Mario Satz
Hay una escena en el apócrifo Historia de la infancia de Jesús según Santo Tomás que nos da la medida de su genio shamánico, de un don que-en el pasado- sólo parece haber tenido el rey Salomón.
Estaba Jesús paseando con su madre María por la plaza del pueblo cuando vio a un maestro que enseñaba a sus discípulos, y he aquí que doce pajarillos bajaron a posarse entre los estudiantes. Jesús, al observar esa escena, se puso a reír, y viéndolo reír el maestro montó en cólera, por lo que dijo a sus alumnos:
-Id, traedme ese niño.
El maestro agarró a Jesús de una oreja y le interrogó:
-¿Qué has visto que te haya hecho reír?
-He aquí-respondió el niño Jesús-que en mi mano tengo un puñado de trigo, lo he esparcido y ellos se han apresurado a venir.
Hasta aquí lo que dice el apócrifo.
Los pájaros, entretanto, piaban y picaban, picaban y piaban, mientras que, atónitos, los discípulos del maestro no sabían qué pensar. Tal vez fueran gorriones molineros, quizás jilgueros de máscara roja o simples lavanderas. Eran pájaros muy mansos y también muy hambrientos. Jesús no paraba de sonreír, de modo que el maestro se ofendió y los echó a él y a su madre de allí.
Más allá, esa misma noche, el maestro soñó que los benditos pájaros venían a la puerta de su casa y que todos, a excepción de uno, tenían rostro humano.
-Si la sabiduría que repartes no alimenta-le dijeron-, si tus palabras no nutren el corazón de quienes te oyen ¿por qué te ofende que un niño venga a mostrarte el camino que va de las palabras a las semillas y del hambre a la saciedad?
-Pensé que se reía de mí-confesó, angustiado, el maestro.
-Incluso si así fuera-le dijeron-no es motivo para montar en cólera.
El maestro se despertó poco antes del alba empapado en sudor. Dedicó la mañana a buscar, en el mercado y en las plazas, a la madre y al niño que había reído para excusarse por su comportamiento, pero nadie parecía haberlos visto, nadie había oído hablar de pájaros con rostro humano. Cansado, al ir a beber de una fuente, se encontró con la única criatura de su sueño que no tenía rostro aunque sí voz. Cantaba, cantaba lo siguiente:
-Bienaventurados aquellos para quienes las palabras son un deleite, y bienaventurados aquellos que, discípulos de la luz, descubren que la mejor sabiduría siempre es risueña.
Mario Satz: La parábola de los pájaros cantores
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