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| domingo diciembre 22, 2024

Extremismo y Racionalidad


Ezequiel Eiben

24/1/2012
Extremismo y Racionalidad son dos elementos que van a ayudar a Israel a guiar sus acciones y a poner fin a los problemas que le causan sus enemigos.

El Extremismo[1] significa sostener un valor y llevarlo hasta las últimas consecuencias, es la defensa sin claudicar de un interés; ser extremista es ser coherente con uno mismo, no ceder ante intentos de saqueo o menoscabo de la integridad. Alguien puede ser un extremista malvado (un criminal), o bien puede ser un extremista de nobles valores (Justicia, Libertad). Ya sabemos que Israel tiene razón frente a sus perversos enemigos. Si pretende defender su justa causa de manera eficaz y coherente, sin concesiones al mal, debe adoptar una postura extremista en la protección de su interés: nuestra seguridad es irrenunciable, somos extremistas de la defensa propia.

Racionalidad es aceptar a la razón como la única fuente de conocimiento del hombre, tomar decisiones validadas por un proceso de pensamiento aplicando la lógica, y responsabilizarse de las propias elecciones y juicios. El hombre racional hace uso de su facultad de razonar para lograr una lectura correcta y objetiva de la realidad, sin evasiones que lo perjudiquen y sin caer en los términos místicos (habitualmente empleados por sus contrincantes) que lo alejan de los hechos y de lo concreto.

Mediante un criterio racional, Israel puede perfectamente demostrar que está en lo correcto. Obrando, por medio de sus representantes, de manera racional, otorgará a los hechos su importancia sublime y no permitirá que las arbitrariedades enemigas deformen la realidad. La razón permite tratar los temas políticos en el terreno adecuado, lejos de reclamos inverosímiles.

Por poner un ejemplo de los más burdos que se pueden encontrar acerca de la irracionalidad de los enemigos islamistas contra la que Israel no debe tropezar: intentar convencer o someter, buscando arrancar concesiones o forzar la rendición, en base a los dichos de profeta judeófobo, misógino y pedófilo, como si fueran la verdad revelada por una divinidad. Aquí, no hay que ceder a las pretensiones risueñas de los que nos exigen conductas o la rendición total en nombre del capricho (básicamente, en nombre de los antojos de Allah comunicados a través de su creador y productor, Muhammad).

¿Realmente consideran estos islamistas, como argumentación de peso, que el pueblo judío les debe entregar su lugar más preciado porque un trasnochado narró que allí alguna vez un asesino en masa dejó su caballo volador? ¿Suena lógico? No hay que caer en la bajeza intelectual de aceptar un intrascendente “argumento” teológico mezclado con un mentiroso suceso histórico como pauta de nuestro proceder. Es más, no solo debemos rechazarlos, sino que también debemos ser racionales. Hablar en términos racionales no es ningún pecado. Si a algún demente líder religioso islamista se le ocurre dictar una fatwa condenando el rechazo de hombres libres a aceptar a Allah y decretando su pena de muerte, y contrata a un asesino a sueldo para que los ajusticie, los hombres que quieren ser libres no deben pedir perdón de rodillas al ofendido mundillo islamista terrorista. Será Justicia si alguno de ellos detiene al asesino y liquida a su jefe islamista iniciador de la agresión. No olvidarse: Israel, su gente, debe ser extremista en la defensa de la propia vida. No hay punto medio entre nosotros y nuestro asesino[2]. No hay punto medio entre Hamas e Israel[3]. Si alguien inicia la fuerza para liquidarnos, intentemos liquidarlo primero. Sería un despreciable cobarde el gobernante israelí que pudiendo hacerlo, no obrara protegiendo a los suyos hasta el final.

