Alberto Mazor
Estimados,
Al menos siete personas resultaron muertas y una docena heridas en una explosión ocurrida hace medio año atrás en una planta de acero de la la empresa privada Ghadir, en la ciudad de Ardakan, en el centro de Irán. Las informaciones provenientes de los medios iraníes no señalaron las causas ni el alcance del daño material del suceso.
Otro estallido destruyó a fines de 2011 una base militar situada a 30 kilómetros de Teherán. Entre otras cosas, la base servía de laboratorio y almacén para misiles de largo alcance capaces de alcanzar Israel. El régimen islamista iraní dijo que la detonación no fue más que un accidente acaecido durante el traslado de material explosivo.
Esa fue la respuesta a la continua sucesión de misteriosos «accidentes» sufridos por instalaciones, infraestructuras y científicos vinculados a su programa nuclear desde hace algunos años.
En dicha oportunidad, la explosión se cobró la vida de 17 militares de la Guardia Revolucionaria, incluido el padre del programa de misiles iraní. En Israel la noticia se cubrió con cierta jocosidad, pero respetando el pacto de silencio que suele primar en estos casos hasta que algún alto cargo decide estirar un poco más la lengua.
En aquella ocasión fue Meir Dagán, el ex jefe del Mossad, al que muchos acusan de haber descubierto las intenciones de Netanyahu para atacar Irán. Alguien le preguntó si la explosión había sido obra de Dios, un nombre asociado en la jerga del Mossad a la «Ira de Dios», la operación de venganza lanzada contra terroristas palestinos que asesinaron a los atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich en 1972. Dagán respondió con una sonrisa.
Desde hace algunos años, la guerra encubierta contra Irán que lleva a cabo Israel con apoyo de otros servicios de inteligencia aliados es un secreto a voces. Las partes implicadas lo niegan, pero nadie lo duda en el entorno de los servicios secretos. En el último año aparecieron muertos en diferentes «accidentes» tres científicos vinculados al programa nuclear. Además, se multiplicaron las explosiones en gaseoductos y refinerías de petróleo. De las tres que hubo a lo largo de 2009, se pasó a 17 (!) durante 2010 y 2011.
Algunos incidentes son tan sospechosos como las cuatro explosiones simultáneas que sacudieron la provincia de Qom, al norte de Teherán, en abril de este año. Un diputado iraní aseguró entonces que fueron «obra de terroristas» dedicados al sabotaje.
Pero el éxito más conocido de esta campaña tiene nombre y apellido de virus: Stuxnet y Flame. El primero fue creado conjuntamente por israelíes y estadounidenses y ensayado – antes de ser introducido en los controladores que Irán utiliza en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz – en la reproducción exacta de las centrifugadoras iraníes que Israel, según fuentes extranjeras, habría creado en la planta nuclear de Dimona.
Pocos días después de saberse que Stuxnet había destruido una quinta parte (!) de las centrifugadoras iraníes, Dagán dijo ante la Comisión de Exteriores y Seguridad de la Knéset que, debido a «problemas técnicos» que estaba atravesando Irán, su capacidad para construir una bomba atómica se había retrasado hasta el 2015.
El segundo se reveló esta semana. Lo llaman Flame y es un malware de unos 20 megabytes de tamaño, algo inusualmente grande si se tiene en cuenta que este tipo de bichitos suele intentar pasar desapercibido y se programa en lenguajes de muy bajo nivel y muy eficientes.
Entre las cosas que sabe hacer están «sutilezas» como robar contraseñas del ordenador, copias de todo lo que se teclea, «pantallazos» cuando están activos programas de chat y similares. También puede interceptar conversaciones de audio a través de Skype, activar el micrófono del equipo para grabar lo que está sucediendo en una habitación – sin que se de cuenta la persona que está allí – o incluso conectar vía Bluetooth con los dispositivos cercanos como teléfonos móviles para interceptarlos a su vez. Una vez que tiene todo eso recopilado, Flame lo guarda y lo envía cifrado – de forma casi indetectable – empleando diversos métodos seguros a través de la conexión de Internet del ordenador atacado.
Ahora, en lugar de Dagán, fue el viceministro Ayalón quien señaló que aquéllos que ven en Irán una amenaza podrían haber creado el virus. Y no dijo más.
Ese es el objetivo que busca esta guerra oscura: ganar tiempo. Los sabotajes sirven para ampliar el margen de acción de la diplomacia y las sanciones.
Teherán insiste en las intenciones pacíficas de su programa nuclear pero ya nadie en Occidente compra ese argumento aunque se empecine en buscar salidas diplomáticas; mucho menos después del último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica.
El cerco sobre el régimen de los ayatolás se está estrechando cada vez más. Sanciones, sabotajes, asesinatos y demás plagas.
De momento, la guerra a ciegas está comprando tiempo. La pregunta es: ¿hasta cuándo?
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