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| martes noviembre 19, 2024

Fronteras ahora


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Las negociaciones directas que se reanudaron recientemente deben tener un objetivo principal: fijar la frontera definitiva entre Israel y el Estado palestino que se establecerá en Cisjordania.

 Israel necesita una frontera que termine de delinear sus límites, normalice su estatus internacional, ponga fin al desacuerdo político sobre los asentamientos y fortalezca el consenso nacional.

Para Netanyahu se trata de la misión de su vida. Si tiene éxito, habrá justificado su estancia al frente del Estado y pasará a la historia como un líder en lugar de un políticó más.

A pesar de su orden de prioridades, Bibi se centra ahora en la vía palestina. Hasta hace poco dedicó todo su tiempo de gobierno junto con el presidente de EE.UU, Barack Obama, a la amenaza nuclear iraní. Los palestinos eran mencionados sólo de paso. Pero desde el nombramiento de Kerry como Secretario de Estado, con un Oriente Medio convulsionado, su agenda fue puesta patas para arriba. Seis visitas a Israel del canciller norteamericano en menos de cinco meses, con sus respectivas advertencias, amenazas y ofrecimientos de ayuda, le obligaron a volver al proceso diplomático con los palestinos.

Desde el punto de vista de Bibi, el acuerdo sobre el que está trabajando – por intermedio de los negociadores Livni y Moljo – junto al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás – representado por Saeb Erekat -, está diseñado para crear un equilibrio entre dos intereses de Israel: su deseo de no incluir a los palestinos de Cisjordania dentro de sus fronteras – y, por lo tanto, no gobernarlos -, y mantener su capacidad de defensa. Los palestinos obtendrán soberanía y otorgarán a Israel seguridad. Ese es el acuerdo que se esconde en el mandatario hebreo, envuelto en sus declaraciones que postulan «poner fin al conflicto».

Poner fin al conflicto es un objetivo noble, pero Netanyahu y Abbás no podrán alcanzarlo. No porque sean malos dirigentes o porque quieran prolongarlo deliberadamente, sino porque su conclusión no depende de ellos. No hay acuerdo firmado que pueda acabar con las contradictorias narrativas de ambos pueblos, cada uno considerándose a sí mismo una víctima y haciendo de su rival un invasor que sólo inspira odio y desconfianza. Es imposible logar un compromiso ético nacional con el simple trazo de una pluma, y no existe en la actualidad ninguna posibilidad de elaborar una narrativa conjunta israelí-palestina. Si las negociaciones directas vuelven a centrarse en quién tiene razón, quién está equivocado y quién llegó primero a esta región, podemos pronosticar su fracaso por adelantado con sus correspondientes consecuencias.

La cuestión de narrativas es tema para historiadores, educadores e intelectuales. Estadistas deben centrarse en aspectos prácticos de la realidad y ponerse de acuerdo acerca de fronteras definitivas, del mismo modo en que deben hacerlo en disposiciones de seguridad que garanticen la estabilidad en la región. La frontera debe establecer claramente dónde termina Israel y dónde comienza el Estado palestino, dónde estamos nosotros y dónde están ellos.

Israel reconoció ya dos tipos de frontera – fronteras de paz con Egipto y Jordania, y fronteras de disuasión con Siria, Líbano y la Franja de Gaza. No existe una frontera definida con la Autoridad Palestina, sólo disposiciones unilaterales de separación: muros, vallas, puestos de control, carreteras separadas para poblaciones judías y árabes, y un continuo intento por establecerse en el terreno, ignorando las reacciones de la otra parte.

Por más absurdo que parezca, las relaciones de Israel con Hamás, en Gaza, en lo que respecta a límites, son más ordenadas que las que mantiene con la Autoridad Palestina en Cisjordania, donde ambas partes cooperan en seguridad y acuerdos económicos a la sombra de la rivalidad diplomática. La desconexión de Gaza estableció una frontera clara; todo el mundo sabe dónde termina el control de Israel y dónde comienza la soberanía terrorista de Hamás. Cualquiera que intente cruzar ese límite pone en peligro su vida, y el lado que ataque al otro es consciente de que también será atacado. Se trata de una versión simple de «soberanía a cambio de seguridad».

La determinación de una frontera definitiva no puede asegurar por sí misma la paz. Israel ya fue atacado desde el otro lado de fronteras consensuadas y ya invadió a todos sus países vecinos. Pero las fronteras tienen una virtud especial: hacen maravillas en lo que respecta al consenso nacional interno.

Apenas dos ejemplos de muchos: Durante la Segunda Guerra del Líbano (2006) y la operación «Plomo Fundido» (2008-2009), el Ejército hebreo regresó a zonas que Israel decidió abandonar de forma unilateral, volvió a desocuparlas una vez más al finalizar los ataques y nadie exigió ningún debate público serio acerca de restablecer bases militares en la zona de seguridad al sur de Líbano o reconstruir los asentamientos de Gush Katif en la Franja de Gaza.

Será como delimitar una nueva frontera al este del Estado judío: cada israelí sabrá dónde vive y dónde no, y los intentos de arrebatar otro metro cuadrado, otra colina y otra «tumba sagrada» de alguien mencionado en la Biblia o en el Corán, que nadie sabe de quién realmente se trata, acabarán.

Bibi, y varios de sus seguidores, continúan hablando de necesidad de «nuevas ideas» que tienen como objetivo reemplazar la noción de separación total y la evacuación de asentamientos en territorios que serán cedidos a la AP. No son más que ilusiones. Cualquier acuerdo que no sea hermético y deje espacios para luchas por control de tierras sólo dará lugar a una nueva confrontación. Eso fue lo que ocurrió con las áreas desmilitarizadas en el norte de Israel, antes de la Guerra de los Seis Días, y es lo que está sucediendo hoy en Cisjordania y en los barrios árabes de Jerusalén.

Bibi tiene la gran oportunidad de lograr el mejor acuerdo posible y, luego, detenerse allí. Será doloroso, es verdad, pero pondrá orden y seguridad en nuestras vidas.

Esa es su primera obligación y su primer compromiso con nosotros.

 
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