porisrael.org
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