George Chaya
16/08/2012
La Razón (Madrid)
Después de más de 550 días de protestas y 23.000 muertes, no hay ninguna señal del régimen de Asad de reafirmar su control sobre Siria. EE UU y la UE han señalado su creencia de que el régimen está en una espiral de muerte y que sólo es cuestión de tiempo que llegue su final. Sin embargo, la noción de intervención militar está fuera de la mesa. No sólo los rusos y los chinos están evitando cualquier acción desde dentro del Consejo de Seguridad de la ONU, Washington y Londres demostraron en repetidas situaciones no tener estómago para una acción militar.
El escenario es pesimista observando la situación sobre el terreno. Es escasa la posibilidad de una solución política que pareció haber muerto con la renuncia de Kofi Annan, enviado especial de Naciones Unidas para Siria. La oportunidad para una solución política no tiene más de un milímetro de ancho. Esto nos da la perspectiva de continuidad del conflicto del corto al mediano plazo. Sin embargo, hay que señalar que el escenario no es estático. Un evento excepcional podría conducir al régimen a derrotar a los rebeldes o a los rebeldes a derrotar al régimen, con posibilidades de derrocarlo. Un golpe de Estado interno es lo que evalúan los rebeldes para poner fin al régimen.
Lo concreto es que la ONU ha fracasado escandalosamente, y el régimen sirio se está quedando sin ideas. Los regímenes autoritarios utilizan tradicionalmente la estrategia política del palo y la zanahoria para mantener su dominio, y la situación hoy en día es que el régimen ha desplegado más o menos todas sus zanahorias y se concentra totalmente en acciones diferentes y más brutales de las que se le han conocido.
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