Daniel Pipes
«Pedimos a su excelencia, como persona de profunda paz, sabiduría y pensamiento que está al frente de un país que ha heredado una gran tradición islámica, que establezca el islam como la base definitiva y práctica de la administración del país».
Ésta es la última petición formulada por 17 religiosos iraníes al presidente egipcio, Mohamed Mursi, en una carta publicada recientemente que sigue la línea oficial de acercamiento a El Cairo lanzada por el régimen tras la caída de Mubarak.
La revolución egipcia abrió a Irán la posibilidad de reforzar su frente contra Israel. Los dirigentes de la República Islámica no han vacilado en ponerse manos a la obra y establecer lazos directos con el gigante norteafricano, lo que ha hecho aumentar la sensación de inseguridad en Israel.
La calidad de la relación entre Jerusalén y El Cairo es el factor clave que determina la aproximación de Teherán, por lo que el aumento de tensión entre Israel y Egipto lleva a un acercamiento natural entre Egipto e Irán», opinó en uno de sus últimos artículos Davoud Ahmadzadeh, de la Universidad Azad de Teherán.
Apenas una semana después de que concluyera el viaje de Mahmud Ahmadinejad a El Cairo, una delegación militar israelí voló a la capital egipcia para, según el diario «Al-Masry al-Youm», discutir asuntos relacionados con la «seguridad, el proceso de paz con los palestinos y las actividades terroristas en el Sinaí».
El levantamiento de la plaza Tahrir terminó con 32 años de ruptura diplomática y dos países enemigos vuelven ahora a tener relaciones, aunque no está claro el grado de cooperación que pueden alcanzar. Una de las primeras medidas de las autoridades revolucionarias fue abrir el paso de Suez a los barcos iraníes. El Cairo respondió así al llamamiento del ministro de Exteriores iraní, Alí Akbar Salehi, de establecer «una relación de amistad y hermandad».
Después llegó el viaje de Mursi a la cumbre de Países No Alineados en Teherán en agosto de 2012, visita que devolvió Ahmadinejad durante la reciente Conferencia Islámica de El Cairo. Pese a no tratarse de viajes oficiales para discutir en exclusiva asuntos bilaterales, los medios calificaron ambos gestos de «históricos» por lo que supone el reencuentro diplomático para la región.
Israel es, sobre el papel, un enemigo común de los dos gobiernos islamistas, pero Egipto mantiene una relación estrecha con EE.UU y, sobre todo, sigue respetando el acuerdo de paz firmado en 1979 con el Estado hebreo. Un pacto recibido como «un insulto al islam» por el imán Jomeini, quien tras los acuerdos de Camp David suspendió las relaciones bilaterales.
Dos años después un militar llamado Jaled Istambouli asesinó al presidente egipcio Anwar Sadat y el Ayuntamiento de Teherán recompensó esta acción dedicándole una calle.
Fue la culminación de un proceso de desencuentro entre los dos países que se inició cuando el propio Sadat permitió en 1979 al Sha – con quien compartía la idea de que era necesario abrir sus países a Occidente – refugiarse en Egipto tras el estallido de la revolución.
Reza Pahlevi murió un año más tarde y allí permanece enterrado. Los acuerdos de paz están vigentes y, pese al apoyo abierto a Hamás, brazo de los Hermanos Musulmanes en Gaza, las fuerzas de seguridad egipcias cumplen sus obligaciones.
Este invierno aseguran haber interceptado armamento para la Franja de Gaza y hace dos semanas inundaron varios de los túneles de contraband en la ciudad fronteriza de Rafah.
Mursi se ha erigido en garante del acuerdo de paz que permitió el cese de las hostilidades entre Hamás e Israel durante la operación «Pilar Defensivo».
Las victorias en las elecciones legislativas y presidenciales de los Hermanos Musulmanes refrendaron la idea de Irán de que, en lugar de «primavera árabe», las revoluciones de 2011 representan un «despertar islámico» por estár inspiradas en su revuelta de 1979 contra el Sha. Un punto no compartido por la mayoría de los expertos para quienes la revolución islámica tuvo lugar en un contexto de Guerra Fría, que hoy no existe, y el ascenso de los partidos islamistas al poder se debe más a su capacidad de organización y tejido de base social que a un «secuestro» de la revolución como se denunció en 1979 en Irán.
La etiqueta de «despertar islámico» esconde las enormes diferencias que separan a sunnitas – la secta mayoritaria a la que pertenecen casi el 90% de los musulmanes del mundo – y chiítas, lo que hace que sea un poco ingenuo pensar en una alianza automática. Los islamistas egipcios son sunnitas, lo mismo que sus aliados del Golfo, y comparten el interés por frenar la expansión chiíta que representa Irán. Además, Mursi ha repetido su intención de respetar los acuerdos internacionales y su relación tanto con Occidente como con los países del Golfo es básica para la recuperación económica de su país.
Los Hermanos Musulmanes como grupo, sin embargo, han querido enterrar las diferencias sectarias a la hora de referirse al cambio en las relaciones con Irán. La Hermandad acusa a Mubarak de «lanzar una campaña antichiíta porque veía amenazado su poder» y subraya que «bajo la influencia de nuestro islam moderado, los egipcios son más tolerantes con el islam chiíta que el resto de países árabes».
El mensaje no caló entre los salafistas del partido Al-Nur, que protestaron enérgicamente por la visita de Ahmadinejad por considerarlo presidente de un país mayoritariamente hereje.
Cuando Israel está por medio, Irán supera cualquier diferencia sectaria. La política exterior de la República Islámica está marcada por el pragmatismo y ante su gran enemigo regional no duda en financiar y armar al mismo tiempo al grupo chiíta Hezbolá en Líbano y a las organizaciones terrorista sunnitas en Gaza. Pero las revueltas árabes llegaron a Siria y esto marcó un punto de inflexión entre Teherán y Hamás, grupo que dio la espalda al presidente sirio pese a ser el gran aliado regional del «padrino» iraní.
Tras la operación israelí «Pilar Defensivo» de noviembre de 2012, el primer ministro de Hamás, Ismail Haniyeh, quiso zanjar la polémica y dio las gracias «especialmente» a Teherán por su ayuda militar, pero «el acuerdo de alto el fuego llegó con urgencia por parte de Hamás debido al acercamiento de Irán a Yihad Islámica.
«Hamás les tiene más miedo a ellos que a nosotros», declaró a «The Times of Israel» Eitán Meir, investigador del Instituto sobre Contraterrorismo en el Centro Interdisciplinario Herzlía.
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