Abraham Skorka
En el otoño boreal de 1949 fue votada en las Naciones Unidas la moción de internacionalizar la ciudad de Jerusalem. A la sazón, la misma se hallaba dividida en dos sectores, el occidental judío y el oriental en manos del reino Hachemita de Jordania.
En la reunión de la Knesset, el Parlamento israelí, del 5 de diciembre (14 de Kislev 5710), defendió el entonces primer ministro de Israel, David Ben Gurion, la indivisibilidad de la ciudad del territorio del incipiente estado, y la nombró capital del mismo, con la aprobación parlamentaria.
Al dirigirse al Parlamento en aquella oportunidad, dijo entre otros conceptos:
«…la Jerusalem judía es parte orgánica e inseparable del Estado de Israel, tal como es parte inseparable de la historia de Israel, de la fe de Israel y del alma de nuestro pueblo. Jerusalem es el corazón del corazón del Estado de Israel. Nos sentimos orgullosos que Jerusalem haya sido también consagrada a los ojos de los que profesan otras religiones, y con voluntad y nuestro profundo deseo aseguraremos todas las disposiciones y facilidades necesarias a fin de que todos los fieles de los otros credos satisfagan sus ansias espirituales en Jerusalem. Se otorgará, por nuestra parte, toda la ayuda a las Naciones Unidas para asegurar dichas disposiciones.
Empero, no podemos imaginar que la Organización de las Naciones Unidas tratará de erradicar a Jerusalem del estado de Israel o afectar su soberanía como la eterna capital de Israel.
Dos veces en la historia de nuestro pueblo fuimos erradicados de Jerusalem, sólo después de haber sido vencidos en guerras desgarradoras, por ejércitos supriores en número y poder; las fuerzas de Babilonia y de Roma.
Nuestra relación con Jerusalem en estos días no es menos profunda de aquella que hubo en los tiempos de Nabucodonosor y Tito Flavio. Cuando Jerusalem fue atacada después del 14 de mayo de 1948, supo nuestra juventud combatiente arriesgar sus vidas por la capital de nuestra santidad, no menos de lo que hicieron nuestros ancestros en los tiempos del primer y segundo templo.»
Cómo y por qué se transformó Jerusalem en el corazón del pueblo judío?
Jerusalem en la Biblia
La primera vez que aparece Jerusalem en la Biblia es en Génesis 14:18. Se relata en dicho capítulo acerca de la victoria de Abraham sobre Kedarlao’mer y sus aliados que habían capturado a Lot, su sobrino, y a los miembros de su familia. El primer patriarca encaró junto a sus amigos, Mamre, Eshkol y A’ner y sus tropas, al enemigo a fin de salvar a los miembros de su familia. Al volver victoriosos del campo de batalla, lo recibe el rey de Shalem, Malki Tzedek, con pan y vino. Malki Tzedek es descripto como el sacerdote del dios superior, creador de los cielos y la tierra.
Tanto el Midrash , como los exegetas relacionan a la Shalem de aquí con la que se identifica con Tzion en Salmos 76:3. Onkelos y Yehonatan traducen directamente: Malka diYerushlem. En el capítulo 10 de Yehoshua’h se denomina al rey de Jerusalem: Adoni Tzedek. También Josefo identifica a Shalem con Jerusalem (Ant. VII. X.3)
Todo este relato posee insinuaciones acerca del futuro de aquel lugar. Malki Tzedek es la primera persona que es nombrada como «cohen», sacerdote, en la Biblia. Es nuevamente mencionado en Salmos 110:3.
Yehonatan en su traducción al arameo (Targum) identifica, al igual que el Midrash , a Malki Tzedek con Shem ben Noah. Abraham le entrega el diezmo de las pertenencias adquiridas a Malki Tzedek, tal como el pueblo de Israel le debía entregar a los sacerdotes. De donde se deduce, como explica Ramban, que Abraham reconocía en Malki Tzedek a un auténtico sacerdote del mismo Dios al cual él oraba y obedecía.
Ramban relaciona el nombre de los reyes de Shalem -Malki Tzedek, Adoni Tzedek- con Isaías 1:21, donde dice refiriéndose al futuro de Jerusalem, que: «Tzedek (Justicia) ha de morar en ella». De acuerdo al mismo, Shem sabía que aquel lugar se hallaba «frente» a la Jerusalem celestial donde mora la Omnipresencia Divina (Shekhinah), que en el lenguaje místico se denomina Tzedek.
El rabino David Zvi Hoffman, en su exégesis al libro de Génesis, coincide con Jerónimo que Shalem es una ciudad cercana a Skitopolis (Bet Shean) mencionada en Yehudit 4: 4. Rashbam en su exégesis a Génesis 33: 18, propone ubicar Shalem cerca de Shekhem.
