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60 años de relaciones británico-Israelíes


Yoav J. Tenembaum  

Jerusalem Post

14/01/2012

 SirFrancisEvans

 

Sir Francis Evans, el primer embajador británico en Israel fue, en un sentido, el ángel guardián de Israel.

Hace sesenta años, Sir Francis Evans se convirtió en el primer embajador británico en Israel.

Durante sus casi tres años de servicio en ese cargo, Evans se convirtió, en cierto sentido, en el ángel guardián de Israel. Cuando Sir John Troutbeck, el embajador británico en Iraq en ese momento y, tal vez, el enviado británico en Medio Oriente más pro-árabe, instó al Ministerio de Relaciones Exteriores a adoptar una política mucho más favorable hacia el mundo árabe a expensas de Israel, Evans respondió simplemente y con fuerza. «Sería inmoral para nosotros abandonar a Israel de esta manera», dijo Evans.

La Declaración Balfour, dijo Evans, fue en gran parte responsable de la creación del Estado de Israel, por lo que Gran Bretaña tenía una responsabilidad moral hacia el nuevo país.

 

Además, preguntó Evans, si una inequívoca política pro-árabe no sería contraproducente. ¿No podrían los árabes, preguntó, quizás retóricamente, «interpretar el retiro de nuestro apoyo a Israel como una señal de debilidad que deberían aprovechar, en lugar de una expresión de amistad merecedora de gratitud?» El Ministerio de Relaciones Exteriores, en Londres, estuvo totalmente de acuerdo con Evans.

Por cierto, Evans no era un partidario ciego de las políticas de Israel.

 

En realidad, estaba a favor de tratar de lograr la paz entre Israel y el mundo árabe «tratando de ejercer presión sobre ambos lados». Sin embargo, estaba motivado por un postulado moral con respecto a Israel. Evans creía que Gran Bretaña debía cumplir con sus obligaciones, a pesar de las consideraciones pragmáticas que podrían indicar un evidente beneficio al ponerse del lado de los árabes.

 

Evans estaba allí, por así decirlo, cada vez que el caso de Israel, en su base, era cuestionado, argumentando con una juiciosa mezcla de razón y emoción.

 

Era un diplomático de carrera, con años de experiencia.

 

No menos importante, era sensible para comprender la parte israelí de la discusión y agudo en el análisis de las corrientes subterráneas de la compleja situación regional, a comienzos de la década de los años 1950.

 

Evans había servido, por muchos años, como cónsul británico en Boston, Nueva York y Los Ángeles. Luego se desempeñó en puestos de alta jerarquía  en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres, antes de ser enviado a Israel, a principios de 1952, primero como ministro de Gran Bretaña y, desde septiembre de 1952, como embajador, cuando la legación en Tel Aviv fue elevada al rango de embajada.

 

Sus primeras impresiones de Israel reflejan su veta poética. Basándose en su experiencia de EE.UU., comparó a Israel con el sur de California. «Las similitudes», afirmó, «son en gran parte físicas». Sin embargo, fue en el ámbito humano donde encontró similitudes que lo inspiraron para expresar, en un lenguaje exquisitamente vívido, una analogía particularmente colorida: «Hay aquí, como en el sur de California, una mezcla de muchas razas».

 

Llegó a comparar a los californianos de linaje español con los árabes, los mexicanos y los indios orientales con los yemenitas, los colonos conservadores de la ciudad de Los Ángeles y sus satélites con los comerciantes y profesionales judíos alemanes, los emprendedores y optimistas «impulsores» del sur de California con los entusiastas y no menos optimistas sionistas rusos de Israel.

«A lo largo de ambas áreas hay», concluyó Evans, «un espíritu de aventura, de propósito, de determinada y esperanzada construcción, junto con un intenso – quizás excesivo – orgullo por lograrlo».

 

El 4 de mayo de 1952, el Gabinete israelí decidió trasladar el Ministerio de Relaciones Exteriores, de Tel Aviv a Jerusalén. El Ministerio de Relaciones Exteriores israelí explicó esta decisión en términos totalmente pragmáticos. La medida no tenía la intención de ser una manifestación política. Era más bien un imperativo de organización interna. La separación permanente de otros ministerios del gobierno y de la Knesset, afectaba la tarea del ministerio, dificultando su eficiencia.

Para empezar, Evans alegó ante su gobierno, debía asegurarse un retraso en la implementación de la decisión.

 

Lo que es interesante es la terminología utilizada en este sentido: el traslado a Jerusalén era «prematuro», subrayó Evans. De hecho, cuando Evans se reunió con el director general del Ministerio israelí de Relaciones Exteriores, Walter Eytan, le transmitió que la transferencia era considerada «inoportuna».

 

No parecía haber, por su parte, ninguna oposición de principio a la medida; ciertamente no manifestó ningún deseo de defender su caso, ante el gobierno israelí, desde una posición principista, en lugar de una posición pragmática.

 

Evans sugirió a su gobierno que, si no había un acuerdo general por parte de las tres potencias occidentales (EE.UU., Gran Bretaña y Francia) para objetar la medida propuesta, Gran Bretaña debería prepararse para trasladar su legación (más tarde embajada) a Jerusalén.

 

Sostuvo que si Gran Bretaña demoraba la acción hasta el último momento posible, «los israelíes considerarían nuestra actitud poco amistosa y muy difícil de entender».

 

Evans dejó en claro que su sugerencia estaba pensada para facilitar el trabajo del personal diplomático británico con el gobierno israelí en Jerusalén.

 

El Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres, fue persuadido por los argumentos de Evans; de hecho, su departamento jurídico sostuvo que trasladar la legación británica a Jerusalén estaría en consonancia con el derecho internacional, siempre y cuando se estipulara que tal medida no daría lugar a ningún reconocimiento legal del reclamo de Israel de soberanía sobre la parte occidental de la ciudad que controlaba.

 

El gobierno israelí esperó un año antes de implementar su decisión de trasladar el Ministerio de Relaciones Exteriores a Jerusalén. Para entonces, las circunstancias habían cambiado. Si Israel hubiera procedido a llevar a cabo su decisión antes, la sugerencia de Evans, tal vez, podría haberse convertido en realidad. Por lo tanto, Evans podría haber servido, no sólo como el primer embajador británico en Israel, sino también como su primer enviado diplomático a Jerusalén, su capital.

 

El autor es miembro de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Tel Aviv.

 

http://www.jpost.com/Opinion/Op-EdContributors/Article.aspx?id=253612

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

Difusión: www.porisrael.org

 
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