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El mito del fin del terrorismo


Scott Stewart

Stratfor.com

Global Intelligence

23 de febrero de 2012

En Geopolitical Weekly de esta semana, George Friedman discute los ciclos geopolíticos que cambian con cada generación. Con frecuencia, sobre todo en los últimos años, esos ciclos geopolíticos se han cruzado con los cambios en la forma en que se emplea la táctica del terrorismo y en los actores que la usan.

El terrorismo árabe que comenzó en la década de 1960, es el resultado de la Guerra Fría y la decisión soviética de financiar, entrenar y alentar, de otras maneras, a los grupos en Medio Oriente. La Unión Soviética y sus aliados de Medio Oriente también patrocinaron a grupos terroristas marxistas en Europa y América Latina. Incluso apoyaron al grupo terrorista Ejército Rojo Japonés. Lugares como Yemen del Sur y Libia se convirtieron en refugios, donde militantes marxistas de diferentes nacionalidades se reunían para aprender técnicas terroristas, a menudo instruidos por personal de la KGB soviética o de la Stasi de Alemania Oriental y por otros militantes.

La Guerra Fría también engendró a al Qaeda y al más amplio movimiento jihadista global, cuando los militantes que acudían a luchar contra las tropas soviéticas que habían invadido Afganistán, fueron entrenados en campamentos, en el norte de Pakistán, por instructores de la Oficina de Servicios Técnicos de la CIA y la Dirección de Inter-Servicios de Inteligencia de Pakistán. Envalentonados por la retirada soviética de Afganistán, y reclamando el crédito por el subsecuente colapso soviético, estos militantes decidieron ampliar sus esfuerzos a otras partes del mundo.

La conexión entre el terrorismo patrocinado por el estado y la guerra fría funcionó tan profundamente que, cuando la Guerra Fría terminó con el colapso de la Unión Soviética, muchos declararon que también el terrorismo había terminado. Fui testigo de este fenómeno mientras serví en la División de Investigaciones de Contraterrorismo del Servicio de Seguridad Diplomática (DSS), a comienzos de la década de los años 1990. Mientras estaba en Nueva York, trabajando como parte del equipo interinstitucional que investigaba el atentado de 1993 contra el World Trade Center, un secretario asistente de estado, recientemente nombrado, eliminó mi oficina, declarando que el DSS no necesitaba una División de Investigaciones de Contraterrorismo, dado que el terrorismo había terminado.

Aunque el terrorismo, obviamente, no terminó cuando cayó el Muro de Berlín, los sentimientos optimistas en sentido contrario, mantenidos por algunos en el Departamento de Estado y en otras partes, se tradujo en que no hubo un impulso para mitigar la creciente amenaza jihadista o para proteger las instalaciones diplomáticas de esa amenaza. El informe final de la Comisión Crowe, que se estableció para examinar los dos ataques con bombas, de agosto de 1998, contra las embajadas de EE.UU. en Nairobi y Dar es Salaam, señalaron explícitamente este abandono de la lucha contra el terrorismo y los programas de seguridad, como también lo hizo el informe de la Comisión 11-S.

Los ataques terroristas del 11-S provocaron un cambio en la geopolítica internacional, conduciendo a Estados Unidos a concentrar todo el peso de sus recursos nacionales sobre al Qaeda y sus partidarios. Irónicamente, para cuando el gobierno de EE.UU. fue capaz de cambiar su masiva burocracia para cumplir con el nuevo desafío, creando enormes nuevas organizaciones como el Departamento de Seguridad Nacional, los esfuerzos del existente aparato contra el terrorismo de EE.UU. ya habían quebrado fuertemente al núcleo del grupo al Qaeda. Aunque algunas de estas nuevas organizaciones desempeñaron un papel importante en ayudar a Estados Unidos a enfrentar las consecuencias de su decisión de invadir Irak después de Afganistán, Washington gastó miles de millones de dólares para crear organizaciones y financiar programas que, en retrospectiva, podría decirse que no eran muy necesarios, porque las amenazas a contrarrestar, para las que fueron diseñados, tales como las bombas nucleares de maletín de al Qaeda, en realidad no existían. Como señaló George Friedman en Geopolitical Weekly, la única superpotencia global estaba muy descompensada, lo que causó un desequilibrio en la totalidad del sistema mundial.

