Perdonen que empiece así, pero para entender el título de este artículo se requiere una buena pronunciación en inglés, la que convierte a la traducción de “dinero” en “mani”, y que transforma y da una nueva dimensión del maniqueísmo, una religión de intención universalista, que pretendía completar e invalidar a todas las demás, fundada por un persa en el siglo II. Su fe era dualista y se basaba en una lucha eterna entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, blanco o negro. Como sin grises ni matices suelen ser las informaciones y opiniones de la prensa de habla hispana respecto a Israel.
Y aunque como religión no prosperó gran cosa, su filosofía sigue impregnando nuestra cultura, con la autoridad que le confiere su claridad de ideas, más allá de si resultan ciertas o no, y lo difícil que resulta desimplantar este desprecio por lo diferente, esp’0ecialmente lo ligeramente diferente. Por ejemplo, si uno repasa las declaraciones de responsables de comunicación de Israel, sean del signo político que sean, descubrirá algo en lo que suelen coincidir: la situación es compleja, no se puede reducir a una ecuación de primer grado en la que el resultado depende de la única variable de la acción política y/o la propia existencia de este estado. ¿Cómo ha llegado entonces la concepción maniquea a instalarse de forma tan anquilosada en la calle hispano-parlante? ¿Por qué, si se pregunta a cualquier transeúnte lo que opina de la situación en cualquier lugar del mundo (Siria, sin ir más lejos), lo más probable es que evite pronunciarse o lo haga con un general “vaya desgracia” sin decantarse por uno u otro bando, pero si se le pregunta sobre Israel suelte casi siempre una condena sin paliativos?
La respuesta está en saber cómo sabe lo que sabe, quién y cómo le enseñaron a odiar a esas lejanas Tinieblas. La lista es larga, ya que incluye desde los prejuicios religiosos (deicidio, Palestina como patria de Jesús), a los tradicionales (la imagen del judío en las fiestas populares) y, especialmente, los que han venido cultivando los medios de comunicación masivos en los últimos 40 años. Una época que arranca con el embargo de petróleo a Occidente después de la Guerra de Yom Kipur, la influencia ideológica de la Nueva Izquierda revolucionaria de los 70, y los petrodólares invertidos en la prensa y las universidades. Hoy en día ese “money”-queísmo sigue cultivándose al amparo de la crisis, por ejemplo en España, con sendos canales de televisión en español financiados por suníes (Arabia Saudí = CórdobaTV) y chiíes (Irán = HispanTV) en un asombroso 2X1: periodistas españoles a precio de saldo para audiencias de economías latinoamericanas emergentes. A través de su óptica, la realidad de Israel (y lo judío, por extrapolación directa) resulta deliciosamente sencilla y cristalina en medio del caótico e incomprensible mundo del resto de la humanidad.
Tampoco es que uno pretenda que le miren con “buenos” ojos (en un maniqueísmo de signo opuesto) y todo sea maravilloso, pero sí al menos que lo hagan sin ponerse las gafas especiales de unos prejuicios ignorados, negados e implantados a golpe de talonario. Parafraseando al propio título cabría preguntarnos: Money – ¿qué –ismo? ¿Anti-israelismo, anti-sionismo, anti-semitismo? Y Mani respondería: son todos lo m-ismo.
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