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| lunes diciembre 23, 2024

Aquí no hay primavera de Praga


Alberto Mazor


¡Aquí no hay primavera de Praga! solía decir Salvador Allende, refiriéndose a Chile. En Oriente Medio tampoco. Israel se define como la única democracia de la región en las ultimas seis décadas, por lo cual parecería que debería simpatizar con la ola de levantamientos contra las tiranías en el mundo árabe que le rodea. No obstante, en el Estado hebreo los sentimientos son más contradictorios.

El eje de la diplomacia israelí en la zona se basa en los acuerdos de Camp David de 1977 establecidos con Egipto, según los cuales la dictadura de Mubarak lo reconocía como Estado y que, bajo el común paraguas de EE.UU, se disponía a coordinar acciones conjuntas.

Pero resulta que hoy la víctima más importante de la «primavera árabe» es ese mismo Egipto, en tanto que las primeras elecciones presidenciales directas de la historia de la más poblada nación de Oriente Medio dieron como ganador a los Hermanos Musulmanes, el partido madre de Hamás, el mismo que pronuncia un discurso históricamente hostil al sionismo. Ciertamente que, por el momento, el presidente egipcio, Mohamed Mursi no cuestiona los acuerdos con Israel; incluso esta semana se comprometió a mantener el tratado de paz con la nación hebrea, pero ello podría cambiar.

La caída de Mubarak, a su vez, dio pie a que la península de Sinaí, que antes estaba férreamente controlada por la dictadura militar egipcia, se torne un terreno fértil para grupos yihadistas armados, muchos de los cuales abastecen armas a los palestinos o directamente atacan a Israel.

Además, movimientos anti-israelíes también van creciendo en Libia, Yemen, Irak y Siria. En Libia y Túnez cayeron antiguos regímenes nacionalistas que no apuntalaban directamente al alzamiento palestino, para beneficio de musulmanes integristas.

Hamás controla Gaza y Hezbolá el Líbano, ambos acérrimos enemigos armados de Israel.

El mayor movimiento «pro-democracia» en la península arábiga es el de Bahréin, apoyado por Irán, que por medio de su programa nuclear no sólo amenaza a Israel, sino que a la vez pretende desestabilizar a las totalitarias monarquías sunitas del Golfo Pérsico, que son un baluarte del orden pro-EE.UU y anti-Irán en Oriente Medio.

Por si esto fuera poco, Israel consideraba a Assad «un mal menor» ya que el régimen de Damasco reprimía a los palestinos en Líbano al tiempo que mantenía una relativa estabilidad en su frontera en los Altos del Golán y un rígido control sobre su enorme arsenal de armas químicas. Un futuro gobierno de mayoría sunita podría adoptar una actitud diferente ante el Estado hebreo.

Vaya paradoja. Ahora Israel se ve presionado por potencias occidentales – que apenas un año y medio atrás apoyaban a dictaduras despóticas – a preferir un cambio en Siria aunque sospeche que Hezbolá ya consiguió apoderarse de misiles de largo alcance y precisión con cabezas bioquímicas capaces de matar a miles de sus ciudadanos.

Dicen que el primer día de la primavera es una cosa y el primer día primaveral es otra totalmente diferente. En Oriente Medio sabemos que la diferencia entre uno y otro puede tardar una eternidad.

En Oriente Medio no hay primavera de Praga.

 
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