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Fernando de Rojas, autor de la Celestina


Un solo libro bastó para perpetuar su genio a través de los siglos.
Mar Abr 3 2012
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(La Puebla de Montalbán, España, h. 1470 – Talavera de la Reina, Abril 3 de 1541) Escritor español, autor de La Celestina. Fernando de Rojas procedía de una familia acomodada de judíos conversos que fue perseguida por la Inquisición. Estudió derecho en Salamanca y, como todos lo estudiantes salmantinos de aquella época, debió de cursar tres años obligatorios en la Facultad de Artes, por lo que seguramente conoció los clásicos latinos y la filosofía griega. En posesión del título de bachiller en Leyes, para el que tuvo que estudiar nueve o diez años, comenzó a ejercer como abogado en Talavera, de donde llegó a ser alcalde.

Primera edición de La Celestina

Se cree, casi con certeza, que escribió un solo libro, pero de una importancia fundamental en la historia de la literatura: La Celestina. La primera edición que conservamos de la obra fue publicada anónimamente en 1499, en Burgos, con el título de Comedia de Calisto y Melibea. La obra está escrita como una pieza de teatro, en forma dialogada, y dividida en actos; la primera edición tenía dieciséis actos y las de 1502, tituladas Tragicomedia de Calisto y Melibea, veintiuno. Pese a este carácter de obra dramática, su extensión la hace casi irrepresentable. La obra fue escrita para ser leída en voz alta en un círculo de humanistas u oyentes cultos, los cuales pudieron haber hecho aportaciones; se sabe que el manuscrito circuló bastante antes de que el autor lo entregase a los impresores. Se calcula que de 1499 a 1634 se publicaron 109 ediciones en castellano, no sólo en España sino también en otros países de Europa, donde además fue traducida a diversas lenguas.

En la Carta del autor a un su amigo, que precedió a la obra en la edición de 1500 (Toledo), Rojas declara que encontró escrito el primer acto y le gustó tanto que decidió completar la obra. Esta afirmación ha sido corroborada por la mayoría de estudiosos de La Celestina: de este modo, el extenso acto I (ocupa cerca de la quinta parte de sus páginas) habría sido escritor por una autor cuya identidad aún no ha sido verificada (Rojas mencionó en la Carta a Juan de Mena y Rodrigo Cota como posibles autores). Rojas también aclaró que los «argumentos» o resúmenes que preceden a cada acto fueron añadidos por los impresores. A esta edición se agregaron, además, once octavas acrósticas escritas por Rojas y, al final del libro, seis octavas escritas por Alonso de Proaza, un humanista que fue el corrector de la edición y que reveló cómo por los acrósticos se puede saber que Rojas es el autor del libro, ya que la Carta del autor a un su amigo no llevaba firma.

La obra sufrió a lo largo de las sucesivas ediciones del siglo XVI innumerables modificaciones y agregados, probablemente no debidos a la pluma de Fernando de Rojas. Se ha discutido si son de su autoría los cinco actos que tiene de más la edición que aparece con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea (1502), quizá escritos a petición de los lectores, que querían que se prolongara la historia de amor de Calisto y Melibea. Desde un primer momento, al parecer, el público rechazó el título de Comedia (según Rojas dado por el primer autor). Pronto se obvió el de Tragicomedia y empezó a llamarse Celestina o La Celestina al libro destinado a ser, con este nombre, uno de los más famosos de la literatura universal. Menéndez Pelayo lo consideró el mejor libro español después del Quijote.

La Celestina

A pesar de su forma dialogada, La Celestina no es estrictamente una obra teatral, sino que se inscribe en una tradición que arranca del teatro romano de Terencio y que continúa en diversos géneros medievales como la comedia elegíaca y la comedia humanística, constituidos por obras escritas en latín. Entre las comedias elegíacas destaca el Pamphilus (siglo XII), con un argumento similar al de La Celestina, aunque mucho menos desarrollado y con desenlace feliz.

Pero el género con el que La Celestina guarda mayores concomitancias es sin duda la comedia humanística, creada en Italia en el siglo XIV por Petrarca, autor a quien Rojas conocía muy bien. El lento desarrollo de un argumento simple, la profundización en la psicología de los personajes, cualquiera que sea su condición social, el realismo y la variedad estilística son características de la comedia humanística perfectamente aplicables a La Celestina. Se trata, en definitiva de obras dialogadas de carácter dramático pero no destinadas a la representación, sino a la lectura en voz alta ante un auditorio, como el propio Rojas menciona en el prólogo.

La Celestina es una historia de amor trágica, compuesta según el incipit «en reprensión de los locos enamorados […] y en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes». Por su lineal simplicidad, resulta fácil trazar un resumen del argumento de La Celestina: el joven Calisto entra en un jardín para recoger a su halcón, se encuentra con Melibea y queda deslumbrado por su belleza. Calisto le declara su amor, pero Melibea le rechaza. El lugar de este primer encuentro, no obstante, sólo se conoce por los resúmenes que añadieron los impresores, y se cree que en realidad tiene lugar en un templo, lo que explica las irreverentes hipérboles sacras con que Calisto pondera su amor.


