Roxana Levinson
Periodista, comunicadora, conferenciante y editora
20/11/12
A simple vista, y de acuerdo con la forma como lo presenta la prensa internacional, todo parecería indicar que un buen día el gobierno de Israel decidió asesinar a un líder palestino que se atrevió a salir a la calle. Entonces, debido a la provocación israelí, se desató la presente escalada de violencia, que se parece demasiado a una guerra. A continuación, algunas consideraciones, aclaraciones y rectificaciones sobre el Operativo «Pilar de Defensa», que dan por tierra con las explicaciones simplistas y demonizantes.
En estos días la cadena televisiva CNN realizó un informe, con infografías, videos y todo tipo de tecnología de avanzada – de esa que no sólo impresiona, también convence – en el que demostró como el «poderío militar israelí», que describió con lujo de detalles, estaba aplastando a los pobres palestinos de la Franja de Gaza, que tan sólo cuentan con algunas armas vetustas, un par de cohetes caseros y alguna que otra cosa que lograron contrabandear a través de los túneles.
Pero la CNN no ha tenido la exclusividad, tampoco en esta ocasión, y la mayoría de la prensa internacional presenta la actual escalada de violencia como la consecuencia directa e inmediata del asesinato selectivo del comandante del ala militar de Hamás, Ahmad Jaabari, en pleno centro de Gaza.
Sin embargo, y en este punto comienzan las aclaraciones, la escalada de violencia se generó mucho antes, cuando los misiles Kassam, Grad y otros, eran disparados en cantidad ascendente y sin descanso sobre las poblaciones israelíes aledañas a la Franja de Gaza. La situación se hizo insostenible, la vida una pesadilla y se intensificó el reclamo de los ciudadanos que deseaban ver al gobierno actuando en su defensa.
Para Israel quedaba claro que la organización Hamás había cambiado su política de cese de fuego y de intentar controlar y contener a las organizaciones radicales salafistas que actúan dentro de su territorio para que no lo arrastraran a un nuevo conflicto armado con Israel. La apreciación fue confirmada cuando, el 8 de noviembre pasado, miembros de Hamás y sus asociados realizaron un operativo conjunto en el que intentaron preparar una emboscada contra soldados israelíes por medio de un túnel explosivo.
La asociación con el secuestro de Guilad Shalit resulta inevitable, especialmente si se tiene en cuenta que el «cerebro» de aquel operativo de junio de 2006 fue el ahora ex comandante en jefe del brazo armado de Hamás, Ahmad Jaabari.
Al día siguiente, un jeep del ejército israelí que realizaba una patrulla regular a 100 metros de la cerca de seguridad que marca la frontera entre la Franja de Gaza e Israel fue atacado con misiles antitanque. El vehículo salió despedido por el aire y cuatro soldados resultaron heridos, uno de ellos de gravedad.
Acto seguido, 100 misiles cayeron sobre poblaciones israelíes en el sur del país, y en los días subsiguientes continuaron cayendo.
En ese momento comenzó la escalada de violencia, con estos actos, y no precisamente con el asesinato selectivo – quirúrgico, no está demás decirlo – de Ahmad Jaabari.
No cabe duda de que Israel inició el ataque aéreo inmediatamente después de la ejecución de Ahmad Jaabari porque era evidente que la respuesta por parte de Hamás sería el lanzamiento masivo de misiles de corto y largo alcance. Por eso la aviación israelí salió a destruir el arsenal de Fager 3 y 5, que durante tanto tiempo y con tanta prolijidad, Irán había estado enviando a Hamás a través de los túneles de la Franja de Gaza.
Error de cálculo
No cabe duda de que la organización Hamás cometió un error de cálculo cuando supuso que la escalada de violencia había terminado con los hechos antes mencionados.
La dirigencia palestina de Hamás creyó erróneamente que Israel no seguiría adelante, principalmente para no entrar en un enfrentamiento directo que podría deteriorar la de por sí delicada e impredecible relación con Egipto, y su nuevo gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Esa creencia errónea estuvo apoyada y estimulada también por las maniobras de distracción que realizaron el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu y el ministro de Defensa Ehud Barak, que esa misma mañana viajaron a la frontera norte con Siria y se mostraron tremendamente preocupados porque la guerra civil siria comenzaba a filtrarse en territorio israelí. De la Franja de Gaza, ni una palabra.
