Ha traducido más de 90 libros de autores tan variados como Mario Vargas Llosa, F Antonio Di Benedetto, Hernán Rivera Letelier, Salman Rushdie, Antonio Lobo Antunes, Arturo Pérez-Reverte y Rudyard Kipling , entre otros. Y no tiene dudas: los que más le han impactado han sido “El libro del desasosiego» de Fernando Pessoa y «Rayuela» de Cortázar. Ha sido distinguido con distintos premios literarios y lo mejor de todo, es que disfruta de lo que hace o, como comenta a veces, “me divierto”.
Sus estudios de lingüística en la Universidad Hebrea de Jerusalén han sido claves (estudió también Historia, Filosofía e Informática) , pero más allá de ello, lo esencial es su deseo de compenetrarse con la obra de un autor y lograr “meterme en su piel”.
“A veces siento que el trabajo de traductor es un poco como el del detective, que va buscando piezas y armando un mosaico”, nos comenta dando como ejemplo las numerosas oportunidades en las que sintió que para traducir exitosamente determinada frase o expresión, debía llegar al origen etimológico del mismo. Y el desafío fue tal que hasta “inventó” unas 30 palabras en hebreo. “Ningún traductor ha hecho algo así, ni en inglés, ni en francés”, señala Melcer. “Es una estafa que funciona, como en el teatro”, comenta un tanto en broma. Pero sentimos que solamente quien domina el idioma a la perfección y despliega una variada actividad cultural, puede permitirse hacer algo así.
En realidad, esto de “inventar”, fue un camino al que recurrió, a lo grande, a los comienzos de su carrera. Trabajaba en la entonces muy exitosa revista israelí “Haolam Hazé”, donde le pidieron traducir una columna de Gabriel García Márquez. Al finalizar la serie, el director deseaba seguir pero la revista ya lidiaba con dificultades económicas y no podía permitirse pagar regalías a autores famosos, por lo que solicitó a Ioram que sugiera escritos de buenos autores, pero que al ser aún no tan conocidos, cobren menos.
Lo que el director nunca supo fue que los cuentos de “Félix Montaña” que Ioram le dio “traducidos” al hebreo, eran una obra escrita directamente en dicho idioma…por él mismo. “Sólo en América Latina pueden idear un cuento así”, dijo admirado el director pensando que ante sí tenía a su traductor, sin saber que Ioram –muy divertido y halagado por cierto por los comentarios-era quien lo había escrito. Fue luego su madre quien “tradujo” al supuesto original, en castellano, el cuento en cuestión: “Cachorros”.
Ioram nació en la ciudad norteña costera israelí de Haifa, hijo de padres llegados a Israel en los años 50 de la provincia de Tucumán en Argentina. De niño vivió cuatro años y medio en Tegucigalpa, Honduras, por un trabajo de su padre, y ya de mayor conoció una gran variedad de lugares, atesorando numerosas experiencias especialmente en América Central. Su amor por los idiomas y facilidad para dominar muchos y muy variados le acercó a distintas culturas. Ha traducido mayormente del castellano y el portugués, pero también ha trabajado en francés, inglés, italiano y catalán, explicándonos que domina también árabe, turco y hasta lenguas antiguas, ya muertas, como dos dialectos de copto…
Su madre, que fue la primera egresada del Master en Lengua y Literatura Castellana de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Como tal, le enseñó castellano- al captar su facilidad para idiomas-en una forma mucho más metódica y sistemática que el simple hablar en el hogar en su idioma natal.
Pero la enseñanza fue, además, parte del ambiente. Ioram recuerda “Rayuela” en el estante de su mamá, cuando él tenía seis años y vivía en Honduras. Al preguntar a su madre qué es Rayuela, no conocía todavía el juego paralelo en su nombre hebreo, “Class”, que es justamente hoy el título de su traducción.
Aprendió “tejo”, en “hondureño” y recién al volver a Israel pocos años después, y ver a niñas jugando “class”, comprendió que eso era rayuela.
El ambiente en su hogar, en realidad, no sólo le facilitó el aprendizaje de idiomas, sino que le incentivó desde pequeño el amor por los libros. “Mi mamá, que enseñaba en la universidad, tenía muchos libros. Yo ya entonces tenía manía por los libros , repasaba los libros, estaba aprendiendo a leer y entonces descifraba los titulares..” .Y lo fascinaban..Más que nada los libros grandes, gruesos, que le daban la sensación de esconder los secretos de la humanidad, de la cultura universal.
Esa pasión fue, en parte, lo que le llevó a empezar a traducir..Sintiendo que eso le ayudaría a comprender cómo se hace un libro. No tiene dudas que escribir lo suyo propio es mucho más creativo –ya ha publicado cinco libros y está escribiendo ahora una nueva novela-pero la traducción de grandes obras siempre la ha producido también una profunda fascinación.
Reconoce que la traducción tiene algo de altruismo- al permitir que quien no domina determinados idiomas pueda de todos modos disfrutar de sus tesoros literarios- y de la “pasión primordial por contar el cuento”. También es consciente de que al pasar a otro idioma, se pierde parte del encanto del original pero eso no le hace dudar en lo más mínimo sobre los beneficios de poder contar con textos traducidos que de otra forma, serían inaccesibles para la mayoría de la gente. “Lo ideal sería que cada uno aprenda el idioma en el que quiere leer, pero como eso no sucede, la traducción ayuda”.
La traducción es clave, siempre y cuanto el traductor-aclara-no sea un escritor frustrado. “Conozco casos de traductores que agregan párrafos enteros que no están en el original”, revela.
Ahora, sin embargo, al hablar del “alivio y muchísima felicidad” que le da haber finalizado la traducción de “Rayuela” al hebreo, sintiendo que fue “una cima, lo máximo”, también comenta que “desde un punto de vista artístico, intelectual, mental..Poco interés puedo tener yo en traducir ya en traducir un libro ´normal´”, admitiendo que la gran novela de Cortázar no lo es. Recalca que su desafío era “dar la posibilidad de una experiencia paralela…quería que el lector en hebreo viva Rayuela de una manera que le haga comprender la vivencia de un rioplatense en París en el 63…lo cual es imposible, pero a eso yo apunto”. Agrega que para eso, no basta con una mera traducción de las palabras y no dudó ni un momento que él debería traducir al hebreo “absolutamente toda la complejidad lingüística de la obra”.
Aunque aclara que detesta la expresión, siente que ahora, debe recurrir a ella: “Hace 21 años, el primer libro que traduje fue Octaedro, de Cortázar. Y ahora Rayuela. Así que puedo decir que cerré un círculo, tanto por la complejidad del libro como por su importancia en la cultura”.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.