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| sábado diciembre 21, 2024

Vargas Llosa en El País: la hipérbole y el escribidor


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Un dintel en el viento, artículo de opinión del escritor y político peruano Mario Vargas Llosa publicado en el diario El País el 28 de julio de 2013, probablemente no pase a la historia como ejemplo de precisión. Aunque sin duda el texto esté cargado de buenas intenciones, su autor no parece querer profundizar en los hechos. ¿Tal vez los desconozca?

Escribe Vargas Llosa:

“si palestinos e israelíes llegan por fin a un acuerdo sensato y justo para coexistir en la paz y la colaboración, se habrá resuelto uno de los conflictos más graves y potencialmente más capaces de sepultar a buena parte del planeta en una guerra de proporciones cataclísmicas.”

Desde el año 2010 las llamadas “Primaveras árabes” florecen entre gran parte de los países de Oriente Medio. El resultado es una inestabilidad regional con indudables repercusiones internacionales y una cifra aproximada de victimas mortales de 122,418–127,431. Esta cifra aumenta a diario. La atomización de Siria y sus más de 100.000 muertos son tierra abonada para la emergencia de grupos salafistas con potencial acceso a armamento no convencional. En este tablero se juega parte de la “guerra fría” entre Arabia Saudita e Irán, que prosigue impasible su carrera nuclear a la vez que envía a sus hombres de Hezbollah a la guerra siria para evitar que su “corredor chiita” se vea mutilado. Líbano, siempre en frágil equilibrio, retiene la respiración mientras van asomando sus primeras grietas de esta temporada. Por otra parte, en Iraq, la guerra no termina y los sangrientos atentados se suceden uno tras otro, día tras día. Egipto asiste a un nuevo golpe de Estado tras un breve periodo de “democracia ad hoc”. En Turquía, Erdogan lidia con las primeras protestas contra su gestión.

No hablemos por supuesto de los más de 5 millones de muertos en el Congo, de los 2 millones de muertos de Afganistán, ni de los 100.000 de la guerra contra el narcotráfico en México, o de los 220.000 muertos del conflicto en Colombia.

Pero para Vargas Llosa “uno de los conflictos más graves y potencialmente más capaces de sepultar a buena parte del planeta en una guerra de proporciones cataclísmicas” es el conflicto entre israelíes y palestinos. Un conflicto que desde 1920 se ha cobrado la vida de 90,785 palestinos y de 24,841 israelíes.

Lo mínimo que se pueda decir, es que el escritor es ligeramente hiperbólico.

Sin embargo, no sólo la hipérbole adereza el artículo del Nóbel de literatura, sino que también encontramos una buena dosis de omisión y de desconocimiento:

Asegura Vargas Llosa:

“pese a que ambas partes aceptan, en principio, la idea de que dos Estados independientes compartan la región y se establezca un sistema que garantice de manera inequívoca la seguridad de Israel.”

No parece haberse informado bien. La Autoridad Palestina ha reconocido el derecho de Israel a existir, eso es cierto. Pero no como un estado judío. Esa es precisamente la clave del reconocimiento que pide Israel.

“La Autoridad Palestina reclama para el Estado palestino los territorios que la división de la región por las Naciones Unidas le otorgaba antes de la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando Israel ocupó Jerusalén Oriental y buena parte de Cisjordania, una zona que hoy día está literalmente sembrada de asentamientos donde viven —armados hasta los dientes— más de medio millón de colonos israelíes, convencidos de que aquellas tierras les corresponden por derecho divino y prefiguran lo que será su designio final: Eretz Yisrael, La Tierra de Israel bíblico, que abarque desde el Mediterráneo hasta el Jordán.”

Le faltan conocimientos al señor Vargas Llosa, ya que no todos los colonos son religiosos ni todos los asentamientos responden a motivos ideológicos, sino que muchos fueron construidos por razones de seguridad y estrategia. Por ejemplo, los de Gush Emunim, que se empezaron a instalar en 1974, sí responden a la visión de Mario Vargas Llosa. No así un asentamiento como Ariel, laico, en cuya universidad, por cierto, estudian árabes, judíos y cristianos, o los asentamientos del Golan, que fueron pensados por motivos de seguridad.

Por otra parte, parece que el señor Vargas Llosa se quedó anclado en una cierta mentalidad de los años 70. Tal vez queden algunos trasnochados que a título personal sigan hablando de Eretz Israel, pero sin duda alguna no es la visión mayoritaria de los colonos hoy en día.

Con lo cual lo del “derecho divino”, aunque suene muy bien, no es necesariamente aplicable.

Habría sido interesante que el autor no se limitara a afirmar que los colonos están “armados hasta los dientes”, sino que, ya que le interesa la cuestión, explicara por qué están armados. Más allá de que considere legítima o no su presencia en esas tierras, más allá de que considere que son violentos, resulta que los colonos son también atacados. Recordemos, por ejemplo, el terrible caso de la familia Fogel en el que cinco de sus miembros fueron asesinados, incluido un bebé de unos meses.

Por cierto que habría que matizar que muchos de esos asentamientos son simplemente re-establecimiento de las comunidades judías que ahí vivían y que fueron expulsadas o destruidas durante la ocupación jordana de 1948 a 1967. Como es el caso de Kfar Etzion.

Claro que vende mejor la imagen de un israelí que “roba” tierras históricas a los palestinos. Es más novelesco.

Sorprende el autor con una comparación bastante dudosa:

“Al movimiento ultra e intransigente de los colonos equivale, en el ámbito palestino, Hamás, una organización que practica el terrorismo”

Recordemos que en términos generales los colonos son pacíficos. Aunque en los últimos años ha habido un notable aumento de la violencia, se habla de unos pocos cientos de extremistas en un total de 500.000. La organización B’Tselem, nada sospechosa de ser pro-israelí, data en 49 las víctimas mortales palestinas a mano de colonos entre los años 2000 y 2010.

El gobierno israelí, los líderes colonos y religiosos, la misma sociedad civil condenan esos ataques violentos y consideran a los responsables como delincuentes, o incluso terroristas.

¿Es eso comparable a un grupo terrorista que gobierna la mitad de lo que debería ser el futuro estado palestino? Por mucho que los odie ¿de verdad Vargas Llosa considera que el movimiento colono equivale a un grupo terrorista que se vanagloria de haber asesinado a 1,365 israelíes a través de atentados indiscriminados, de lanzamientos de cohetes y misiles?

¿O es otra licencia poética?

Prosiguen los errores del Nóbel de literatura 2010:

“los colonos, cada vez que han querido frenar o impedir las negociaciones instalan un nuevo asentamiento ilegal que el Gobierno israelí se siente obligado a proteger enviando al Ejército”

Se equivoca Vargas Llosa. Los asentamientos ilegales se desmantelan. Incluso se desmantelaron importantes asentamientos legales cuando Israel decidió retirarse de Gaza.

Para terminar en la misma línea poética del autor, apuntemos que los asentamientos se pueden desmantelar, las vidas no se pueden devolver.

 
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