De todos modos, la tradición rabínica que refleja el sentimiento que se gestó en el seno del pueblo, entendió que aquel lugar era Jerusalem.
Del mismo modo, el Monte Moryiah, donde Abraham estuvo dispuesto sacrificar a su hijo Itzhak, al igual que el lugar donde Ia’akov soñó con la escalera que sabe unir los cielos y la tierra, fue identificado por la tradición posterior con Jerusalem.
El Deuteronomio, al prescribir la centralidad del culto a un lugar específico, coloca los cimientos de la especificidad de un sitio exclusivo para el culto a Dios. Hay un lugar, para el pueblo hebreo, que es distinto y peculiar que cualquier otro sobre la faz de la tierra. Si bien es dado hallar en los textos normativos de Éxodo y Levítico el concepto de centralidad del culto, como bien explica Yehezkel Kaufmann , la exclusividad y la prohibición de lugares de culto particulares de cada familia o ciudad, aparecen sólo en el Deuteronomio, y formó parte de las normas de culto implantadas en la gran reforma que se gestó en Judea durante el reinado de Yeoshiahu. A partir de entonces la unión entre Jerusalem y el culto hebreo adquirió la característica de indisoluble.
Sin embargo, en los escritos de los «profetas del texto», o sea aquellos cuyas profecías llegaron a nuestras manos mediante sus respectivos libros, y en cuya primera generación se distinguen: Isaías, Oseas, Amós y Miqueas; ya se nota una peculiaridad de Jerusalem por sobre todos los otros lugares de culto. Isaías es presentado como aquel que profetizó sobre Tzion y Jerusalem. Basta leer 1: 21 -27, para ver que el castigo por adorar a deidades paganas será la destrucción de Jerusalem. En su capítulo 2, en la profecía del final de los tiempos, Jerusalem es descripta como el centro espiritual en derredor del cual se reconciliarán todos los pueblos, alcanzando en ella la ansiada paz. La misma profecía aparece en Miqueas 4.
Amós, que habiendo nacido en Tekoa’, vecina a Jerusalem, fue por mandato divino a profetizar al reino de Israel, presenta su mensaje a los habitantes de Samaria diciendo: «El Señor bramará de Tzion y de Yerushalaim elevará su voz»
De donde queda claro que, más allá de las reformas establecidas en los tiempos de Josías, en las que se implantó, siguiendo a Kaufmann, la exclusividad de la práctica del culto en su templo, Jerusalem representaba ya para la primera generación de los «profetas del texto» el lugar peculiar del culto. En su gran templo (Beit HaMikdash), Isaías -de acuerdo a lo que es dado interpretar de su capítulo 6- se comprometió con el mandato de la profecía, y seguramente se pulió en su seno el credo monoteísta del pueblo judío. Las grandes reformas de Jezequías y Josías se dieron en el seno del templo de Jerusalem.
La historia de la construcción del templo y su inauguración durante el reinado de Salomón, tal como es narrado en el Libro de los Reyes (I, 6 – 9: 9) es un capítulo muy especial en el significado de Jerusalem para Israel, y seguramente cimentó el sentido trascendental que tuvo la ciudad y su templo para los profetas del libro. En el Beit HaMikdash se depositaron los elementos que conformaron el templo volante que tuvieron los Hijos de Israel en el desierto: el arca con las tablas, el candelabro, etc., pues es la continuidad del Mishkan. La revelación de Dios a los Hijos de Israel desde Egipto, en el Sinaí y subsiguientemente, tuvo su símbolo en aquella construcción, tal como se entiende de las palabras de Salomón en el discurso de inauguración del Beit HaMikdash.
La íntima e indisoluble relación entre el pueblo judío (se utiliza aquí precisamente este término pues nos referiremos al período posterior a la destrucción de Jerusalem por las hordas de Nabucodonosor, cuando ya no se sabía a ciencia cierta acerca del destino de los desterrados del reino de Israel) y la ciudad, tomó forma y espíritu en el famoso juramento de los desterrados de Tzion que aparece en el salmo 137: «Si me olvidare de ti Jerusalem, que mi diestra sea olvidada. Que se pegue mi lengua a mi paladar, si no he de recordarte, si no he de elevar a Jerusalem a lo más alto mis fiestas».
Para los profetas del exilio, el deutero – Isaías y Ezequiel, así como para los profetas del retorno a Tzion – Hagueo , Zacarías y Malaquías – Jerusalem y su templo que se va reconstruyendo, conforman elementos básicos de la fe y la esencia de Israel. Es en derredor de ella y en su seno que se manifestará la redención del pueblo, en ella será – al final de los tiempos- Dios uno y su nombre será uno.
