Rafael L. Bardaji
GEES
26 de Septiembre de 2012
La diplomacia española siempre ha pretendido que en el Norte de África y Oriente Medio primen la buena vecindad, la tolerancia y las relaciones pacíficas. Ahora que parece que los grandes diseños han dejado paso a unas concepciones más pragmáticas y unas ambiciones más limitadas, tener unos objetivos concretos es crucial.
Tres cosas puede hacer el ministro Margallo para ayudar a Israel, defender nuestros intereses nacionales y potenciar las relaciones en y con la región. Éstas son:
– La primera tiene que ver con Túnez, uno de los primeros países que visitó Margallo tras asumir la cartera de Exteriores. El ministro debe saber que, allí, en el borrador del texto constitucional, se introduce explícitamente una cláusula (art. 2.27) por la que se declara un acto criminal la «normalización» de las relaciones con Israel, en tanto que entidad sionista (es decir, judía, en su jerga).
La criminalización constitucional de la normalización de las relaciones con Israel puede que no tenga consecuencias claras, como se apresuran a decir los juristas de Exteriores, pero no cabe la menor duda de que como principio político es algo despreciable. Se discrimina al pueblo judío, al judaísmo y al Estado de Israel. Aún peor: es una prueba palpable de la influencia de los sectores islamistas más radicales, y el Gobierno español debiera estar preocupado aunque sólo fuera por eso. Firme creyente en la primavera árabe, tiene que hacer cuanto esté en su mano para que ésta no acabe sepultada bajo la intolerancia de los barbudos.
Con todo el tacto que se quiera, hay que hacer ver a las autoridades tunecinas que un artículo constitucional como ese no es de recibo. Se trata de una tarea que el ministro Margallo debería asumir en primera persona. La buena convivencia no se limita a subvencionar la Casa Árabe y Casa Sefarad.
– La segunda atañe a Hezbolá. El libanés Partido de Dios, creación iraní para expandir la revolución chií en el Levante mediterráneo, tiene una componente global que no se nos puede escapar. Recordemos los atentados contra la AMIA en Buenos Aires (1994) y contra la embajada de Israel en la capital argentina (1992). Por otro lado, de todos los servicios de inteligencias europeos –CNI incluido… se supone– es conocida la implicación de Hezbolá en el ataque a un autobús de turistas israelíes perpetrado este verano en la ciudad búlgara de Burgas.
En la estela del norteamericano, varios Gobiernos europeos se han mostrado favorables en las últimas semanas a incluir a Hezbolá en la lista de organizaciones terroristas de la UE, lo cual permitiría congelar sus fondos en Europa, así como acceder a ellos e impedir la libertad de movimientos de sus miembros más destacados. El Reino Unido y Holanda ya se han mostrado partidarios, y Alemania acaba de anunciar que va a tomar en consideración la propuesta.
El Gobierno español, que tanto se afana por recuperar protagonismo en Europa, por el momento calla. Bien fácil le sería al ministro sumarse a esa iniciativa. Sobre todo ahora que la opinión pública está horrorizada por las matanzas que perpetra en Siria el régimen de Bachar Asad, dictador al que Hezbolá se halla íntimamente relacionado.
Incluir en la lista de organizaciones terroristas de la UE al Partido de Dios significaría estrechar el cerco sobre el régimen de Damasco y enviar un claro mensaje a Irán, empecinado en hacerse con la bomba. Tres pájaros de un tiro.
Hay quien dice que Hezbolá podría tomarlo como una provocación y que incluso podría atentar contra nuestras tropas desplegadas en el sur del Líbano. Pero esa es una lógica falaz: nuestro despliegue tenía como finalidad influir en y dar forma a una atmósfera no dominada por los milicianos del grupo chií; no estamos allí para convertirnos en sus rehenes. Nada impide, pues, a Margallo defender que Hezbolá es un grupo terrorista. De hecho, debería hacerlo.
– La tercera está relacionada con la OTAN. Es indiscutible que lo que sucede en Oriente Medio y el Golfo afecta a la seguridad de los Aliados. Es política oficial de la organización. Lo que no está claro es cómo se pretende ésta desempeñar un papel positivo en la zona. Cuenta con un miembro fundador limítrofe y cada vez más activo en el mundo árabe (Turquía), ha puesto en marcha un Diálogo Mediterráneo para la Ribera Sur e incluso ha desarrollado un acuerdo bilateral con Israel para la cooperación técnico-militar.
Manifestar que la OTAN está con Israel sería una gran manera de hacer ver a los ayatolás iraníes que el Estado judío no está solo. Sería contribuir a la disuasión.
Desgraciadamente, el rumbo islamizante de la Turquía de Erdogan, su apuesta por un cierto neo-otomanismo con el que influir directamente en Egipto y otros países de la zona, ha generado una retórica crecientemente anti-israelí A resultas de lo cual dos países que antes eran estrechos aliados ahora se encuentran enfrentados.
Que Turquía se oponga sistemáticamente a cualquier colaboración de Israel con la OTAN, vetando la participación de unidades navales israelíes en maniobras aliadas en el Mediterráneo –y obligando con ello a la suspensión de las mismas–, no es lo que se espera de un socio fiel. Conviene hacérselo saber a través de los conductos adecuados. Una instrucción del ministro a nuestro embajador en la OTAN bastaría. Buscar el apoyo de algunos de nuestros aliados tampoco sería complicado, visto cómo están los ánimos. Si quisiera, Margallo podría hacerlo. Y conviene que lo haga. Cuanto antes. Por el bien de la OTAN, a la que las divisiones y rencillas internas están hiriendo de muerte.
Que Túnez se vea libre de las malignas influencias del islamismo, que una organización terrorista global sea tratada como lo que es y que la OTAN gane en funcionalidad son objetivos que corren en interés no sólo de Israel, también de España. Habría que ponerse a ello.
Luego ya podría ir el señor ministro de visita oficial a Jerusalén.
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