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| lunes diciembre 23, 2024

A Los 20 Años De Un Sueño


oslo

El viernes último se cumplieron 20 años del “Acuerdo de Oslo”. Así se recuerda aquel 13 de setiembre de 1993 en los jardines de la Casa Blanca, al firmarse la así llamada “Declaración de Principios”, el primer acuerdo público entre el Estado de Israel y la OLP, cuyo significado central era el mutuo reconocimiento.

No se hablaba de un Estado palestino independiente, pero estaba claro que allí conduciría un buen desenlace del proceso de paz. Tan claro como la convicción de que toda fórmula que respondiera a las reivindicaciones palestinas, debía también responder a las necesidades de seguridad de Israel.

Recordamos la emoción de aquel día, que seguimos con expectativa desde Jerusalem. Lejos estábamos de creer que ese estrechón de manos entre Itzjak Rabin y Yasser Arafat era sinónimo de paz inmediata y del fin de los problemas del Estado judío…y de los palestinos. Pero era inevitable emocionarse, abrigar esperanzas, tener ilusiones de que …quizás..ojalá…algo comience a cambiar.

Muy poco después de aquella ceremonia en Washington, ante la mirada feliz del entonces presidente norteamericano Bill Clinton, Rabin fue invitado a una visita oficial a China. Las puertas de muchos sitios antes cerrados a Israel comenzaban a abrirse. Participamos de aquel viaje, como parte del equipo de periodistas que acompañó al Primer Ministro de Israel a ese otro mundo , a ese viaje que iba ligado al comienzo del proceso de paz. En el camino de regreso se hizo una sorpresiva escala en Indonesia. Recordamos el emocionado anuncio de Eitan Haber, el más cercano colaborador de Rabin, por los parlantes del avión: “Estamos en camino a Indonesia, el país de mayor población musulmana del mundo”. La sensación era que se abría una nueva era….

Pensamos en la injusticia de que se supedite relaciones con Israel a los esfuerzos diplomáticos para resolver “la cuestión palestina” y en cuánto habría ayudado tanto a israelíes como a palestinos, que la comunidad internacional toda condenara siempre la violencia, en toda ocasión, no sólo cuando la empleaba Israel sino también, sin excepción, cuando Israel era su víctima…como tantas veces lo había sido desde su nacimiento.

Pero también veíamos lo bueno del simbolismo de que el proceso de paz que se había iniciado, era equivalente de esperanza, de apertura, de acercamientos.

Recordamos la firmeza de Rabin cuando nos explicaba a los periodistas que viajábamos con él la necesidad de abrir caminos, de compartir la tierra, de llegar a un entendimiento con los palestinos. No le había sido fácil estrecharle la mano a Arafat. Su lenguaje corporal lo mostraba con gran evidencia. Estaba incómodo. Pero había comprendido que la paz se debía hacer únicamente con el enemigo.

Al mismo tiempo, era terminante en su aclaración que las consideraciones de seguridad nacional no iban a desaparecer, que él se fijaría en todos los detalles, que no arriesgaría a Israel. Todo aquel que lo conocía de cerca y que lo había acompañado en su carrera militar y en sus pasos en la política, sabía que Rabin no transaría en temas de seguridad , pero combinando el cuidado con la convicción de que continuar “pegados” a los palestinos rigiendo sus destinos en la vida diaria de Cisjordania y Gaza, era una receta segura para problemas, no para seguridad.

Israel estaba dividido. La desconfianza del lado derecho del país era comprensible. Demasiado había sufrido Israel a manos del terrorismo desde mucho antes de que hubiera territorios ocupados en la guerra del 67…desde mucho antes que hubiera siquiera un asentamiento. ¿Ahora confiar en el archi terrorista Arafat para que con él se haga la paz?

La desconfianza, pues, era comprensible. Pero el intento de presentar a Rabin como un enemigo del pueblo que actuaba en forma ilegítima, era inaceptable. Una de las mayores mentiras difundidas por los detractores del proceso de Oslo, fue alegar que había sido aprobado por una mayoría de solamente dos votos en la Knesset, Parlamento. No era cierto. El margen fue mayor, de once diputados. Fue aprobado democráticamente por una mayoría de los representantes del pueblo de Israel.

Claro que había discusión, y nada sencilla. Justificada polémica por cierto. Pero nada en el mundo podía dar la razón a quien intentó descarrillar a Oslo de su curso asesinado al Primer Ministro Itzjak Rabin.

Ese designio de la derecha más extremista-que no era sinónimo de lo legítimo de la discusión sobre Oslo-, unió su destino en la práctica al de los extremistas palestinos que combatieron el acuerdo mediante cargas explosivas. Poco después del asesinato de Rabin, los atentados en ómnibus en las calles de Israel se convirtieron en un fenómeno conocido.

Y no era por cierto una protesta contra el asesinato.

Arafat no honró sus promesas a Rabin y junto a su discurso en inglés ante el mundo, tenía el otro, en árabe, que vestía la forma de financiación del terrorismo, como si Oslo nunca hubiese sido firmado.

El acuerdo de Oslo lejos estaba de ser perfecto. Retrospectivamente es más fácil que en aquel entonces, comprender sus fallas, o mejor dicho detectarlas. Pero fue un intento ineludible de cambiar la situación. Fue un intento por el cual se avanzó mucho. A nuestro criterio, el haber salido del corazón de las ciudades palestinas, fue un gran logro para Israel, que dejó de tener que preocuparse por las necesidades diarias de la vida palestina, responsabilidad que pasó a manos de la Autoridad Palestina creada como resultado el acuerdo.

Ambas partes tienen serias razones para sentirse decepcionadas. El acuerdo de Oslo no trajo paz ni receta de seguridad ideal para Israel y la alerta continua es imprescindible. A los palestinos, no les trajo independencia ni soberanía.

Pero sin Oslo, consideramos que todo habría sido peor.

Israel estaría aún en las callejuelas de Yebalia en Gaza y en Nablus y Jenin. Resulta difícil imaginar que algún israelí cuerdo quiera volver hoy a aquello.

Y los palestinos, saben seguramente que tergiversan la realidad cuando dicen que nada lograron en los 20 años transcurridos desde la firma del acuerdo de Oslo. Tienen un gobierno propio responsable de la enorme mayoría de sus asuntos, aunque cierto es que no controlan sus fronteras en forma autónoma y que están aún supeditados a las exigencias de seguridad de Israel. Pero la enorme mayoría de la población palestina, no ve a un soldado israelí jamás en su vida diaria.

Aquellos que deben cruzar los puestos de control del ejército entre Cisjordania e Israel o dentro de Cisjordania, sienten aún claramente las limitaciones existentes.Pero nosotros bien recordamos los tiempos, antes de los atentados terroristas suicidas en todas las ciudades de Israel, en las que esos puestos casi no existían. El movimiento era mucho más libre y las únicas restricciones eran para la entrada a territorio israelí propiamente dicho.

O sea que al analizar qué lejos están de lo que pensaban hace 20 años sería alcanzado rápidamente, los palestinos deben recordar también su gran parte de la responsabilidad al respecto.

Hoy, 20 años después, cuando de sueños ya casi no se habla , y en el mejor de los casos la esperanza es que se termine la pesadilla de sentirse en un conflicto sin solución perfecta, seguimos creyendo que debe seguirse buscando la fórmula que permita vivir juntos. O sea…separados…cada uno en su lado, pero con la clara posibilidad de cohabitar la misma zona, sin que la frontera sea sinónimo de peligro y terror.

Depende de Israel y los palestinos. No sólo de Israel.

 
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