De acuerdo a la tradición que cita Maimónides , Hagueo, Zacarías y Malaquías, eran miembros de la Gran Asamblea (Kneset HaGedolah), la institución que instaura la A’mida o Shmoneh E’sreh, las 18 bendiciones (luego se agregó una decimonovena) que conforman uno de los cuerpos básicos del ritual de oraciones judío. Una de dichas bendiciones refiere explícitamente a la reconstrucción plena de Jerusalem:
«A Yerushalaim Tu ciudad, retorna con misericordia. Conviértela en morada de Tu gloria, como lo has prometido. Reconstrúyela prontamente para la eternidad, y prepara en ella prontamente el trono de David. Bendito eres Tu Ad-nai que reconstruyes Yerushalaim»
Otra de las bendiciones concluye: «Que nuestros ojos alcancen a presenciar Tu retorno a Tzion. Bendito eres Tu Adonai que restauras Tu Presencia a Tzion»
Shmoneh E’sreh debe recitarse de pie, dirigiendo el cuerpo hacia el Kodesh HaKodashim (Sanctum Sanctorum) del Templo de Yerushalaim
También instauraron los sabios de la Gran Asamblea, rezar por la reconstrucción divina de Jerusalem en Birkat HaMazon (bendición de agradecimiento, luego de la ingesta de pan), y en el agregado que se intercala en Shabat, amén de agradecer por el mismo se pide: «y muéstranos el consuelo de Tzion Tu ciudad y la reconstrucción de Jerusalem, casa de Tu santidad».
Del mismo modo, determinaron que en la «oración agregada» (Musaf) de las tres festividades de peregrinación, se diga: «condúcenos a Tzion Tu ciudad, con cánticos, y a Jerusalem Casa de Tu santidad, con eterna alegría» Y en el Musaf de Rosh HaShanah y Kipur: «Reina…en el monte de Tzion, morada de Tu magnificencia y en Jerusalem ciudad de Tu santidad»
En la literatura inter-testamentaria
En el Rollo de la Guerra de los hijos de la luz contra los de la tiniebla, se menciona a Yerushalaim como el sitio al que han de regresar los hijos de la luz que han de retornar del desierto (1: 3) . Volverán triunfadores a ella (3: 11) y el regocijo será entonces para Tzion y Jerusalem (12: 12).
También es mencionada en Pesher Habacuc (5: 16; 9: 4 ?5;12: 7). Especiales referencias al templo y la ciudad se hallan en el Rollo del Templo, mientras el Rollo de Cobre mantiene su misterio si es que refiere a los tesoros del Templo de Jerusalem.
Jerusalem en la Halakha y la Agadah
Jerusalem tiene, por su santidad, un status especial y diferente a todos lo demás sitios y ciudades de la Tierra de Israel . Por lo cual, posee una legislación y normatividad exclusiva; en Bava Kama 82, b, se especifica:
«Diez cosas fueron dichas referente a Jerusalem: la (adquisición) de la casa no es en ella absoluta (no se le aplica, en caso de venta, el régimen de rescate de una ciudad amurallada, que el vendedor sólo posee 12 meses para su rescate, sino que se considera cual casa de sitio no amurallado cuyo rescate puede darse en cualquier momento y retorna la casa a su dueño primigenio en el jubileo. Véase al respecto Levítico 25. Esta norma se halla en concordancia con la opinión de aquellos que dicen que Jerusalem no pertenecía a una tribu específica sino a todo el pueblo de Israel, por lo cual posee un status sui generi). No se le aplica el procedimiento de decapitación de la becerra (aún si se hallase un cadáver cerca de sus murallas sin saberse quién fue el asesino. Véase: Deuteronomio 21. No se aplica por la misma consideración que en el caso anterior). Tampoco puede transformarse en ciudad descarriada (aún si la mayoría de sus moradores sirviesen un culto pagano. Véase Deuteronomio 13, y por la misma consideración anterior). No se impurifica con lepra (no se aplican las reglas de lepra de casas, como en los otros asentamientos. Véase: Levítico 14, por la misma consideración anterior). No se construye en ella balcones y arcadas (hacia el dominio público, para que no haya en sus calles un techo que pudiese cubrir a un cadáver con transeúntes impurificando a éstos; ni que se lastimasen los peregrinos, cuando en masa llegan en las festividades a Jerusalem abarrotando sus calles). No puede haber en ella basurales (para que no se multipliquen las alimañas impuras que suelen alimentarse en los mismos. Tampoco hornos (de cal o de arcilla, para que no se ensucien con su humo los frentes de sus casas). No se plantan huertos y jardines de cítricos en ella (por el mal olor de los abonos que suelen utilizarse). No se crían gallinas en ella (pues suelen picotear en los basurales y llevar en sus bocas bichos que si los llegaren a depositar sobre la carne de los sacrificios, ofrendados en el Templo, los impurificarían). No se pernocta el cadáver en ella (esta es una tradición cuya razón se desconoce)»
Las aclaraciones que se hallan entre paréntesis son las explicaciones a cada una de las normas dadas at locum en la guemara.
