Moises Naim
elpais.com
18/2/2012
Esto se debe preguntar a diario el tirano sirio. Si bien se discute mucho sobre las opciones que tienen las democracias del mundo para detener la matanza, menos se ha discutido sobre las opciones que le quedan a El Asad. Me lo imagino reflexionando sobre sus posibilidades mientras contempla dos fotografías del año pasado. La de su bella esposa Asma, en un elogioso reportaje que le hiciera la revista Vogue, y la del cadáver de Muamar el Gadafi. La primera le recuerda una vida y alternativas que ya no tiene y la segunda le ilustra sobre cuál podría ser su destino. La esperanza, simbolizada por el artículo de Vogue, de que El Asad pudiese reformar la brutal dictadura que heredó de su padre, ya no la tiene nadie. Los miles de inocentes que ha asesinado le cierran esa puerta. Pero si esta y otras se le han cerrado, ¿cuáles siguen abiertas?
1. Matar. El Asad puede seguir, como hasta ahora, matando a los insurrectos y a sus familias. Es lo que intentó Gadafi. Al libio lo paró la OTAN, pero el sirio sabe que las potencias occidentales no irán a la guerra contra su país. Y cada vez que le imponen nuevas sanciones, El Asad recrudece la matanza. Pero también sabe que la represión por sí sola no es la salida, que no la puede sostener indefinidamente, que demasiados países están armando y apoyando a los insurrectos que aumentan a diario y que, en cualquier momento, una importante facción de sus Fuerzas Armadas se le puede rebelar. China y Rusia, también. Matar, no basta.
2. Negociar. El problema es ¿con quién? La oposición es una cambiante amalgama de grupos no coordinados que lo único que tienen en común es su irrenunciable voluntad de derrocar a El Asad. La otra alternativa es negociar con los extranjeros: ONU, Liga Árabe, la Unión Europea, EE UU… El Asad podría prometer, a cambio de la mediación internacional (¿enviar cascos azules?), una serie de reformas políticas que impliquen ceder parte del poder. Pero sería ingenuo suponer que los extranjeros le van a creer o que no le van a exigir fuertes garantías. Además, ni el propio El Asad se lo cree. Él sabe que entregar un poco de poder implica aumentar mucho la probabilidad de perderlo todo (véase Hosni Mubarak). La terca negativa de Gadafi a hacer concesiones se basó en esta convicción sobre el poder. Pero, ¿se estará preguntando el líder sirio si, de haber sabido Gadafi dónde le llevaría su intransigencia, la hubiese mantenido de todas maneras? Al final Gadafi y sus hijos buscaron desesperadamente la manera de negociar una tregua que les pudiera dar la oportunidad de seguir en el poder, aunque fuese más limitadamente. Pero ya era tarde. La lección de Libia es que hay que negociar antes de ser derrotado. La lección de Egipto, Túnez y Yemen es que en los regímenes autoritarios no se puede compartir “un poco” el poder. Es todo o nada.
El exilio es mejor que la muerte. O la cárcel. Seguramente así piensan las familias Mubarak, Husein y Gadafi, entre otras. Y que, en estos días, la calidad de vida del haitiano Baby Doc Duvalier es mejor que la de Seif el Gadafi, el hijo del fallecido dictador. La familia El Asad también se lo debe haber planteado. Pero ¿adónde ir? En Europa aguardan la Corte Penal Internacional y cientos de organismos que han documentado las atrocidades de El Asad y los suyos. Irán es otra posibilidad, como lo pueden ser China o Rusia. El reto es: ¿a quién mas incluir en el avión al exilio? El hermano del presidente dirige la maquinaria represiva del régimen y su hermana es señalada como aguerrida promotora de la línea dura. Y luego están los generales, los jefes de los organismos de seguridad, los socios y otros cercanos colaboradores. Y sus familias. De hecho, uno de los plausibles rumores que circula es que, ante la posibilidad de que el presidente se decida por el exilio, sus allegados han creado una eficaz red que le impediría viajar.
El final de la sangrienta dinastía siria se aproxima, pero nadie sabe si llegará en días, semanas o meses.
El final de la sangrienta dinastía siria se aproxima, pero nadie sabe si llegará en cuestión de días, semanas o meses. Como vemos, las opciones que le quedan a El Asad son pocas y malas. Si bien es cierto que los grandes líderes consiguen abrir nuevos caminos hacia salidas que nadie más había imaginado, también es cierto que Bachar el Asad no es un gran líder. Quizás lo que queda es esperar que su mujer, a quien antes de las matanzas la revista Paris Match llamó “un elemento de luz en un país lleno de sombras” pueda alumbrar el camino que salve miles de vidas, incluyendo la de su marido.
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