Mario Satz
Porisrael.org
El Rabí Ezequiel Amiram de Lucena tuvo un sueño que consideraba el más importante de su vida: visires, prelados y príncipes venían a verlo para consultarlo sobre qué o cuál color era mejor para sus ropas, viviendas y jardines.
Cómo él, un humilde panadero de la gran Sefarad, un modesto hijo de Al-Andalus, podía explayarse sobre los amarillos y los violetas y recomendar el verde junto al rojo, no llegaría a explicárselo nunca. El caso es que ese sueño le brindó una felicidad inaudita, irrepetible, llenando sus tardes posteriores de súbitos arco iris, macizos de flores y campos de primavera.
Con el fin de averiguar el significado profundo de esa revelación onírica Rabí Ezequiel Amiram fue a visitar a un tintorero musulmán que vivía en Córdoba.
Cargó su borrico con panes fragantes, hizo ramos de plantas medicinales para Farid ibn Ward y se puso en camino. Por lo pronto no le asombró demasiado que el sueño le hubiera afinado la percepción: lo que antes había sido un detalle sin importancia ahora destacaba con una nitidez que cortaba la respiración: el violáceo racimo de un múscaro tardío, un trozo de mica en una roca, el grisáceo color de los alcornoques. El ala brillante de una garza, las minúsculas esferas del rocío, el marrón misterioso de la tierra arada y, muy en especial, el cielo del crepúsculo, inmensa copa de vino capaz de embriagar al más abstemio.
Llegó a Córdoba cansado. Lo primero que hizo fue dirigirse al hamam y darse un baño. Allí se enteró de las rencillas, envidias y litigios que iban y venían por las calles de la ciudad. Había rumores de batallas con los cristianos y también ecos de interminables partidas de ajedrez que acababan en promesas que nunca se cumplían.
Farid ibn Ward había nacido en Lucena y se conocían de niños. Tras saludarse con afecto y compartir un té de menta endulzado con miel, el judío le preguntó al tintorero.
-Tú, que trabajas los teñidos y conoces su permanencia o debilidad, tú que manejas la grana y la hiel, el sulfato de cobre y el índigo ¿ sueñas con los colores que empleas?
-Jamás-sonrió Farid-, pero sí sueño con la casa de tu madre en Lucena, con la fragancia de vuestro pan y la acidez de los membrillos. Tal vez soñaste con los colores para poder visitarme y que yo te recordara la casa de tus padres, Ezequiel, suele suceder.
-Si es así me alegro de haber venido.
-No obstante, y si me lo permites-dijo el tintorero-, cuando se sueña con colores la transparencia está cerca.
-¿Qué transparencia?-interrogó el panadero.
Farid ibn Ward se incorporó, fue a por un trozo de cuarzo y lo alzó delante mismo del rostro de su amigo de tal modo que, y al ser atravesado por el sol, el cristal reveló un interior coloreado.
-Atraviesas la ignorancia como no si no existiese-dijo el tintorero- y ves lo simultáneo donde antes sólo percibías lo sucesivo.
-¿Yo he hecho eso?-tembló de emoción el judío, constatando que, en efecto, en el cuarzo transparente que sostenía su amigo los colores jugaban a quedarse.
-Tu sueño ha hecho una parte-razonó Farid ibn Ward- Ahora sólo falta que la vigilia lleve a cabo el resto.
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