Jerusalem era el lugar donde tenían su residencia los más altos tribunales rabínicos en la época talmúdica, tal como explica brillantemente en todo detalle Maimónides, basándose en las fuentes talmúdicas, en Yad HaHazaka, Hilkhot Mamrim 1, 1. Jerusalem, de tal modo, manifestaba ser la ciudad del Tzedek, la justicia.
Entre el gran material agadico que refiere a Jerusalem, puede citarse:
Dijo el Rabi Yehoshua Ben Levy: «Jerusalem que se halla construida cual ciudad (bien) unida (hubra) entre si» (Salmos 122: 3) (debe explicarse como:) es la ciudad que amiga (haber, amigo, posee la misma raíz que unir) a todo (el pueblo de) Israel
Díjole el Rav Nahman al Rav Itzhak: qué significa? «el santo en tu seno y no entraré en la ciudad» (Oseas 11: 9) «Porque en tu seno se haya el santo, entonces, no entraré en la ciudad» Le respondió: Así dijo el Rabi Yohanan: Dijo el santo Bendito Él: no iré a la Jerusalem de arriba (la celestial) hasta que no haya ido a la Jerusalem de abajo (la terrenal).
Acaso hay una Jerusalem celestial?
Sí, pues está dicho: «Jerusalem que se halla construida cual ciudad (bien) unida entre si» (o sea: unida a su complementaria celestial)
Dijo el Rabi Samuel Ben Nahmani: hay una tradición agadica (que dice:) Jerusalem no será reconstruida sino cuando todas las diásporas se reúnan (en la tierra de Israel). Si ha de decirte un hombre: se han reunido todas las diásporas y Jerusalem no es reconstruida, no le creas, pues dice: «El Señor construye Jerusalem» (Salmos 147: 2) y luego: «a los apartados de Israel reunir» (ídem)
El pueblo judío nunca halló consuelo por la pérdida de la soberanía judía de Eretz Israel y de su centro espiritual: Jerusalem. De tal modo aparece este concepto en el Shulkhan A’rukh, el último código de la Halakhah universalmente aceptado como referencia de la misma. En Orah Hayim, primer cuerpo de dicho código, 550, 551, se enseña que cada hogar judío debe tener una parte de sus paredes sin terminar, en recuerdo a la destrucción de Jerusalem. Aún en los momentos de máxima alegría, como en las bodas, debe haber signos que recuerden el dolor por la destrucción del templo. La risa jamás debe ser plena. El que ve las ciudades destruidas de Israel debe rasgar sus vestimentas. El que a Jerusalem destruida rasga sus vestiduras y dice: Tzion fue un desierto yermo, y al ver las ruinas del templo, vuelve a rasgar las vestiduras diciendo; La casa de nuestra santidad y magnificencia de la que te alababan nuestros ancestros fue destruida por el fuego y todos nuestros lugares queridos fueron devastados.
Siempre hubo judíos que emprendieron su camino de retorno a Tzion. Pero a partir del siglo XIX, por múltiples vicisitudes, o tal vez designio divino, judíos de las distintas diásporas, especialmente de Europa, comenzaron masivamente a retornar a Israel. Se crearon ciudades y villas nuevas, se volvió al trabajo de la tierra. Entre los muchos cánticos y poesías que fueron compuestos por los poetas que trataban de recrear el hebreo en lengua viva, hubo uno que supo vibrar por encima de todos. Fue escrito por Naftali Herz Imber en 1877 y publicado en Jerusalem como parte del libro Barkai, en 1886. Su nombre era Tikvatenu. Se transformó en el himno del movimiento sionista y luego en el himno de Israel. En su primera estrofa y estribillo dice:
Mientras dentro del corazón
Un alma judía palpite,
Y rumbo al oriente
La mirada a Tzion se dirija
No se halla perdida aún nuestra esperanza,
La esperanza de dos mil años
De ser un pueblo libre en nuestra tierra
La tierra de Tzion y Jerusalem
En los dos momentos más relevantes de nuestra liturgia, al finalizar el Seder de Pesah y el Iom Kipur, exclamamos nuestra esperanza y jamás abandonado sueño: » ¡El año que viene en la Jerusalem reconstruida!
¡BeShana Habaa BiYrushalaim Abnuia!
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