Libro pésimo de Carla Fibla y Fadi N. Skaik, Resistiendo en Gaza,
Carmen Pulín Ferrer
LA ILUSTRACIÓN LIBERAL (ESPAÑA) – Nº 47 Primavera (boreal) 2011
En un número reciente de esta revista, un excelente artículo de Julián Schvindlerman analizaba el fenómeno del nuevo antisemitismo. Una de las conclusiones a las que se llegaba en dicho artículo era que el actual antisionismo no es sino la judeofobia de siempre, puesta al día en cuanto a argumentos y presentación con una capa de progresía y un toque de solidaridad, tolerancia y buena conciencia. El libro Resistiendo en Gaza. Historias palestinas sirve perfectamente como ejemplo ilustrativo.
Esta obra, escrita por la periodista Carla Fibla (corresponsal de la cadena SER en Israel) y el traductor palestino Fadi N. Skaik, es un completo catálogo de todos los argumentos y clichés que emplea ese antisionismo analizado por Schvindlerman: el Gobierno israelí es nazi; Israel practica el apartheid y ha convertido Gaza en un gueto o un campo de concentración; Israel es culpable de genocidio, etcétera. Tampoco faltan las habituales manipulaciones: de datos históricos (sobre todo los referidos a la creación del Estado de Israel), de cifras, de hechos y, claro está, del lenguaje. En este último apartado los ejemplos son particularmente abundantes: Hamás «capturó» al soldado israelí Gilad Shalit, pero las Fuerzas de Defensa Israelíes «secuestran» a los palestinos; Hamás no es una organización terrorista, sino un «movimiento de resistencia islamista»; los terroristas, en general, parecen no existir para los autores, pues siempre se habla de «milicianos», «luchadores» o «defensores miembros de la lucha armada». En todo el libro sólo se menciona una vez la palabra «suicida», y se emplea el término «mártires» como sinónimo de «víctimas» (palestinas).
El análisis de los postulados de las campañas BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) y PSCABI (Estudiantes Palestinos para el Boicot Académico de Israel, por sus siglas en inglés), aquí presentados, resulta especialmente significativo por dos motivos: Fadi N. Skaik, coautor del libro, es también miembro activo de la primera de dichas campañas, y en la última parte de la obra queda claro que tanto él como Carla Fibla comparten (en gran medida, al menos) la postura de las mencionadas organizaciones y las medidas que proponen. Los activistas Haidar Eid (catedrático de la Universidad Al Aqsa) y Mohamed Abu Abdu (estudiante recién licenciado) afirman que Israel aplica una política de apartheid y, por tanto, debe ser tratado por la comunidad internacional como lo fue Sudáfrica en las décadas de 1970 y 1980. Desde BDS y PSCABI promueven el aislamiento académico internacional de Israel y el boicot a todos sus productos e instituciones, en aras de la paz y la justicia, ya que Israel no sólo discrimina, sino que ha emprendido «una limpieza étnica que no ha acabado», transformando Gaza en «el mayor campo de concentración sobre la faz de la Tierra».
Semejantes manifestaciones no constituyen, según ellos, un ataque contra los ciudadanos israelíes ni contra los judíos. El enemigo, el culpable de todo, es el Estado de Israel. Nadie aquí es antijudío, sino antisionista, que, según nos explican, es algo muy distinto: los objetivos de su campaña de boicot no son los individuos, pese a que la mayoría de los israelíes esté involucrada en la guerra contra los palestinos, sino las organizaciones (encabezadas por «el Gobierno más fascista de la historia del país») y los intelectuales sionistas, divulgadores de un ideología racista y discriminadora. Sin embargo, no parece que esas afirmaciones sean muy consistentes con la siguiente frase, pronunciada por Eid:
Hay que lograr que cada israelí sienta el aislamiento, que se sienta excluido vaya a donde vaya.
En cuanto a la solución que proponen para el conflicto, pasa por la creación de un Estado único «laico, secular y democrático». La solución de los dos Estados, pese a que el mundo quiera creer lo contrario, ha sido ya liquidada por Israel con la Operación Plomo Fundido.
Los testimonios de habitantes de Gaza como Eid y Abu Abdu constituyen la parte principal del libro, las «Historias palestinas» del título. Se presentan 24 casos: madres, estudiantes, grupos de rap, empresarios, miembros de ONG… Son testimonios diferentes entre sí, pero que presentan una serie de opiniones casi unánimes: el bloqueo es un castigo colectivo impuesto por Israel a la población de Gaza por haber votado a Hamás (la «formación política» que incomoda a Occidente); los israelíes dispensan un trato inhumano a los palestinos; la paz con Israel es muy difícil o directamente imposible; los occidentales no se implican suficientemente; Hamás ha logrado traer el orden y la seguridad a Gaza, etcétera.
