Mario Satz
Porisrael.org
Uno de los mitos más arraigados en la mentalidad integrista es el de la pureza, seguido del de lo único y exclusivo, que le son correlativos. En su delirio, en su siniestra omnipotencia el Tercer Reich la buscó primero en los laboratorios y luego en los centros de crianza de la raza aria, ignorando que la endogamia debilita la sangre y que el cretinismo es resultado directo de la ambición de exclusividad genética. De hecho, toda pureza-del sánscrito pur, que significa fuego-es el deseo de un esterilidad ilimitada, la preocupación por un absoluto que acaba por tiranizar la cotidiana esfera de lo meramente humano y relativo. De sólo observar lo que constituye el colmo de pureza en nuestros hospitales, la Unidad de Cuidados Intensivos, a la que no debe entrar la menor bacteria ni arrimarse ningún virus, aprendemos la parábola de la soledad entubada que les espera a los pacientes de lo incontaminado, y percibimos todo aquello que los sujeta a los lechos de su eventual recuperación, de donde colegimos que sólo aspiran a lo puro los enfermos y los maniáticos, los miedosos y los aprehensivos. No la gente sana cuyo inmunidad nace de la fe en el intercambio, de su creencia en el libre tránsito de los seres y las cosas y de su confianza en la bondad innata de los demás.
Esta última idea no es casual: contrariamente al generoso candor de los que conceden a los demás ser como son, en Argelia, Irán o Palestina, en el Líbano o en Egipto, la primera operación didáctica que han llevado a cabo los integristas es la demonización de todo lo occidental. Erróneamente creen que el día en que el universo entero esté islamizado, ése mismo día, a la cero hora, comenzará la salud definitiva de la Humanidad. Para los integristas nadie está sano ni es bueno excepto ellos mismos. Los hombres más que las mujeres, por supuesto. Nos esperan tiempos de innumerables bombas humanas y, mientras crece la pobreza y se desmadra la demografía, a quienes no puedan escapar hacia Occidente en pateras o escuálidas canoas cruzando el Estrecho, las redes del integrismo los cazarán con el dulce del más allá enviándolos a acuchillar inocentes o sembrar de un pánico explosivo los mercados populares de Israel, Nueva York o el metro de París. Sin embargo, esa obsesión por la pureza no es más que el resultado simétrico de la falsa idea de una Europa blanca y limpia como quería el nazismo, de donde nazifascistas e islamistas, alemanes y turcos extremistas, tienen más cosas en común de las que sospechan sus propios líderes. Si pudiéramos recordar que cuando decimos puro decimos, también, pasado por fuego,estéril y aislado, quizá nos fuera dado modificar un poco nuestra tendencia a la intolerancia y la soberbia. Por encima de su alusión a lo individual, sigue siendo socialmente cierto que la buena salud nos comunica y extravierte y la enfermedad nos aísla e incomunica, y que, quien no teme convivir con lo diferente, aprende de él lo que desconoce de sí mismo.
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