Además, y al mismo tiempo, varios funcionarios del gobierno se dedicaron a explicar a quien quisiera escucharlos que no habría una intervención en la Franja de Gaza. Nada de operativos, nada de escaladas…
Y quizás por todo eso – y un poco por la naturaleza humana – el comandante en jefe del brazo armado de Hamás, Ahmad Jaabari, bajó la guardia. Salió a la calle, condujo su vehículo por las calles de Gaza y allí encontró la muerte.
El «cerebro» de secuestros y atentados
Se suele decir que no tiene sentido eliminar a un terrorista, porque rápidamente aparecerá otro para remplazarlo, y que muchas veces el remedio puede ser peor que la enfermedad. Pero en el caso de Jaabari, se trataba de una pieza clave en el engranaje terrorista de Hamás.
Jaabari era responsable de la planificación y ejecución de atentados en los que cientos de ciudadanos israelíes perdieron la vida, del secuestro de Guilad Shalit y sus cinco años de cautiverio, y quien convirtiera al brazo armado de Hamás – que hasta su llegada no era más que un cúmulo de pandillas armadas- en un ejército con cadena de mando y entrenamiento.
Hay quienes dicen que resulta llamativo que la ejecución de Ahmad Jaabari se produzca justamente ahora, cuando Israel se encuentra a dos meses de sus elecciones generales y en plena campaña electoral, que ha quedado en suspenso debido a los acontecimientos.
Cuesta creer que ésos sean los motivos que llevaron a Netanyahu, Barak y el ministro de Relaciones Exteriores Avigdor Liberman, a decidir el inicio del operativo. Pero, en todo caso, esto también sería un error de cálculo. Es sabido que cuando Israel inicia una ofensiva militar, todo puede complicarse en un solo instante, y un solo error basta para convertir la popularidad que supuestamente estos políticos están ganando – no sabemos cuánta porque en estos días no hay encuestas – en una situación de crítica, repudio, pérdida de crédito y prestigio y hasta, en algunos casos como el de Ehud Barak, el fin de la carrera política.
Los límites de la hipocresía
La organización Hamás tiene su interna propia. Tanto con las organizaciones salafistas y jihadistas que últimamente le hacen sombra y ponen en tela de juicio su domino sobre la Franja de Gaza, como con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abu Mazen, quien tiene intención de presentarse en las próximas semanas ante las Naciones Unidas cual si fuera el representante de todos los palestinos.
Poniéndose otra vez al frente de los ataques contra civiles y soldados israelíes, Hamás intenta posicionarse nuevamente como líder del pueblo palestino, al menos en la Franja de Gaza y dejar en claro que es quien domina y está al mando, para aquellos que olvidaron quién es el dueño de casa.
Mientras tanto, el gobierno del Fatah en la Autoridad Nacional Palestina no ha dado muchas señales de consternación por la muerte Ahmad Jaabari. Quizás porque éste comenzó sus días de militancia en una célula terrorista de Fatah para terminar luego pasándose a las filas de Hamás. Quizás porque Jaabari fue uno de los principales protagonistas de la separación violenta de Hamás y Fatah y de la expulsión de este último de Gaza.
Ni siquiera se ha sumado a las voces de quienes critican a Israel por haber eliminado a Ahmad Jaabari.
Más allá de la opinión personal, y de que cada uno pueda o no estar de acuerdo con la medida adoptada por el gobierno israelí o rechazarla por el hecho de que se trata de una muerte, el mundo occidental que aplaudió con entusiasmo la ejecución de Ben Laden por parte de Estados Unidos (y que hizo y hace la vista gorda a tantos asesinatos), no puede ahora – en nombre de la moral- repudiar el asesinato selectivo de Ahmad Jaabari por parte de la Fuerza Aérea Israelí.
Incluso en Medio Oriente, las leyes de la guerra rigen para todas las partes. Y hasta cuando se habla de Israel la hipocresía tiene un límite. Al menos, debería.
Israel no podra ganar la guerra en contra de la difamacion.Es imposible,humanamente hablando,demostrar al mundo que se equivoca,que la verdad es otra.Demostrar al mundo una verdad implica la aparicion de cientos y miles de otras mentiras mucho mas sofisticadas aun.Solo nos queda volver los ojos al cielo,no hay otra salida.