Con una estructura distinta, en forma de pregunta-respuesta, aparecen cinco testimonios más: de representantes de Hamás, Fatah, Yihad Islámica, Salafiya Yihadiya y de un clérigo salafista. En ningún caso se les presenta como miembros de organizaciones terroristas o vinculadas al terrorismo; las preguntas formuladas no puede decirse que sean incómodas (a los salafistas ni siquiera se les pregunta acerca de Israel); las repuestas a las mismas no son comentadas ni cuestionadas, como sí ocurría en el caso de los 24 testimonios anteriores.
Fibla y Skaik se muestran satisfechos con esta parte del libro. Afirman haber alcanzado su objetivo: realizar un análisis exhaustivo de la vida en Gaza, compartiendo las actividades cotidianas de sus habitantes, y presentar un testimonio fiel de lo ocurrido en la Franja entre los años 1948 y 2009. Para completar su análisis, presentan una narración de la Operación Plomo Fundido (27 de diciembre de 2008 – 18 de enero de 2009) y la visión que, en su opinión, tienen de Gaza los israelíes y la comunidad internacional.
Las conclusiones que alcanzan los autores en estos apartados quedan claras: el Estado de Israel es una fuerza ocupante, dominadora y opresora que ha creado miles de refugiados y que, para conservar un territorio injustamente arrebatado a sus legítimos dueños, emplea la violencia más extrema y desproporcionada, de la que los palestinos no pueden defenderse más que con los muy limitados medios a su alcance. El mundo occidental contempla con indiferencia estos acontecimientos o, en el mejor de los casos, reacciona con tibieza, permitiendo que Israel quede siempre impune, incluso tras la Operación Plomo Fundido: una masacre en la que perecieron mujeres, niños y ancianos, y que arrasó el ya devastado territorio de Gaza. La Franja sufre la ira de un vecino poderoso y cruel que no permitirá jamás a sus habitantes, mientras no se plieguen a sus exigencias, tener un futuro de paz y prosperidad.
Tan brillantes y fundadas conclusiones, por supuesto, no debería alterarlas la información que se omite respecto a la situación de Gaza, como que, pese al bloqueo, los mercados están relativamente bien abastecidos. Dicho bloqueo pretende únicamente impedir la entrada de armamento, materiales o financiación para los terroristas de Hamás; diariamente, tras ser inspeccionados por las autoridades fronterizas, en la Franja entran camiones con miles de toneladas de suministros de todo tipo, incluyendo materiales con los que, en la misma época en que se escribía el libro, se construía allí una piscina olímpica y un centro comercial (ambos inaugurados pocos meses después). Tampoco hay por qué mencionar, al parecer, el número de misiles y cohetes lanzados desde Gaza sobre el territorio israelí en los años previos al bloqueo: 10.000 en ocho años. Sin embargo, sí se citan con entusiasmo las conclusiones del Informe Goldstein y las manifestaciones de personas como Amira Hass, Ilan Pappé o Gideon Levy, conocidos judíos antiisraelíes, que son presentados como voces «independientes» que se atreven a criticar el apartheid que ejerce el Estado de Israel, o que han logrado descubrir archivos secretos que revelan la política de matanzas y destrucción que acompañó a la creación de Israel en 1948.
En la primera frase del prólogo, escrito por Maruja Torres, se afirma que este libro ha sido escrito «con la cabeza fría y el corazón caliente». Tal vez la señora Torres no tenga demasiado claros esos conceptos, pues la frialdad y la ecuanimidad brillan por su ausencia en esta obra. De entrada, afirmar que el libro se ha escrito por «justicia informativa», para poder contrarrestar la «poderosa fuerza de la propaganda» israelí, que ha hecho que el caso de Gaza sea prácticamente abandonado por todos los medios de comunicación, resulta grotesco. Dicha «propaganda israelí» no ha podido evitar que la abrumadora mayoría de los medios occidentales (incluidos los españoles) aborde cualquier información sobre Gaza con una actitud siempre crítica hacia el Estado de Israel, al que, por ejemplo, se acusa de «uso desproporcionado de la fuerza», en el mejor de los casos, o de «genocidio», en los más extremos.
Criticar a Israel no implica directamente ser judeófobo. La propia sociedad israelí, como cualquier democracia sana, es muy crítica con sus dirigentes. Es cuando la crítica se vuelve desproporcionada, empleando términos como nazismo, Holocausto o apartheid para calificar la política del Estado israelí; cuando cualquier acción de Israel, del signo que sea, es censurada; cuando se disculpan o justifican los defectos y errores de cualquier país u organización, excepto los israelíes; es entonces que nos topamos con la judeofobia, en la que claramente incurre este libro, un perfecto manual de Educación para el Antijudaísmo.
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