Fernando Alvarez Baron
18/09/2012
El 12 de septiembre pasado 300 trabajadores de una empresa textil murieron en el incendio de una fábrica en Karachi, la mayor megalópolis musulmana del mundo. Esa misma semana miles de musulmanes se manifestaban por todo el mundo contra la libertad de expresión, tal como la entendemos en occidente, olvidándose de los obreros fallecidos en la fábrica. En la propia ciudad de Karachi la turba se ha enfrentado masivamente a la policía para mostrar su indignación contra una película rodada en Los Ángeles, y colgada en You Tube, llamada «la inocencia de los musulmanes«.
La neurobiología afirma, cada vez con más contundencia, que la función básica del cerebro es mantener al individuo vivo y en constante contacto con el medio que le rodea. La primavera y el invierno árabe, nos han saturado de imágenes de la violencia de las masas musulmanas, y su insoportable desprecio por la vida humana, que nos hacen preguntarnos, si los presupuestos científicos de la neurobiología no tengan algún tipo de excepción.
En 1911 se incendio en Nueva York la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist en la que murieron 146 trabajadoras inmigrantes de origen judío e italiano. La causa del elevado número de muertos, igual que en Karachi en septiembre 2012, fue la imposibilidad de abandonar los edificios, pues, en ambas fábricas, los dueños habían cerrado las salidas con barrotes para evitar robos de género textil.
El impacto de la tragedia de Nueva York en 1911 fue enorme tanto en EEUU, donde se cambiaron las leyes de seguridad y salud laborales, como a nivel mundial donde esta tragedia llevo a la creación del Sindicato Internacional de mujeres trabajadoras textiles, y se convirtió en el eje de las celebraciones mundiales del Día Internacional de la Mujer Trabajadora cada 8 de marzo.
101 años después de la tragedia ocurrida en Manhattan, y a la vista de la nula repercusión que los trabajadores quemados por el fuego en Karachi, deja en sus conciudadanos y en sus leyes, habrá, tal vez, que compartir con Martin Amis, que hay una gran distancia moral entre los ciudadanos de las democracias occidentales y los seguidores del islam ofendidos por un video en You Tube, pero no por trescientos obreros abrasados el día del cobro de la nómina.
El pasado mes de agosto Apple se convirtió en la empresa más valiosa del mundo de todos los tiempos, cuando su acción alcanzó un valor de 600 dólares. Esto significa que los aproximadamente 500.000 empleados de Apple producen tres veces más valor añadido que los 80 millones de habitantes de Egipto, cuyo P.I.B. es un tercio del valor de la empresa de Cupertino. Tim Cook, sucesor del carismático Steve Jobs es el actual presidente de Apple, que no hubiera podido presentar el iPhone5 en Riad, Teherán o Jartum porque las leyes de estos estados le condenan a muerte. En este caso la distancia moral, entre nosotros y ellos, a la que alude Martin Amis, se llama CIVILIZACION (sin Alianzas).
El Shah de Iran, Mohamed Reza Pahlevi, fue un autócrata modernizador, aliado de EEUU, que prohibió por la fuerza l uso del velo islámico para las mujeres, e implantó el sufragio femenino. No obstante, en 1978 el presidente de EEUU Jimmy Carter le pedía que abandonara el poder dando paso a una revolución que en menos de doce meses fue abducida por el clero chiita. 33 años después las mujeres iraníes han vuelto a la edad media, mientras que el mundo está a punto de enfrentarse a una potencia nuclear gobernada por fanáticos sin control, que salmodian sin cesar un siniestro «YES WE CAN» alrededor de sus centrifugadoras nucleares.
Barak Obama, premio Nobel e la Paz como Jimmy Carter, sin duda ha querido desde el principio de su mandato emular los disparates del cultivador de cacahuates. En junio del 2009 se fue a ver al aliado y autócrata Hosni Mubarak y lanzo un discurso que tenía la intención de abrir una nueva etapa en las relaciones entre EEUU y el mundo musulmán, basadas en el respeto mutuo. Pero la sociología es muy correosa, y al año siguiente un informe del prestigioso Instituto PEW, presidido por la antigua Secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright revelaba que la sociedad egipcia estaba a años luz del respeto a los derechos humanos que es común en las democracias occidentales. Los egipcios inmediatamente antes de derribar la tiranía de Mubarak se mostraban en un 84% a favor de la pena de muerte para los apostatas, en un 82% a favor de lapidar a los adúlteros y en un 77% a favor de la amputación de miembros por robo. Este último ítem le produce sudores fríos a Sánchez Gordillo que, sin duda, a pesar del pañuelo palestino que lleva al cuello, agradece el resultado de la batalla de las Navas de Tolosa.
Dos años después del YES WE CAN de Obama en El Cairo, lo único que ha ocurrido en el mundo musulmán es que la violencia ha cambiado de bando. La primavera árabe ha caído en manos de los extremistas religiosos, exactamente como ocurrió en Irán en 1979.
Una de los gestos más innobles que ha tenido La Casa Blanca tras el asesinato de su embajador en Libia, Chris Stevens, ha sido pedir a Google que retirara le video, «la inocencia de los musulmanes» de You Tube, Pero, afortunadamente la empresa de San Francisco ha dicho que no.
Pero, tal vez, el más patético intento de acercamiento de Obama al mundo musulmán, durante el discurso de El Cairo en 2009, fue cuando aseguro que en EEUU se protegería el derecho de las mujeres musulmanas americanas a llevar velo. Seguro que esta frase hizo blasfemar en la tumba a Katie Scarlett O’Hara en descanso georgiano de los Siete Robles.
Afortunadamente la sociedad civil americana nos da emprendodoras como Jessica Scorpio, que con 24 años acaba de conseguir 14 millones de dólares para su start up Getaround, que es una plataforma que permite que los particulares se presten el coche unos a otros cuando no lo usen. Y cuyo objetivo social y estratégico es disminuir el número de coches en circulación. Y por ende, el consumo de petróleo, la única forma de pinchar «la burbuja negra» del petróleo que es el sustento de los regímenes musulmanes mas opresivos.
Comparto vuestro punto de vista. Tengo miedo a identificarme.