Zvi Mazel
Jerusalem Center for Public Affairs
5.7.2012
La victoria de Mohammed Mursi, hombre de Los Hermanos Musulmanes, en las elecciones a la presidencia de Egipto constituye un triunfo del islam político que no distingue entre religión y Estado y aspira a forzar la Sharia islámica como modo de vida. La revolución en Egipto no logró sacar de su entorno a un líder nuevo y carismático. La lucha fue entre la vieja institucionalidad y Los Hermanos Musulmanes, principal fuerza política principal en Egipto desde la revolución de los oficiales libres en 1952. En los últimos 60 años no hubo en Egipto un lugar para la actividad de partidos liberales del centro político. En ese período, desde Nasser hasta Mubarak, a través de Sadat, el país del Nilo fue gobernado por dictaduras militares escondidas detrás de un único partido gobernante. El movimiento de Los Hermanos Musulmanes, que comenzara su actividad en el frente político en el período del rey Farouk (cuyo servicio secreto mató a Hassan al- Bannah, uno de los fundadores del movimiento después que el hombre pusiera en funcionamiento una organización secreta que intentó destituir al gobierno), fue la única que se atrevió a enfrentarse con el gobierno de los tres presidentes. Todos sus intentos, por tomar el poder, terminaron en derrotas. Todo ello no le impidió entrar en lo profundo del pueblo egipcio y crear una estructura social, económica y política. Frente a la dictadura militar, la corrupción y la hostilidad de la policía egipcia, muchos tendieron a creer a los activistas del movimiento que trajeron consigo la novedad del Islam y prometieron que solucionaría todos los problemas. Desde el punto de vista religioso/político los Hermanos no tuvieron resistencia en el frente interno. Su objetivo fue, y continúa siendo desde su fundación (1928), el gobierno de Egipto y su transformación en estado islámico regido por la Sharia. La democracia y sus valores de libre expresión, igualdad a las minorías y mujeres fueron el enemigo y, contra ello, lucharon. Su teoría fue extremadamente religiosa, acompañada de antisemitismo brutal, aún antes de la creación del Estado de Israel convirtiéndose en una lucha sin concesiones contra Israel. Todos los movimientos islámicos extremos (Jihad, la Jama Islámica, al-Qaeda y otros) fueron creados sobre la base de la teoría extremista que propagaron. Tienen buena parte en el extremismo religioso de la calle egipcia y en la hostilidad contra Israel.
Ahora, muchos sostienen y, en especial, en los medios occidentales, que debe olvidarse todo ese pasado y creer que, Los Hermanos Musulmanes, no son sino un partido laico que trabajará por vías democráticas en el desarrollo de Egipto a pesar del hecho que, Mohammed Mursi propiamente, no dudara – durante la campaña electoral- en decir a sus seguidores que forzaría la Sharia islámica e invadiría Jerusalem. A los periodistas extranjeros les dijo que cumplirá con los compromisos internacionales de Egipto y creará un estado civil, concepto cargado cuyo sentido no queda claro.
¿De repente, se volvieron democráticos?
¿Será que la fe de Mursi en el Islam se turbó con su elección a presidente? ¿Hasta ahora, habrá vivido engañándose a sí mismo? ¿Acaso Mohamed Badie, guía supremo de los Hermanos Musulmanes y sus compañeros en el Ministerio de Orientación de la organización, se volvió democrático en un segundo, después de haber ganado las elecciones? ¿Acaso el medio millón de miembros del movimiento de Los Hermanos respetarán, desde ahora, a sus mujeres? ¿Los musulmanes respetarán, desde ahora, a sus vecinos coptos? ¿Acaso la cultura de los Hermanos Musulmanes, que aspira a islamizar al mundo entero, cambió en pocas horas con su triunfo en las urnas?
Parece, con claridad, que en las capitales de Occidente no se examinan esas preguntas y, en la Casa Blanca, ya están dispuestos a marchar junto a los Hermanos por el nuevo camino.
