Julián Schvindlerman
Comunidades – 30/5/12
Posiblemente uno de los momentos más gloriosos de la historia universal de las olimpíadas haya ocurrido -paradójicamente- en las infames Olimpíadas de Berlín de 1936. Adolf Hitler diseñó el máximo encuentro deportivo mundial como una celebración de la raza aria, sería una manifestación nacional de la superioridad alemana por sobre el resto de los pueblos. Los deportistas alemanes ganaron la mayor cantidad de medallas, pero sus convicciones racistas fueron espectacularmente desafiadas cuando el atleta negro Jesse Owens, en representación de los Estados Unidos de América, derrotó a los atletas arios de Hitler y ganó cuatro medallas de oro, batiendo incluso récords olímpicos. Según la tradición, el líder del país anfitrión debía felicitar al ganador, pero Hitler rechazó de plano la idea: “¿Ustedes realmente creen que voy a dejar ser fotografiado estrechando la mano de un negro?”. Esa no fue la única desazón que debió afrontar el líder nazi en su propia casa. Otros nueve atletas judíos ganaron medallas en las Olimpíadas de Berlín, entre ellos Helene Mayer, una alemana medio judía que las autoridades nazis incluyeron entre los suyos en un intento de suavizar la imagen racista de la nación. (Tristemente, tal como todos los deportistas alemanes ganadores, ella hizo el saludo nazi en el podio).
Indudablemente el peor momento de la historia universal de las olimpíadas acaeció también en Alemania, treinta y seis años después. En las Olimpíadas de Munich, en 1972, terroristas palestinos de la agrupación Septiembre Negro secuestraron y asesinaron a once miembros de la delegación israelí. Algunos de los israelíes habían sobrevivido a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial para terminar siendo ultimados en Alemania décadas más tarde por palestinos. Uno de ellos, Shaul Ladani, sobrevivió a la fiebre tifoidea en Bergen-Belsen. Otro de ellos, Yakov Springer, luchó contra los nazis en el levantamiento del gueto de Varsovia. Zeev Friedman, a su vez, era el último hombre de una familia exterminada durante la Shoá. Todos murieron en Munich en 1972. El periodista italiano Giulio Meotti, quién anotó estos detalles en un artículo reciente en Yediot Ahronot, observó que estos hombres, junto al resto de los atletas israelíes asesinados, fueron los primeros judíos en ser matados en Alemania, por ser judíos, desde 1945. Enlutada, Israel se retiró del encuentro. Los juegos continuaron.
Este año tendrá lugar un nuevo encuentro olímpico, en Londres, en coincidencia con el 40 aniversario de la masacre de Munich. Familiares de los atletas israelíes diezmados pidieron que un minuto de silencio fuese conmemorado en su honor durante los juegos. Dos congresistas norteamericanos, Eliot Engel y Nita Lowey, solicitaron lo mismo, al igual que el Estado de Israel. Pero el Comité Olímpico Internacional se negó, como otras veces en el pasado. Supuestamente ello politizaría las cosas. La OLP no tuvo esa consideración oportunamente. Ni el propio Comité Olímpico Internacional pareció preocuparse demasiado por ello cuando aceptó una delegación de atletas de “Palestina” en los juegos de Atlanta en 1996, cuando, tal como ahora, Palestina era inexistente como un estado. Recordar el atentado de Munich ofendería a las muchas naciones árabes y musulmanas participantes, así como a sus aliados, parece ser el argumento tácitamente alegado. Para un encuentro que exalta la virtud y que premia a quien más lo merece, ceder a una presión de este tipo es una desgracia. “Aunque oiremos mucho sobre el ´espíritu olímpico´ durante la interminable promoción de este evento, es y siempre ha sido un fraude gigantesco que siempre ha preferido apaciguar a los tiranos e ignorar crímenes en la búsqueda de una marca comercial global”, opinó Jonathan Tobin en la revista Commentary.
Daría la impresión que un elemento de frivolidad está también presente en la decisión del Comité Olímpico Internacional. Después de todo, se supone que los juegos han de ser un acontecimiento feliz, una celebración global del espíritu humano por la superación y un símbolo de unión colectiva a través del deporte. Pareciera que los israelíes debieran tener la sensibilidad peculiar de no aguar la fiesta con sus reclamos morales, recordándole al mundo entero un desagradable acontecimiento añejo. Tal como cuando la familia de las naciones decidió homenajear a la Alemania nazi con los Juegos de 1936 y al comunismo soviético en las Olimpíadas de Moscú de 1980 y continuar con los de Munich en 1972, este año en Londres el show debe seguir.
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