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| miércoles noviembre 20, 2024

Ahmadinejad el humanista


Julián Schvindlerman

Comunidades – 27/6/12

Prácticamente todos los encuentros de las Naciones Unidas tienen siempre un momento John Lennon repleto de invocaciones elevadas y apelaciones al bien común. Con sólo mirar los objetivos proclamados en la última Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable, conocida simplemente como Río+20, vemos que ella no fue una excepción: reducir la pobreza, avanzar la equidad social, asegurar protección medioambiental. Usualmente, los asistentes honran la consigna y dan sentidos discursos siguiendo esa línea loable, especialmente los políticos, para quienes no siempre (no digo nunca) estos temas no son tan prioritarios como lo son para la sociedad civil activamente involucrada en estos asuntos aún fuera del marco de estas reuniones globales.

El presidente de Irán, Mahmmoud Ahmadinejad, actuó su papel a la perfección, alternando el rol del humanista, el ecologista, el pacifista, el sociólogo y el historiador con gran descaro y eficiente soltura. En una sucesión de tediosas reflexiones que provocan mareo, saltó de hacerse el Jacques Cousteau («nadie tiene el derecho de destruir el medioambiente, el cual pertenece a todos») a Madre Teresa de Calcuta («creemos que el ser humano es, en esencia, monoteísta, buscador de justicia, equilibrado y que desea amor y belleza»), a Theodor Roosevelt («debemos valorar los sacrificios, valorar los esfuerzos como principios esenciales de la humanidad, sólo así podrá seguir desarrollándose la humanidad») a Jorge Bucay («la felicidad de unos no debe estar en contra de la felicidad de otros»).

Por momentos adoptó un tono más severo, al pontificar a la Noam Chomsky que «la división cada vez más amplia entre el Norte y el Sur y varias crisis y preocupaciones… son todas resultado del orden y sistema actuales que dominan al mundo». Pero no pudo evitar ser él mismo al despotricar contra las «guerras globales tales como aquellas en Corea y Vietnam y las guerras de los sionistas contra Palestina y naciones regionales, el Líbano y Gaza, así como la guerra que Saddam lanzó contra Irán, las guerras de la OTAN contra Afganistán e Irak, África y los Balcanes y otras partes del mundo».

Ahmadinejad ya había ensayado estas parábolas verbales cuando arribó a América Latina a comienzos de este año. En Nicaragua dijo que Irán puja por establecer «la solidaridad y la justicia en el mundo». En Cuba fustigó al capitalismo al que «ya le falta lógica, recurre a las armas para matar y destruir». Pero fue en Venezuela donde exhibió su prosa más florida al defender su programa nuclear así: «la bomba no es más que la bomba de la libertad de los pueblos y nosotros amamos a todos los pueblos… nuestra arma es la lógica, son los valores humanos; nuestra arma es el amor, el cariño, la amistad…».

El pseudo Dalai Lama iraní fue recibido en Río de Jainero por una manifestación de judíos, gays y activistas de derechos humanos opuestos a su presencia. A pesar de su mensaje de amor universal, varias naciones boicotearon su discurso, entre ellas Canadá, Israel, los Estados Unidos, Australia, el Reino Unido y la Unión Europea. Su preocupación por el medioambiente no le acreditó una reunión oficial con la presidenta del Brasil, Dilma Rouseff, quién rechazó el pedido del iraní agregando al repudio mostrado por el alcalde de la cidade maravilhosa Eduardo Paes, quién eligió no asistir a la inauguración de una réplica de las columnas de Persépolis, obsequiadas a Brasilia por Teherán. La suya no fue una gira especialmente exitosa. La influencia diplomática iraní en América Latina sigue restringida al núcleo bolivariano: Caracas, La Paz, Managua, La Habana y Quito. Es solamente en esas tierras latinas donde Ahmadinejad puede ser recibido a los abrazos, realizar anuncios extravagantes sobre aviones no tripulados y protestar contra el «imperio». Por el momento al menos, el resto de la región -Buenos Aires y Montevideo inquietan un poco- permanece inmune a los cantos de sirena persas.

Con todo, se nota una excesiva frivolidad en el trato mundial conferido al presidente de Irán. Por razones formales la ONU debe invitarlo a sus eventos y, ávido de explotar la plataforma global, Ahmadinejad saca provecho a cada oportunidad. De esta forma, solemos verlo en las sesiones anuales de la Asamblea General en Nueva York, o en la última Conferencia de las Naciones Unidas contra el Racismo y la Xenofobia en Ginebra, e incluso invitado a discursar en la Universidad de Columbia. Es reconfortante ver a algunos países expresar su rechazo a su persona mediante el abandono de las salas en las que él expone su fanatismo, pero sigue siendo lamentable ver a muchas otras democracias permanecer en esos mismos recintos. Para un negador del Holocausto, un invocador a un genocidio, un dictador, un patrocinador de terrorismo y un embaucador serial de la AIEA, la recepción internacional que le es dada no está nada mal.

Ahmadinejad y el régimen de Teherán son un problema para la paz, la estabilidad y la seguridad global. Es perturbador advertir que -sea por simpatía ideológica, oportunismo político o falta de temeridad colectiva- él y su gobierno continúen recorriendo el planeta con total impunidad.       

 
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