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| domingo diciembre 22, 2024

El inusual mensaje del Islam moderado


En medio de la ira por la película que ridiculiza a Mahoma, en los países musulmanes surgen voces que denuncian la intolerancia y la violencia y piden dar cabida a los sectores no extremos de la sociedad.

Thomas L. Friedman

The New York Times

«Sin duda necesitamos un respetuoso diálogo entre el Islam y Occidente, pero, todavía más, necesitamos un respetuoso diálogo entre musulmanes.»

elmercurio.com

Una de las leyes de hierro de la política de Medio Oriente en los últimos 50 años ha sido que los extremistas llegan hasta las últimas consecuencias y que los moderados suelen desaparecer. Eso es lo que hizo tan inusual una marcha de la semana pasada en Bengasi, Libia. Los moderados se unieron y se tomaron el cuartel general de la milicia islamista Ansar al Sharia, sospechosa de haber lanzado el ataque contra el consulado estadounidense en el que murió el embajador Chris Stevens.

No está en claro si esta tendencia de los moderados puede sostenerse o ser propagada. Pero habiendo denunciado las voces de intolerancia que tan seguido intimidan a todos en esa región, es alentador ver a libios con pancartas que reclaman «Queremos justicia para Chris» y «No más Al Qaeda», y exigiendo la desarticulación de las milicias armadas. Esto coincide con algunos artículos brutalmente honestos en la prensa árabe-musulmana -en respuesta a disturbios desatados por el filme que insulta al profeta Mahoma- que no son el usual «¿Qué está mal con EE.UU.?» sino «¿Qué está mal con nosotros y cómo nosotros lo arreglamos?».

El Instituto de Investigación de Medios de Medio Oriente (MEMRI) tradujo una aguda crítica escrita de un columnista de Al Shorouk, el mejor diario de El Cairo. «Maldecimos a Occidente día y noche, y criticamos su desintegración (moral) y desvergüenza, al tiempo que dependemos de él para todo.

Importamos automóviles, trenes, aviones, refrigeradores y lavadoras de ropa, en su mayoría de Occidente. Somos una nación que no contribuye con nada a la civilización humana actual. Nos hemos convertido en la pesada carga sobre (otras) naciones. Si verdaderamente hubiéramos implementado la esencia de las directrices del Islam y todas las (demás) religiones, habríamos estado a la vanguardia de las naciones. El mundo nos respetará cuando volvamos a ser personas que participamos en la civilización humana, en vez de (ser) parásitos que están diseminados a lo largo del mapa del mundo industrializado, alimentándose de su producción y más tarde atacándolo desde la mañana hasta la noche. Occidente no es un oasis de idealismo. También contiene explotación en muchas áreas. Pero, al menos, no se hunde en trivialidades y apariencias externas, como nosotros. Por lo tanto, apoyar al Islam y al profeta de los musulmanes debería hacerse a través del trabajo, producción, valores y cultura, no atacando por sorpresa embajadas y asesinando diplomáticos».

Mohammed Taqi, columnista liberal paquistaní, en un artículo publicado en el Daily Times de Lahore el 20 de septiembre, argumentó que «no existe excusa alguna para la violencia e incluso el asesinato más vil, como se cometió en Bengasi. Si se combate el odio con odio, seguramente se engendrará más odio. La forma de salir está en sofocar las voces de odio con voces de cordura, no reduciendo la libre expresión y llamados al asesinato».

  

Jaled al Hroub, catedrático en la Universidad de Cambridge, en un artículo del diario jordano Al Dustour del 17 de septiembre, argumentaba que el «aspecto más aterrador de lo que vemos actualmente en las calles de ciudades árabes e islámicas es el desastre del extremismo que está inundando nuestras sociedades y culturas, así como nuestra conducta. Esto (representa) una total atrofia del pensamiento entre amplios sectores (de la sociedad), como resultado de la cultura de excesivo celo religioso que fue impuesto a la gente durante más de 50 años, y que produjo lo que presenciamos» ahora.

Bassem Youssef, comediante egipcio, escribió en Al Shorouk: «Nosotros exigimos que el mundo respete nuestros sentimientos, pero nosotros no respetamos los sentimientos de otros. Gritamos asesinato cuando ellos prohíben el niqab (velo islámico) en algún país europeo o impiden que (musulmanes) construyan minaretes en otro país (europeo); aun cuando estos países siguen permitiendo la libertad religiosa, como quedó de manifiesto en la construcción de mezquitas y en la prédica que se desarrolla en sus patios. Sin embargo, en nuestros países no permitimos que otros prediquen en público sus creencias. Quizá deberíamos analizarnos antes que (criticar) a otros».

  

Durante la guerra de Irak, cada vez que me preguntaban «¿Cómo sabrás cuando hayamos ganado?», yo daba la misma respuesta: Cuando Salman Rushdie pueda dar una conferencia en Bagdad; cuando haya verdadera libertad de expresión en el corazón del mundo árabe-musulmán. Sin duda necesitamos un respetuoso diálogo entre el Islam y Occidente, pero, todavía más, necesitamos un respetuoso diálogo entre musulmanes. Lo que importa no es lo que partidos políticos y agrupaciones árabe-musulmanes nos dicen que representan. Lo que importa es lo que se dicen a ellos mismos, en sus propios idiomas, con respecto a qué representan y qué excesos ellos no tolerarán.

Este debate interno había sido frustrado desde hacía mucho por autócratas árabes cuyos regímenes suprimieron partidos islamistas extremos, pero nunca permitieron realmente que sus ideas fueran contrarrestadas con libre expresión; con interpretaciones del Islam independientes, modernistas o progresistas o por partidos políticos e instituciones seculares realmente legítimos. ¿Estamos viendo el comienzo de eso ahora con el surgimiento de espacios libres y partidos legítimos en el mundo árabe? Aún es muy pronto para saberlo, pero vale la pena acoger esta repercusión moderada a la repercusión extremista. Y observarla.

 
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