Con la continua disminución de la amenaza jihadista, subrayada, en mayo de 2011, por la muerte de Osama bin Laden y la caída del régimen de Gadafi en Libia (que había empleado largamente el terrorismo), una vez más parece que estamos al borde de otro cambio cíclico en el paradigma del terrorismo. Estos acontecimientos podrían llevar, otra vez, a algunos a declarar la muerte de terrorismo.

Varios acontecimientos de la semana pasada, sirvieron para demostrar que, si bien los autores y las tácticas del terrorismo (lo que Stratfor llama el «quién» y el «cómo») podrían cambiar en respuesta a los más grandes ciclos geopolíticos, tales cambios no indican el fin del terrorismo.

La Naturaleza del Terrorismo

 

Existen muchas definiciones contradictorias de terrorismo pero, para nuestros propósitos, libremente lo definiremos como violencia contra no combatientes, por motivos políticos. Muchos actos terroristas incluyen un elemento religioso, pero ese elemento está normalmente relacionado con un objetivo político mayor: Tanto un militante activista anti-aborto que busca poner fin a la legalización del aborto, como un jihadista que busca poner fin a la presencia militar de EE.UU. en Irak, pueden actuar de acuerdo a principios religiosos pero, en última instancia, persiguen un objetivo político.

El terrorismo es una táctica, empleada por una amplia gama de actores. No existe ningún credo, origen étnico, opinión política o nacionalidad, que tenga un monopolio sobre el terrorismo. Individuos y grupos de personas de casi todos los orígenes imaginables – desde los anarquistas de finales de la época victoriana hasta los miembros del Klan de oficiales de inteligencia de Corea del Norte – han llevado a cabo ataques terroristas. Debido a la imprecisión del término, Stratfor, normalmente, no se refiere a los individuos como terroristas. Además de ser un pobre descriptor, «terrorista» tiende a ser un término cargado políticamente.

Tradicionalmente, el terrorismo ha sido una táctica del débil, es decir, de aquellos que carecen del poder de imponer su voluntad política por los habituales medios políticos o militares. Como señaló Carl von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios; el terrorismo es un tipo de guerra, lo que lo convierte en política por otros medios. Debido a que es una táctica utilizada por los débiles, el terrorismo, en general, se centra en objetivos blandos, civiles, en lugar de objetivos militares, más difícil de atacar.

El tipo de arma utilizada no define al terrorismo. Por ejemplo, utilizar un vehículo con un artefacto explosivo improvisado contra una base de la Fuerza de Asistencia de Seguridad Internacional en Afganistán sería considerado un acto de guerra irregular, pero usarlo en un ataque contra un hotel en Kabul sería considerado un acto de terrorismo. Esto significa que los actores militantes pueden emplear las tácticas convencionales de guerra, las tácticas de guerra no convencional y el terrorismo, durante la misma campaña, dependiendo de la situación.

 

Los ataques terroristas son relativamente fáciles de realizar, si están dirigidos contra objetivos blandos, y si al agresor no le preocupa escapar después del ataque, como fue el caso de los atentados de Bombay en 2008. Si bien las autoridades de muchos países han tenido bastante éxito en frustrar ataques en el último par de años, los gobiernos, simplemente, no tienen los recursos para proteger todo. Cuando incluso los estados policiales no pueden proteger todo, algunos ataques terroristas siempre tendrán éxito en las sociedades abiertas de Occidente.

Los ataques terroristas tienden a ser teatrales, y ejercen un extraño poder sobre la imaginación humana. A menudo, crean una sensación única de terror, empequeñeciendo las reacciones a los desastres naturales, muchas veces mayores en magnitud. Por ejemplo, más de 227.000 personas murieron en el tsunami asiático de 2004, en comparación con menos de 3.000 el 11-S, sin embargo, los ataques del 11-S produjeron un sentimiento de terror en todo el mundo y una reacción geopolítica que ha tenido un impacto, profundo y sin precedentes, en los acontecimientos mundiales de la última década.

Ciclos y Cambios

Una serie de acontecimientos de la semana pasada ilustran los cambios que ocurren en el campo del terrorismo y demuestran que, a pesar de que el terrorismo puede cambiar, no va a terminar.

