Pepe Eliaschev
Perfil.com
16/02/13
Cristina Kirchner se zambulló de cabeza en un nido de serpientes. No es ella la que pagará el precio más alto. Será el país. No tiene modo de salir indemne de este salto al vacío. Lo peor es que la Argentina no podrá zafar de este collar de acero que se colgó de su cuello y del que penden gruesas piedras.
La manera más elocuente de explicar por qué el Gobierno argentino resolvió, contra todo buen juicio y desafiando la más elemental cautela, avanzar en su pacto con Irán, es que se trata de una conducta coherente con su patológica adicción a la mentira. Eslabonadas una detrás de la otra, esas patrañas ya son irreversibles. Mintieron en marzo de 2011, cuando negaron que hubieran urdido un acuerdo con el régimen de los ayatolás y acusaron de pseudoperiodista a quien había revelado el pacto. Fueron a Israel a decir que no había pacto alguno. Era tan fuerte y opresivo el miedo de las entidades comunitarias, que DAIA y AMIA aceptaron en ese otoño de 2011 que los desmentidos oficiales eran correctos y se sumaron a la descalificación. ¿Acuerdo con Irán? Imposible, eran inventos.
Y el Gobierno ya no paró de mentir. Cristina Kirchner anunció, con una audacia que, es menester reconocerlo, carece de techo, que había logrado un acuerdo “histórico” con el régimen de Irán. Sin embargo, en uno de sus típicos atajos, aclaró que todo se haría con el acuerdo y la participación de las víctimas y de los partidos con representación parlamentaria. No sólo no concretó su promesa, sino que hizo todo lo contrario: el pacto con Irán es 100% kirchnerista, de ellos solos y de nadie más. Claro que compromete a todo el país. La verdad más terrible es, sin embargo, que el camino argentino a Teherán convalida y concreta a favor de Irán los reclamos que ya había explicitado, con candorosa franqueza, en 2005, hace ocho años, durante el gobierno de Néstor Kirchner.
Una carta firmada el 27 de abril de ese año y dirigida al juez Rodolfo Canicoba Corral por el encargado de negocios de la Argentina en Irán, Mario Quinteros, blanqueó de modo brutal la posición iraní de ese momento, que es la misma que la de ahora. Narra el diplomático argentino lo actuado y conversado con su contraparte iraní, a la que identifica como “director del Departamento de Asuntos de Derecho Internacional” de la cancillería de ese país. El funcionario iraní en todo momento puntualizaría en aquellas gestiones que “por consideraciones de orden político debería consultar previamente a las autoridades” –se entiende superiores– de su país.
En un exhorto judicial librado el 5 de marzo de 2003, la Justicia argentina atribuía responsabilidad en el ataque letal contra la AMIA “a elementos integristas radicalizados, insertos en el aparato gubernamental de la República Islámica de Irán para la época de ocurrido el mismo (1994), específicamente el accionar del Ministerio de Inteligencia y Seguridad iraní en territorio de la República Argentina a través de sus agentes coordinando la labor de otros integrantes de otros organismos que formaron parte de la misma estructura terrorista, como también de grupos y organizaciones afines”. Dicha prueba recogida permitía sostener “fundadas sospechas respecto de integrantes del staff de la delegación diplomática iraní en esta ciudad de Buenos Aires, otras dependencias oficiales vinculadas al Estado iraní, personas con residencia en Argentina vinculadas a éstos, y además respecto de personas que bajo cobertura diplomática de esa república islámica permanecieron transitoriamente en nuestro país”.
El funcionario iraní no se anduvo con vueltas porque, según el diplomático argentino, declaró: “Si asistimos al Poder Judicial argentino: a) ¿No estaremos siendo vistos como acusados o sospechosos? b) Supongamos que recibimos el exhorto y lo contestamos (…) ¿Estará el juez dispuesto a anunciar y declarar tajantemente que no existe conexión ni de Irán ni de sus ciudadanos con la explosión de la AMIA? c) ¿Quedará o no el dossier abierto si contestamos? d) ¿Cómo es que podemos saber si el juez cerrará el dossier o no? Recibir y contestar los exhortos sería para nosotros muy fácil, pero necesitamos esas garantías (sic)”. Y de inmediato, el bocatto di cardinale: “Lo esencial para ustedes (los argentinos) es saber que Irán puede interactuar con el juez de la causa sólo si nos dan garantías (el Gobierno argentino o su Poder Judicial) de que el asunto será solucionado definitivamente (destacado mío). Por si no quedara clara la posición iraní, el funcionario le dijo a la Argentina: “El asunto principal es que, de alguna manera, podamos estar convencidos de que, si colaboramos, el juez de la causa llegará a la conclusión (sic) de que el señor X o el señor Y no está ni estuvieron implicados en la explosión de la AMIA”.
El remate es colosal: “En la percepción de las autoridades iraníes, sin estas garantías (sic), la cooperación con Argentina es inútil. La pregunta de las autoridades iraníes permanece siendo la misma: ¿cómo pueden conseguirse (sic) garantías desde el área política de Argentina? Quizá para encontrar una salida, pudiéramos hacer que se comunicaran ambos Poderes Judiciales y la gente de Inteligencia en ambas partes”.
En último análisis, el pacto con Irán no sólo es una calamidad desde el punto de vista de la jurisdicción legal, tema en el que la Argentina admite una gravísima lesión a sus facultades soberanas. Estoy dispuesto a admitir que hasta ese prurito podría ser obviado en aras de un interés superior. Lo más truculento, empero, es que Cristina Kirchner se rindió ante un Irán que desde siempre viene diciendo lo mismo: “Nos sentamos a conversar si nos garantizan que no nos pase nada”.
Esto es lo que compró la Presidenta, de la mano del ministro Timerman. Es un golpe de escena monumental, demostración de que la ideología y el formato de la conducta argentina tienen la marca registrada de Luis D’Elía. Por eso, ya en el nivel más abismal de su actuación, Timerman dice ahora que la conexión local del atentado no sólo no reportaba a algún gobierno islamista. Peor aún, la pesadilla es completa: para el gobierno de Cristina Kirchner el eslabón estratégico en la matanza de 85 argentinos en la AMIA hay que buscarlo ¡en la AMIA y en Israel! Timerman es una anécdota irrelevante, pero Cristina Kirchner ¿tendrá esta vez idea de los alcances de esta enormidad?
FE DE ERRATAS: En el tercer párrafo de mi columna “Falsificaciones”, publicada aquí el domingo pasado, donde dice “En 1987, antes del embargo norteamericano, que comenzó a aplicarse en 1979…”, correspondía decir “En 1977…”. Disculpas a los lectores.
Esta tia lo único que quiere es dinero, lo demás le da igual, cuento mas pobre es Argentina, mas rica es ella, es una lastima que gentuza como esta, sea votada por mayoría absoluta, siempre lo dire, el absolutismo es la mayor dictadura que padece la humanidad