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| viernes noviembre 22, 2024

La desgracia palestina


A la luz del recurrente tema de Gaza, de la que se dice que no está en un mal momento, vale la pena analizar quiénes son los que en estos momentos están interesados en la guerra habida cuenta la débacle siria y la debilidad iraní, que pronto verá amargados todos sus frutos. Y cómo, teniendo todas las de perder, los palestinos insisten en ese camino que ya casi no suscita la compasión del mundo, preocupado como está Occidente en sobrevivir a sus propias taras económicas. ¿Son los líderes iraníes? ¿Acaso los Hermanos Musulmanes? ¿Tal vez el salafismo internacional? ¿Hezbolláh quizás? Por vueltas que le demos al asunto la única respuesta viable es los mismos palestinos, quienes sumidos en la desesperación no atinan más que a enfurecer sus proyectos. Que los israelíes sigan, con sus pujantes ciudades, creciendo y creciendo y que los colonos afiancen sus poblaciones no debería inquietar a nadie, ya que así se expandió en su momento el Islam mismo, España en el Nuevo Mundo y los ingleses en Australia. De hecho, se podría llegar a un acuerdo que acabase con la violencia casi centenaria que azota la región con sólo pensar de otro modo, si un poco más de frescura entrase en esos cerebros recalentados a base de sharía, envidia y desprecio.

Los ingenuos de la izquierda israelí, cuya mala conciencia tiene un resabio patológico, creen que cediendo se logrará algo. Piensan que es Israel la responsable de todo. No ven, no alcanzan a ver que es el Islam íntegro el que no nos quiere hagamos lo que hagamos. Por lo tanto, hay que estar preparados, y siempre, para lo peor. Siendo, lo peor, la enorme, terrible, agobiante imposibilidad de dialogar con quienes únicamente conocen el monólogo. El día en que los palestinos estudien desprejuiciadamente el Talmud en sus universidades como se estudia el Corán en las universidades israelíes, ése día-si alguna vez llega-, se cumplirá con creces la más noble expectativa de ambos pueblos, que no puede ser otra que vivir en paz, intercambiando bienes e ideas con la más sagrada de las libertades. Mientras tanto, y como dice la Torá, shté miborjá, bebe de tu cisterna, o sea ocúpate de que tu propio pozo tenga agua para beber. La sed de los demás no es asunto nuestro, sobre todo cuando los demás insisten en destruirnos. 

 
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