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El historiador, el diplomático y el espía


Clifford D. May

5 de enero, 2012

Iran1104

Irán no es nuestro enemigo. El régimen que se enriquece mientras asesina, oprime y empobrece a los iraníes comunes; el régimen que incita el genocidio contra Israel, amenaza a sus vecinos en el Golfo Pérsico, y promete traer consigo “un mundo sin América”; ese es nuestro enemigo.

Ese fue uno de los puntos clave tratados por un trío de individuos extraordinarios reunidos a cenar, la semana pasada, en Tel Aviv.

En la mesa estaban Bernard Lewis (según mi consideración, el mayor historiador viviente en Medio Oriente); Uri Lubrani (enviado de Israel a Irán antes de la caída del Shah y, desde entonces, asesor de líderes del Estado judío) y Meir Dagan (paracaidista retirado, comando y general, reclutado en 2002 por el entonces primer ministro Ariel Sharon para reconstruir el Mossad como agencia de inteligencia “con un cuchillo entre sus dientes”. Dagan dejó ese cargo en 2010 y, desde entonces, no paro de hacer declaraciones).

 Un pequeño grupo de jóvenes profesionales americanos en materia de seguridad nacional- desde Hill, del Departamento de Defensa, Seguridad Interior, incluso del departamento de policía D.C.- compartieron, con ellos,  pita. Ninguno de los tres minimiza cuán graves serán las consecuencias si, el dedo de Mahmoud Ahmadinejad, llegara a depender de un gatillo nuclear. El presidente iraní suscribe a una escuela extremista de teología Shia que – según explica  el General Dagan – vislumbra una guerra apocalíptica que podría “apresurar la llegada del Mahdi”, máximo salvador de la humanidad. Pero  piensa que, Ahmadinejad y sus asociados,  no son tan cercanos como muchos analistas creen para adquirir capacidad nuclear. “según mis estimaciones, un arma como esa no llegara antes de los dos años”, dijo.

Si eso es correcto significa que tenemos poco tiempo para descubrir si, las duras medidas de una fuerza militar, pueden ser efectivas. Dagan destaca  que bombardear instalaciones nucleares de Irán no pondría fin a la búsqueda del régimen de obtener armas nucleares: solo lo retrasará, tal vez, dos o tres años. La tecnología, la habilidad y los componentes están, en lo inmediato,  demasiado disponibles. Corea del Norte y Pakistán  las tienen y  las multiplicaron.

El punto mayor es éste: las pistolas no matan a la gente. La gente mata a la gente. Es el régimen que gobierna a Irán (más que las armas o las instalaciones en las cuales éstas son producidas) lo que constituye el problema real. De ahí  surge que, cambiar el régimen- y no destruir su hardware- es el objetivo mayor.

El embajador Lubrani, quien predijo la revolución de 1979 en Irán cuando, el entonces presidente Jimmy Carter, entre otros, vio a Irán como “una isla de estabilidad”- cree que el cambio del régimen es un objetivo realista.  En verdad está convencido que habrá otra revolución iraní y que esa puede producirse más pronto que tarde; lo suficientemente pronto más que demasiado tarde.

Esto hace surgir un interrogante: basados en el análisis del historiador, del diplomático y del espía, ¿Puede construirse una estrategia coherente? En Occidente, aprendemos tardíamente, como Lubrani lo expone, a jugar ajedrez, un juego de estrategia inventado en Irán. 