Otro ejemplo de exigencias islamistas: todas las tierras que supuestamente les corresponden para poder instaurar su Califato (sunita) o Gobierno (chiíta) mundial. ¿Su fundamento? La palabra de Allah en primera instancia, y anteriores conquistas bélicas en segunda instancia. Alguien podría preguntarles, sacándolos de su euforia religiosa, dónde están los títulos de propiedad de las tierras por las que claman incluso llegando a pedir la sangre de los actuales residentes, las cuales nunca poseyeron (en un caso) o que desde hace mucho no las poseen (en otro caso). Los islamistas admitirían que no tienen títulos (ese instrumento jurídico fehaciente que corresponde al mundo civilizado), pero no lo verían como mayor problema puesto que la doctrina de Dar al Islam los avalaría en sus ambiciones imperialistas. Incluso en el hipotético, lejano y de cualquier modo poco relevante caso que algún islamista saltase de su silla hecha de cráneos humanos esgrimiendo un viejo título (fraguado), eso no quitaría el hecho de que los conquistadores musulmanes son usurpadores por la fuerza de tierras ajenas, y de ese modo no adquieren derecho alguno. Un hombre racional les aclararía: no existe derecho a violar otro derecho; si así no fuera, no existiría la Justicia, sino que solo se reduciría a una masa amorfa de construcción social subjetiva. Les diría sin rodeos: “ustedes no tienen derechos sobre esas tierras”.

Los que representen a Israel no deben gastarse escuchando “verdades” del autoproclamado profeta portador de la “verdadera fe”. Llegado el caso de negociaciones con quienes estén interesados en reconocer a Israel, se juzgará la racionalidad o irracionalidad de un argumento para aceptarlo o no. En un punto concreto, la razón está de un lado o de otro. Quienes quieran tratar en términos racionales con Israel, podrán hacerlo. Pero mientras seamos libres y tengamos la autodeterminación en nuestras manos, no jugaremos nuestras posibilidades en base a permisos y exigencias del enemigo. ¿O acaso alguien puede ser tan bizarro de querer buscar la mediación y el punto medio entre el jihadista que pretende la conversión forzada al islam, y el inocente que desea vivir con libertad de pensamiento y conciencia?

Una cosa es tener un debate teológico de acercamiento entre los credos, o de reflexión del propio (casos en los cuales se pueden apoyar iniciativas de diálogo con representantes pacíficos del islam; o interpretaciones modernas del Corán que dejen de lado fundamentalismos que conducen a fanatismos, como el caso de las órdenes de iniciar la fuerza física contra otros). Otra cosa es el debate político. No se deben mezclar Estado y Religión. La política estatal gubernamental fundada, basada y ejecutada desde la religión es inevitable e invariablemente una Teocracia. Esto conduce al gobierno del capricho sobrenatural de los iluminados con sabiduría divina. Mesianismo político en su máxima y más desagradable expresión.

Un representante político israelí no debe explicar, en una mesa de negociaciones políticas que incumbe a su país, por qué Allah se equivoca al decir que los judíos son todos perversos, tramposos, y que deben ser convertidos al islam o transformados en ciudadanos de segunda clase bajo un gobierno musulmán. El israelí debe dejar en claro que con Israel se trata de manera racional, no mediante la fuerza. Si quiere discutir sobre teología en una actividad privada financiada con sus propios fondos, que lo haga. Pero representando públicamente a Israel, se debe desempeñar como un racional y extremista de su defensa.        
                      



[1] Tomo la palabra en su sentido filosófico. En la nomenclatura política actual, “extremismo” tiene connotación negativa. Sin embargo, desde una posición moral, el mal no está en ser extremista, sino en la maldad que se defienda siendo extremista. Por ejemplo: un terrorista es un extremista asesino, y hay maldad en asesinar; pero un juez honesto e íntegro puede ser un extremista de la justicia, y al juzgar así realiza una acción de bien.

[2] Afirmar lo contrario equivaldría a decir: “yo tengo un poco de razón en querer defenderme, y el asesino tiene un poco de razón en querer asesinarme; juntos deberíamos llegar a una transacción para quedar conformes con las partes que tenemos razón”. Imagínese la puesta en práctica de semejante postura moral, a sabiendas de que un terrorista islamista no se conformaría con un brazo o una pierna de su oponente.

[3] Viendo el caso del extremismo de Hamas, sabemos que su propósito es asesinar. El otro extremo, sería no asesinar, es decir, la renuncia total al asesinato. ¿El punto medio sería permitir algunos asesinatos y otros no? ¿O lo eficaz y correcto sería impedir a Hamas, de manera extrema, cualquier asesinato?

 
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