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El silencio de Munich 72


Ezequiel Fernández Moores

01 de Agosto de 2012

La Nacion. Cancha llena
munich72

Los Juegos Olímpicos, dijo Jacques Rogge en la ceremonia de apertura del viernes pasado, hablan de «honor», «dedicación», «compromiso», «respeto», «ejemplo», «armonía» y «paz». Por eso, tal vez, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) sintió deseos de abandonar la Villa Olímpica cuando se enteró de la matanza de once entrenadores y atletas israelíes en los Juegos de Munich 72. Así lo hicieron todos los filipinos, trece atletas noruegos y seis holandeses. «Si alguien es asesinado en tu fiesta, no sigues con la fiesta. Me voy a casa», dijo el atleta holandés Jos Hermens. Pero Rogge, regatista como su padre y que asistía a su segunda cita olímpica, pensó que abandonar era darle la razón al terrorismo. Siguió en Munich y terminó decimocuarto en la clase Finn. Rogge recordó el hecho a Ankie Spitzer, viuda de Andrei Spitzer, una de las víctimas de Munich. «Okey -le dijo la mujer-, pero ahora sí que puede tomar una posición. Si no, usted es un cobarde.» Rogge, cirujano, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) y designado conde por el rey Alberto II de Bélgica, expresó que, aun a cuarenta años de la tragedia, no era posible hacer siquiera un minuto de silencio. Munich 72, agregó, no está dentro del «protocolo» de la fiesta de apertura de Londres 2012. «Que mi esposo volviera en un cajón tampoco formaba parte del protocolo olímpico», respondió Spitzer.

La fiesta de apertura de los Juegos omitió a los atletas israelíes asesinados, pese a que la ceremonia comenzó con niños británicos cantando «Jerusalem», un poema escrito en 1804 por William Blake y cuyas letras, críticas ante el inicio de la Revolución Industrial y la destrucción de la naturaleza, hablan de una nueva Jerusalén que nacería en suelo inglés. Luego apareció el actor Daniel Craig, el mismo que hizo de Steve, el duro judío-sudafricano agente del Mossad, los servicios secretos de Israel, que, según el film Munich , de Steven Spielberg, viajó por el mundo para asesinar a cada uno de los sobrevivientes y colaboradores del comando palestino Septiembre Negro, responsable de la matanza de atletas en los Juegos del 72. Pero Craig sólo hizo de James Bond. Cuando la delegación alemana inició su desfile, la cámara enfocó a un anciano saludando desde su palco. Era Walter Troger, alcalde de la Villa Olímpica de Munich 72. Poco después salió la delegación de Israel. Bob Costas, comentarista de la cadena socia del COI, NBC, había prometido un minuto de silencio. Prefirió recordar que Rogge sólo había homenajeado a las víctimas unas horas antes en la Villa Olímpica, y remató: «Sin embargo, para muchos, esta noche, con el mundo mirando, éste es el tiempo y el momento exacto para recordar a quienes murieron y cómo murieron».

La fiesta tuvo un momento de doloroso recuerdo: fue para las 52 víctimas fatales de los ataques terroristas del 7 de junio de 2005 en Londres, un día después de que el COI la designara sede de los Juegos. También el protocolo de los Juegos de Invierno de Salt Lake City fue alterado en 2002 para homenajear a las víctimas de las Torres Gemelas. Y en la apertura de los Juegos de Invierno de Vancouver 2010, el propio Rogge pidió un minuto de silencio para recordar al georgiano Nodar Kumaritashvili, que se había matado horas antes en plena práctica. Londres 2012 cerrará, en cambio, el 12 de agosto sin cumplir el recuerdo que piden los familiares de las víctimas de Munich. Ese mismo día, los atletas israelíes serán recordados en la ceremonia de apertura de los Juegos Macabeos de Rockland, a 20 kilómetros de Nueva York. Se presentará también el documental 20 Million Minutes. Destaca que pasaron 20 millones de minutos desde la matanza. Diez Juegos Olímpicos. Diez aperturas sin siquiera un minuto de recuerdo. El COI lleva cuarenta años de inexplicable silencio.

«Si hubiesen sido once estadounidenses, habríamos tenido ese minuto de silencio hace tiempo», dice Barbara Berger, hermana de David Berger, otra de las víctimas fatales. «O británicos, australianos o japoneses o de cualquier otro país que no sea Israel», agregó, hace unos días, Christinne Brennan, columnista del USA Today. «Todos sabemos que el COI -siguió Brennan- no quiere hacer nada que moleste a las cincuenta naciones árabes, mayoritariamente musulmanas, que participan de los Juegos.»