El 17 de febrero, el FBI arrestó a un marroquí, cerca del Capitolio de EE.UU. en Washington, quien, supuestamente, trataba de llevar a cabo un atentado suicida contra el edificio. El sospechoso, Amine el Khalifi, es un claro ejemplo del cambio en la amenaza jihadista, respecto de la basada en el grupo central de al Qaeda, hacia una principalmente basada en los jihadistas de base. Como Stratfor ha observado desde hace varios años, dado que estos jihadistas de base representan una amenaza más difusa ya que, para la inteligencia nacional y las agencias de aplicación de la ley es más difícil centrarse en ellos que centrarse en los grupos jerárquicos, la amenaza que plantean es menos grave porque generalmente carecen del necesario equipamiento terrorista para llevar a cabo un ataque a gran escala. Debido a que carecen de tal equipamiento, estos militantes de base tienden a buscar ayuda para llevar a cabo sus atentados. Esta ayuda, por lo general, implica la adquisición de explosivos o armas de fuego, como en el caso de El Khalifi, donde un informante del FBI, haciéndose pasar por un líder jihadista, proveyó al sospechoso un chaleco suicida inerte y una subametralladora, antes del arresto del sospechoso.

Mientras que muchos, en los medios de comunicación, tienden a ridiculizar a las personas como el Khalifi como inepto, es importante recordar que, de haber tenido éxito en encontrar un facilitador jihadista real, en lugar de un informante federal, podría haber matado a muchas personas en un ataque. Richard Reid, que muchas personas refieren como el «Kramer de al Qaeda» por el personaje torpe de la serie de televisión Seinfeld, estuvo a punto de derribar un avión jumbo lleno de gente sobre el Atlántico, debido a que había sido equipado y enviado por otros .

Sin embargo, el hecho sigue siendo que la amenaza jihadista ahora surge predominantemente de aspirantes de base, no equipados, en lugar de equipos de operativos altamente entrenados enviados a Estados Unidos desde el extranjero, como el equipo que ejecutó los ataques del 11-S. Esto demuestra cómo la amenaza jihadista ha disminuido en los últimos años, una tendencia que esperamos continúe. Ésto permitirá a Washington centrar su atención, cada vez más, en otras cosas distintas al jihadismo, como la fragmentación de Europa, la transformación de la producción económica mundial y el creciente poder regional de Irán. Ésto marcará el comienzo de un nuevo ciclo geopolítico.

La semana pasada también nos trajo una serie de acontecimientos que ponen de relieve cómo el terrorismo puede manifestarse en el nuevo ciclo. El 13 de febrero, vehículos diplomáticos israelíes en Nueva Delhi, India, y Tiflis, Georgia, fueron atacados con artefactos explosivos. En Tiflis, una granada oculta bajo un vehículo diplomático fue descubierta antes de que pudiera detonar. En Nueva Delhi, una bomba de adhesión, colocada en la parte trasera de un vehículo diplomático, hirió a la esposa del agregado militar israelí, mientras se dirigía a recoger a sus hijos al colegio.

El 14 de febrero, un iraní fue arrestado, después de ser herido por una explosión en una casa alquilada en Bangkok. La explosión habría ocurrido cuando un grupo estaba preparando artefactos explosivos improvisados, ??para usarlos contra objetivos israelíes en Bangkok. Dos otros iraníes fueron arrestados más tarde (uno en Malasia), y las autoridades tailandesas están buscando otros tres ciudadanos iraníes, dos de los cuales habrían regresado a Irán, acusados de haber colaborado en la trama.

Si bien estos recientes complots iraníes han fracasado, ponen de relieve, no obstante, cómo los iraníes están usando el terrorismo como táctica, en represalia por los ataques que Israel, y subrogados israelíes, han llevado a cabo contra personas asociadas con el programa nuclear de Irán.

También es importante tener en cuenta, cuando comienza este nuevo ciclo geopolítico, que el terrorismo no sólo emana de gobiernos extranjeros, de los principales actores subnacionales o, incluso, de ideologías radicales transnacionales como el jihadismo. Como hemos visto en los ataques de julio de 2011 en Noruega, llevados a cabo por Anders Breivik, y en viejos casos involucrando a sospechosos como Eric Rudolph, Timothy McVeigh y Theodore Kaczynski en Estados Unidos, individuos nativos que tienen una variedad de agravios contra el gobierno o la sociedad, pueden llevar a cabo ataques terroristas. Tales agravios sin duda persistirán.

Los ciclos geopolíticos cambiarán, y estos cambios podrían causar un cambio en quién emplea el terrorismo y la forma en que se lo emplea. Pero, como táctica, el terrorismo continuará, sin importar lo que traiga el siguiente ciclo geopolítico.

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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