Si uno mira un mapamundi de hace tan sólo un siglo, descubrirá que las fronteras de grandes zonas del mundo eran muy distintas, especialmente en el continente africano (dividido en distintas porciones como colonias de sendas naciones europeas) y lo que conocemos como Oriente Próximo (unificado dentro del vasto imperio otomano dirigido desde Estambul). La desintegración de este último tras su derrota en la Primera Guerra Mundial dio lugar a una parcelación en países sin casi ninguna referencia a la historia o unidad étnica de los mismos.
Así, en 1917, las naciones triunfantes (Inglaterra y Francia) se repartieron el territorio, creando nuevos países en respuesta a las alianzas tribales que encontraron en la zona. Por ejemplo, a la familia o clan de los Saúd se les entregó un país (Arabia) que no tuvieron ningún reparo en apellidarlo como ellos mismos: Arabia Saudita. Más recato tuvieron la familia Hachemi cuando en 1922 los británicos les regalaron el país que bautizaron Transjordania (es decir, las tierras al este del Jordán) y que esquilmó el 77% del territorio de Palestina que Londres había prometido en una declaración propia en 1918 para servir como Hogar Nacional a los judíos del mundo. Luego repitieron el reparto de dividendos en Catar, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Kuwait, especialmente cuando la inválida arena del desierto se descubrió como hogar del preciado oro negro.
Finalmente, y tras la vergüenza de su inacción durante el Holocausto, el Reino Unido propició una nueva partición de lo que quedaba de la Palestina bajo su mandato para crear dos nuevos países, y nuevamente a los judíos le correspondió la parte más pequeña y de peores condiciones climáticas y económicas. Los judíos bailaron en las calles festejándolo. Los árabes se negaron y declararon la guerra. Mientras, en la frontera norte, franceses y británicos también intentaron crear un espacio para los árabes cristianos llamado Líbano.
Ante tal arbitrariedad de fronteras y dado el revuelo en que se encuentra la zona, propongo un ejercicio de creatividad: redibujar el Oriente Próximo. Sirva de mero ejemplo mi propuesta. Primero, intentaré respetar las naciones históricas. Rebautizaríamos a Irán como Persia (o Chiilandia, si así lo prefieren), aparte del mundo árabe al que no pertenece, como Turquía. De la mayor parte de lo que hoy día son Irak y Siria nacería Mesopotamia (o Babilonia, si les gusta más), pero con un nuevo país ocupando el norte, incluyendo también parte de la Turquía actual: Kurdistán (de religión no musulmana). En cuanto al Líbano, por fin podría independizarse del acoso de su vecino y ocupante musulmán, para convertirse en verdadera patria de los árabes cristianos, a los que propongo que formasen una confederación con Israel, que recordaría a la que hace milenios forjaron los judíos con sus vecinos, y que con toda lógica propongo que recuperen el nombre de Fenicia.
En cuanto al resto, básicamente arena y petróleo, lo mejor sería unificarlo en una gran Arabia (que incluiría como Arabia del Norte gran parte de la Jordania oriental y a Yemen como Arabia del Sur, aparte de la Arabia de los Saúd en el Centro). Probablemente, los pequeños países productores de petróleo querrían mantener cierta autonomía como “Estados Unidos de Petrolia” o algo así, hasta que se les acabe el chollo en unas décadas.
Los niños del mundo nos estarían agradecidos cuando tuvieran que calcar mapas y recordar capitales. Los árabes lograrían volver a estar unidos como sólo lo han estado bajo la fuerza de conquistadores e imperios ocupantes como los mamelucos, marcando sus propias diferencias culturales con turcos, persas, kurdos, judíos y cristianos. Está claro que muchos criticarán esta propuesta como algo fruto de un simple juego, pero resulta en muchos sentidos más lógico y justo que lo que se dibujó hace menos de un siglo desde unos despachos de Londres y París. Y sin “borrar” a nadie del mapa, como muchos pretenden con Israel desde su renacimiento.
IsraHELL