En los países árabes piensan distinto. Allí aún ven en los Hermanos Musulmanes un peligro. Arabia Saudita y el Golfo siguen, con preocupación, tras los sucesos en Egipto y se niegan a abrir sus bolsillos a fin de asistir a la economía en decadencia. Esta semana, esa situación tuvo su expresión concreto cuando Dahi Khalfan Tamim, comandante de las fuerzas de Dubái, conocido como quien revelara lo que llamó acción del Mossad para la eliminación de al – Mabhouh, declaró que el presidente de Egipto, no fue celebrado en el Golfo, no se lo esperará con alfombra roja y que su elección es una mala señal para Egipto y la región. Ya hace algunas semanas, amenazó con frenar a Youssef al-Qaradawi, el mayor predicador de los Hermanos por su provocación contra Emiratos Árabes Unidos.
El heredero del trono saudita, que se desempeñara como Ministro del Interior, el Emir Nayef bin Abdulaziz Al Saud, fallecido hace dos semanas, era conocido por su hostilidad hacia los Hermanos Musulmanes y veía en ellos una raíz de desgracias en la región y fuente de terrorismo político. Arabia Saudita no olvida a los Hermanos, que los complicaron con el ataque a Las Torres Gemelas en Estados Unidos. De los 18 terroristas que perpetraron el atentado, 16 eran sauditas educados en las teorías de los Hermanos Musulmanes y que se incorporaron a al-Qaeda. Los sauditas no dudaron en expulsar a los activistas de los Hermanos de su tierra. La sospecha de Arabia Saudita hacia Mursi quedó expresada en el tibio y tardío telegrama de salutación.
Mursi juró frente al Tribunal Constitucional y así cumplió con el proceso legal en vías a su ingreso al cargo. El Tribunal Supremo Militar le envió, de inmediato, todas sus atribuciones inclusive aquellas que atañen a los poderes Ejecutivo y Legislativo a partir de la disolución del parlamento. Desde ahora, es la máxima autoridad de Egipto, electo por el pueblo egipcio en comicios democráticos. Si bien el Tribunal publicó, hace algunos días, un anuncio legal que limita al presidente en todo lo relativo a los asuntos de seguridad y ejército (como la declaración de guerra, la determinación del presupuesto militar, designación de la oficialidad suprema), pareciera un ejercicio patético de los generales por conservar algunas atribuciones antes de retornar a sus campamentos.
¿Qué impide al nuevo presidente cambiar la situación de las cosas? Sus atribuciones, que incluyen aquellas del poder Ejecutivo y Legislativo, le permitirán encontrar la vía para anular la disolución del parlamento, supervisar la versión de la Constitución y tratar que incluya los ítems adecuados a la imposición de la Sharia. Cabe suponer que, en algunas semanas, los Hermanos Musulmanes tendrán en sus manos todos los centros de poder de Egipto: presidencia, parlamento y Constitución. ¿Quién les impedirá jubilar a los generales que fueron parte del Tribunal Militar Supremo? ¿Acaso el ejército se opondrá y hará una revuelta? Cabe dudarlo. ¿Quién impedirá a Los Hermanos comenzar a concretar sus proyectos de crear un estado islámico en Egipto y trabajar por formar otros estados islámicos en el Medio Oriente?
El pragmatismo y la necesidad de ocuparse de la grave crisis económica, en la que se encuentra Egipto, sostienen los analistas de medios occidentales que se volvieron seguidores de los Hermanos. ¿No es acaso considerable suponer que la carga de fanatismo islámico, que llevan consigo los Hermanos, y por el cual lucharon y se sacrificaron desde hace 84 años, superará el pragmatismo? Y ya contamos con el primer ejemplo: Mursi prometió que se ocuparía, cuanto antes, de realizar un nuevo juicio a Mubarak “Para hacerle justicia” y exigiría liberar al Sheik ciego Abd-al Rahman, responsable del primer atentado a las Torres Gemelas en 1993 y que cumple su sentencia en Estados Unidos.
** Zvi Mazel es ex embajador en Egipto, Suecia y Rumania.
Fuente: Jerusalem Center for Public Affairs
ATT. CIDIPAL
Difusion: www.porisrael.org
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