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| sábado diciembre 21, 2024

Cumbre de heroísmo


Sal Emergui 

elmundo.es

«Sólo en la fortuna adversa se hallan las grandes lecciones del heroísmo», opinaba Lucio Anneo Séneca.

En el Hospital Assaf Harofeh, en el centro de Israel, los médicos luchan estos días para salvar cuatro dedos de la mano derecha de un joven convertido en héroe. Se llama Nadav Ben Yehuda, tiene 24 años, estudiante de Derecho y hasta hace poco «sólo» soñaba con ser el israelí más joven que conquista el Everest. Hoy reza para volver a su afición-profesión, el montañismo, y resta importancia a un gesto realizado a 8000 metros de altura. Tan sencillo como monumental.

Un gesto que le arrebata un sueño y quizá algunos dedos pero salva la vida del montañista turco, Aydin Irmak. Demostrando que en la soledad de las alturas no hay hostilidad diplomática y que la amistad doblega pésimas relaciones entre sus países o la ambición personal, Ben Yehuda hizo lo que tenía que hacer. A menos de 300 metros de la ansiada cima del Everest y cuando estaba a punto de culminar meses de dura preparación y años de fantasía, el israelí vio al compañero turco, de 46 años, inconsciente y destinado a una muerte congelada.

«Es verdad que algunos pasaron por delante suyo y siguieron escalando pero yo no dudé ni un instante. Le ví y le abracé inmediatamente intentando despertarle. Aunque en un primer e instintivo momento, me enfadé porque sabía que el rescate suponía el fin de m sueño. En esos momentos, uno no piensa en política o que él es turco y yo israelí. Mi único pensamiento era cómo salvar a Aydin», explica desde el hospital y bajo la atenta mirada de su familia y médicos.


Hermanados por el destino

Ben Yehuda no lo tuvo fácil. Necesitó diez horas para trasladar a su compañero en un dramático descenso hasta el campo más cercano. Su máscara de oxigeno se rompió e hizo gran parte del recorrido sin los guantes para facilitar el rescate lo que provocó el critico estado de cuatro dedos en la mano derecha y otros en los pies.

«Ha sido un gran milagro. Si no fuera por Nadav, estaría muerto. Me acuerdo que me caí y me desperté con los gritos de Nadav. Lo que ha hecho es muy grande», agradeció Aydin en declaraciones al diario israelí Yediot Ajaronot.

Según este veterano deportista, «Nadav ha creado un puente muy grande entre Israel y Turquía. Espero que nuestros dirigentes aprendan la lección de nosotros. Quizá me he quedado sin la cumbre del Everest pero he ganado un hermano para toda la vida«.

Aydin y Nadav. Amigos pese a todo.

Desde este fin de semana y tras volver de la cima humana, Ben Yehuda está internado en el hospital. «Al principio, los doctores me dijeron que eran pesimistas y que no habría más remedio que amputar. Pero ahora dicen que los dedos responden bien al tratamiento especial. Soy optimista», dijo ayer a los medios israelíes añadiendo que su objetivo es recuperarse y volver cuanto antes al Everest.

La noticia del rescate coincide con el enésimo deterioro de las relaciones bilaterales tras la presentación de la Fiscalia ayer en Estambul de una demanda contra cuatro ex oficiales israelíes (entre ellos, el ex jefe del Estado Mayor, Gaby Ashkenazy) por el asalto al barco Mavi Marmara (Flotilla a Gaza) que acabó con la muerte de nueve civiles turcos. Unos hechos ocurridos hace dos años que añadieron más tensión a las malas relaciones entre Israel y el Gobierno del islamista Recep Tayyip Erdogan.

Lo que hizo Ben Yehuda es un ejemplo más que las fronteras y banderas se minimizan ante la aplastante superioridad de la naturaleza y la misteriosa fuerza de la amistad. La heroica historia del israelí y su socio turco va más allá de la política o de su identidad nacional. Da igual quién salvó a quién. Hubiera podido ser al revés. De lo que se trata aquí, en mi opinión, es cómo el código humano puede revelarse solidario y bello en situaciones extremas.

La semana pasada, varios alpinistas fallecieron tras coronar el Everest. Entre ellos el español Juan José Polo Carbayo. Un deporte de riesgo que reta los límites humanos, la piedad de los elementos y el capricho de la suerte.

La escalada de Nadav y Aydin ha acabado con un descenso que les eleva a una cúspide diferente. Incluso superior a la cima más alta del mundo.

 
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