Representación moderna de una adaptación de La Celestina

Calisto regresa a su casa y se abandona a la melancolía causada por el rechazo. Desde el primer momento se advierte el extravío de Calisto, cuya extrema pasión amorosa le lleva a la blasfemia: «Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo», responde cuando su criado Sempronio le pregunta si es cristiano. Siguiendo el consejo de Sempronio, Calisto decide valerse de los servicios de una vieja alcahueta, llamada Celestina, para obtener el favor de Melibea. Su otro criado, Pármeno, previene a Calisto sobre el oficio y malas artes de Celestina: la reputación de la vieja es tal que su sola presencia es un deshonor para la casa. Pero Calisto ignora su consejo, la recibe en su casa y le cuenta su mal. Celestina acepta el encargo y le promete concertar una cita con Melibea. Ello será, por supuesto, a cambio de dinero o dávidas, que Celestina acuerda repartir con Sempronio y también con Pármeno, a quien logra poner de su lado.

Con un pretexto que le proporciona una de sus múltiples actividades, Celestina penetra en casa de Melibea y logra hablarle a solas. Melibea, cuando llega comprender las intenciones de la vieja, se cierra en su orgullo de mujer, indignándose de que haya dudado de su honestidad. Pero Celestina le explica que ha venido a pedirle su amuleto para curar a Calisto, que sufre de un terrible dolor de muelas. Melibea le presta el amuleto y llega a rogar a Celestina que vuelva a verla, para darle una oración contra el mal de su protegido; superado el rechazo inicial al que le obligaba su pundonor, la pasión irá también apoderándose de Melibea.

Celestina informa de la buena marcha de sus tercerías a Calisto, que, contentísimo, le da nuevos regalos. En la siguiente visita de Celestina a Melibea, la joven ya no puede ocultar su amor por Calisto, y queda concertada una cita nocturna en el huerto de Melibea. Celestina recibe por ello su salario final: una cadena de oro. Los criados Pármeno y Sempronio visitan a Celestina para exigir su parte de los beneficios, conforme a lo pactado. Pero Celestina, cegada por la codicia, se niega. Los criados la matan y, capturados por la justicia, son decapitados.

Pese al escándalo y al público deshonor, Calisto se reúne con Melibea. Hallándose con ella, llegan desde la calle a oídos de Calisto los gritos de su criado Sosia, que pelea con unos rufianes. Al ir Calisto a ayudarle, cae desde el muro a la calle y se mata. Sabedora de su muerte, Melibea se encierra en una torre, desde la que confiesa todo lo ocurrido a su padre, Pleberio. Melibea se suicida arrojándose desde lo alto de la torre. La obra termina con el impresionante lamento de Pleberio, una desconsolada imprecación contra los males del mundo y el poder destructor de las pasiones.


Muerte de Calisto

A pesar de la declarada intención moralizante, y como ocurre en las grandes creaciones, la riqueza significativa de la obra parece desbordar este planteamiento. No hay motivo para negar esa intención; la finalidad moral de la ficción literaria predominó durante toda la Edad Media y seguiría predominando en el Renacimiento.

Ello no ha impedido a los estudiosos, sin embargo, detectar una fuerte carga crítica en la obra: el converso Rojas trazaría un agrio retrato de una sociedad que se dice cristiana pero que en modo alguno actúa como tal: todos los personajes se mueven por el egoísmo, por el propio interés; a unos los ciega la pasión, a otros las lujuria, a otros la codicia, la envida o el odio; y todos persiguen el dinero o el placer, sin importar su clase social: desde Calisto hasta los rufianes y las prostitutas protegidas por Celestina. Y no es que solamente obren de forma egoísta en la práctica; en muchos casos, como muestran sus palabras, piensan que es así como hay que obrar en el mundo. Antes de arrojarse desde la torre, Melibea no piensa en que su suicidio supondrá su condenación eterna; en su lugar, lamenta amargamente no haber disfrutado más del placer («¿Cómo no gocé más del gozo»?).

Otras interpretaciones que no ponen el acento en la condición de converso del autor coinciden también en ver en La Celestina el retrato de una sociedad en crisis: una sociedad que ha perdido ya los valores del antiguo sistema feudal (el honor y la dignidad en los señores, la lealtad en los vasallos, la moral y el concepto de vida cristianos) sin hallar en su lugar ningún otro valor fuera del individualismo. Los jóvenes amantes pasan por encima de su honor y de su dignidad, prescindiendo de los mayores y de los usos sociales; los criados, convertidos en meros asalariados, sólo persiguen su interés; el inframundo celestinesco atiende a lo inmediato y prescinde igualmente de toda moral. La Celestina sería así el reflejo de un mundo en descomposición, aquejado de una crisis tanto de orden moral como social, y del todo incapaz de sustituir los viejos valores arrinconados por otros superiores.

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