Según su consideración, la  estrategia debería comenzar con seis políticas específicas:

Endurecer las sanciones para incrementar la presión al máximo sobre la economía iraní. Eso debe hacerse de manera cuidadosa: espiar los mercados petroleros y elevar el precio del petróleo pondrá más (no menos)  dinero en las arcas del régimen. Pero, las sanciones, pueden funcionar si las focalizamos en la reducción de los ingresos del petróleo para Irán. Los países europeos deberían imponer un embargo sobre las adquisiciones. Otras naciones  deberían hacer campaña para descuentos. A menos  compradores, mayores  descuentos  y más bajos los ingresos del petróleo para Irán.
Aislar, de  verdad,  diplomáticamente al régimen. Tiempo atrás, cuando el Ayatollah Khomeini ordenó la ejecución de un novelista británico por “insultar” al Islam, o cuando los representantes iraníes primero hablaron de borrar a Israel del mapa, o cuando, hace poco,  fue atacada la embajada británica en Teherán, debería de imponerse  un serio aislamiento diplomático: no financiar agencias internacionales manipuladas por iraníes, no visitas de Ahmadinejad a Nueva York o a Europa por zares del petróleo iraní, ni siquiera dejar que aviones iraníes aterricen en aeropuertos occidentales. Ahora es el momento.
No desestimar el potencial de alta tecnología, innovadoras armas cibernéticas para  demorar el programa de desarrollo nuclear iraní. El gusano Stuxnet, arma cibernética de la que nadie es propietario,  obstaculizó el programa de Irán por, al menos,  un año. Occidente debe mantener un liderazgo ofensivo y defensivo en ese nuevo y crítico campo de enfrentamiento bélico. Otras medidas clandestinas, más convencionales,  pueden jugar un rol- cosas que hacen estruendo por la noche y las intempestivas muertes de individuos que contribuyen al desarrollo ilegal de armas nucleares. (Ninguno de los puntos  mencionados debería ser discutido, más de lo necesario,  en foros públicos). 
La amenaza de fuerza debe ser creíble. Los gobernantes de Irán deberían perder el sueño sobre  la posibilidad que, un ataque militar  contra sus instalaciones nucleares o contra ellos de modo directo – pueda ser visto,  por  americanos e israelíes,  como la opción menos mala.
Ayudar a Siria a liberarse de Irán. Bajo Bashar al-Assad, Siria fue el puente de Irán hacia los mundos árabe y sunnita. Siria fue el patrón de Hezbollah, legión terrorista extranjera de Irán y, también,  de Hamas. Una oposición siria,  increíblemente fuerte, intenta derribar la dinastía. La pérdida de Siria podría ser un golpe duro para el régimen de Teherán. América y Occidente deberían hacer todo lo posible para apoyar a los rebeldes.
La oposición anti-régimen de Irán  merece apoyo moral y ayuda material. Eso debería haber comenzado en 2009 cuando, como consecuencia de las elecciones fraudulentas, las protestas masivas estallaron con manifestantes que coreaban: “Obama! ¿Estás con o en contra nuestro?”. El Profesor Lewis lamentó: “No hicimos un comino para ayudarlos. Es un absurdo alucinante”.
 

Además de lo antedicho, reconocer que esto se convirtió  en una prioridad en seguridad nacional: en lo que se percibió, de manera equivocada,  como una “Primavera Árabe”, las masas oprimidas, en Egipto y donde sea, ahora podrían estar llegando a la conclusión que “el Islam es la respuesta”. Los iraníes, habiendo puesto a prueba la propuesta durante décadas, saben que es la respuesta equivocada. El gobierno  de los mullah los hizo menos libres y más pobres que lo que alguna vez fue bajo el Shah.

 Lewis, Lubrani y Dagan acuerdan que esos desencantados iraníes pueden ofrecer la última y mejor esperanza para el mundo musulmán y para perder potencia en la guerra global contra Occidente.

La alternativa es poner en riesgo la posibilidad que los jihadistas, con ambiciones globales y armas nucleares, hagan del siglo XXI la era más sangrienta de la historia. Ese es el punto más importante que Lewis, Lubrani y Dagan intentan comunicar  en una cena, la semana pasada, en Tel Aviv y en otras ocasiones.

Clifford D. May es el presidente de Foundation for Defense of Democracies, instituto de política que focaliza en Seguridad Nacional y política exterior.  
 

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Difusion: www.porisrael.org

 
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