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| martes diciembre 24, 2024

Jesús y los doce pajarillos


Mario Satz

Hay una escena en el apócrifo Historia de la infancia de Jesús según Santo Tomás que nos da la medida de su genio shamánico, de un don que-en el pasado- sólo parece haber tenido el rey Salomón.

Estaba Jesús paseando con su madre María por la plaza del pueblo cuando vio a un maestro que enseñaba a sus discípulos, y he aquí que doce pajarillos bajaron a posarse entre los estudiantes. Jesús, al observar esa escena, se puso a reír, y viéndolo reír el maestro montó en cólera, por lo que dijo a sus alumnos:

-Id, traedme ese niño.

            El maestro agarró a Jesús de una oreja y le interrogó:

-¿Qué has visto que te haya hecho reír?

-He aquí-respondió el niño Jesús-que en mi mano tengo un puñado de trigo, lo he esparcido y ellos se han apresurado a venir.

            Hasta aquí lo que dice el apócrifo.

            Los pájaros, entretanto, piaban y picaban, picaban y piaban, mientras que, atónitos, los discípulos del maestro no sabían qué  pensar. Tal vez fueran gorriones molineros,  quizás jilgueros de máscara roja o simples lavanderas. Eran pájaros muy mansos y también muy hambrientos. Jesús no paraba de sonreír, de modo que el maestro se ofendió y los echó a él y a su madre de allí.

            Más allá,  esa misma noche, el maestro soñó que los benditos pájaros venían a la puerta de su casa y que todos, a excepción de uno, tenían rostro humano.

-Si la sabiduría que repartes no alimenta-le dijeron-, si tus palabras no nutren el corazón de quienes te oyen ¿por qué te ofende que un niño venga a mostrarte el camino que va de las palabras a las semillas y del hambre a la saciedad?

-Pensé que se reía de mí-confesó, angustiado, el maestro.

-Incluso si así fuera-le dijeron-no es motivo para montar en cólera.

            El maestro se despertó poco antes del alba empapado en sudor. Dedicó la mañana a buscar, en el mercado y en las plazas, a la madre y al niño que había reído para excusarse por su comportamiento, pero nadie parecía haberlos visto, nadie había oído hablar de pájaros con rostro humano. Cansado, al ir a beber de una fuente, se encontró con la única criatura de su sueño que no tenía rostro aunque sí voz. Cantaba, cantaba lo siguiente:

-Bienaventurados aquellos para quienes las palabras son un deleite, y bienaventurados aquellos que, discípulos de la luz, descubren que la mejor sabiduría siempre es risueña.

   

                                                Mario Satz: La parábola de los pájaros cantores

 
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