Pierlugi Battista (Corriere della Sera) no tiene dudas: «El único motivo que explica el silencio del COI es el miedo». Hace cuarenta años, el miedo del gobierno alemán y del COI a que la sangre de los atletas manchara la fiesta olímpica terminó provocando la masacre. Coinciden en afirmarlo los trabajos más serios sobre la matanza, como los libros Striking Back, de Aaron Klein, y One Day in September, de Simon Reeve, informes recientes del semanario Der Spiegel y los dos documentales que revisé en estos días: One Day in September, de Kevin MacDonald, que ganó el Oscar en el año 2000 y el alemán Munich 72. El secreto detrás de los ataques olímpicos, de Wilfried Huisman. Algunas fallas de los operativos de seguridad y de rescate fueron increíbles: 1) el 14 de agosto de 1972 la embajada alemana en Beirut recibió un primer aviso y el 2 de septiembre, tres días antes del ataque, hasta la revista italiana Gente advirtió que terroristas de Septiembre Negro planeaban «un acto sensacional» en los Juegos. Aun así, Alemania, empeñada en borrar la imagen de los Juegos nazis de Berlín 36, mantuvo la Villa sin vigilancia y los terroristas ingresaron por la noche simulando ser atletas y ayudados, inclusive por deportistas de Estados Unidos o Canadá; 2) uno de los planes de rescate, con agentes ingresando en las habitaciones tomadas, debió ser abortado cuando la policía advirtió que los terroristas veían la maniobra por TV… a través de los noticieros; 3) los francotiradores apostados luego en el aeropuerto de Fürstenfeldbruck creían que los palestinos eran cinco y no ocho, no tenían experiencia, equipamiento infrarrojo ni intercomunicadores; 4) los policías dentro del avión prometido a los palestinos para volar a El Cairo abandonaron inesperadamente la máquina, y 5) pasó una hora después de los primeros disparos, pero los carros de ataque fueron pedidos tarde y demoraron por el tráfico, en medio de disputas de jurisdicción entre el gobierno nacional y el estadual.

«Estábamos convencidos -dice en el documental Bruno Merk, ex ministro de Interior de Bavaria- de que los terroristas no ejecutarían sus amenazas ante los ojos del mundo.» Lo hicieron. «Cuando yo era un niño -inició su crónica famosa el periodista Jim McKay, de la ABC-, mi padre solía decir: «Nuestras esperanzas más inmensas y nuestros miedos más profundos rara vez son comprendidos». Uno de esos miedos se ha concretado esta noche. Tenemos que decir ahora que había once rehenes. Dos de ellos murieron en los cuartos, en la mañana de ayer. Nueve murieron esta noche en el aeropuerto. Eso es todo.» Entre los que murieron en el aeropuerto, estaba Jacov Springer. El nazismo había matado a toda su familia. Unos días antes, Jacov había visitado Dachau. «Aquí estoy yo de regreso. Ustedes -contó que pensó mientras recorría el campo de concentración- no pudieron realmente destruirme.» Otro de los testimonios más impactantes de los documentales es el de Jamal Gashey, crecido en Chatila, el campo de refugiados de Beirut que se hizo célebre por una salvaje matanza de cientos de palestinos en 1982. «Crecí en un refugio, sin tierra ni derechos, cuando me dieron un arma, me sentí un verdadero palestino», dice Gashey. Fue uno de los tres terroristas que quedaron vivos. Alemania los liberó 53 días después. Simuló el secuestro de un avión de Lufthansa que llevaba apenas once pasajeros. A cambio de su liberación, se sacó a los terroristas de encima y -afirman los documentales- acordó no más atentados en suelo alemán. Israel, como lo muestra Munich, de Spielberg, inició su propia cacería. La operación Cólera de Dios mató a una docena de palestinos sospechosos, algunos sin vinculación alguna con Munich y otros absolutamente inocentes, como el mozo marroquí Ahmed Bouchiki, asesinado por error en 1973, en Noruega. «Se puede no estar de acuerdo con Israel sin ser antisemita y se puede pedir un minuto de silencio y no ser señalado como un agente de propaganda judía», pidió un lector en The Guardian, en el fuerte debate que provocó la negativa del COI de recordar a las víctimas de Munich. «Tengo las manos atadas», cuenta Ankie Spitzer que le confió Rogge, al intentar explicarle la posición del COI. «Sus manos -le respondió la viuda- no están atadas. Mi marido tenía las manos atadas, y también los pies. Así lo asesinaron. Eso es tener las manos atadas.»

 
Comentarios

LA VERGUENZA COMIENZA EN SEGUIR LOS JUEGOS LUEGO DE ASESINATO. OTRA SERIA LA HISTORIA SI SE HUBIESE DADO POR TERMINADO LOS JUEGOSM EN EL MISMO MOMENTO DEL ASESINATO MULTIPLE.

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