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| domingo diciembre 22, 2024

Rabín existió


rabin

Unas 35.000 personas, en su mayoría jóvenes, se juntaron en Tel Aviv para conmemorar el 18° aniversario del asesinato del que fuera primer ministro de Israel, Itzjak Rabín, en la plaza que hoy lleva su nombre, donde cada año tiene lugar una concentración en su recuerdo.

En esta ocasión fue el Consejo de Movimientos Juveniles israelíes quien organizó el acto bajo el lema «Recordamos el asesinato, luchamos por la democracia». Cabe destacar que organizaciones juveniles como Betar y Bnei Akiva, que hasta hoy se oponen a las ideas de Rabín, y que tomaron parte activa en la incitación popular que condujo al homicidio, participaron en el evento.

No fue el primer intento de cambiar la historia para «destacar más lo que nos une que lo que nos divide», una patente muy israelí que justifica cualquier cosa, incluso ocultar lo que realmente ocurrió. No es políticamente correcto que quienes entonces llamaron a Rabín «traidor» hoy liberen megaterroristas asesinos – sin referéndum – sólo para reanudar negociaciones con los palestinos.

Aunque parezca mentira el copyright de borrar a Rabín de la historia lo tiene el actual presidente israelí Shimón Peres. Durante la última noche de los siete días de luto, Shimón Sheves, entonces jefe de la oficina del primer ministro asesinado, fue a rogarle que llamara a elecciones de inmediato. Peres lo escuchó pero no hizo más que oír atentamente a su propio ego. Una sola de sus decisiones bastó para quitar ese crimen de la realidad. Prefirió sentarse cómodamente en la silla del premier durante algunos meses. En lugar de proseguir con el proceso de la partición del territorio y a pesar de los ataques de Hamás para que Israel continuara siendo judío y democrático, decidió calzarse el uniforme y las gafas de piloto y se fue al norte de Líbano a continuar la guerra iniciada en 1982, que debía durar 48 horas, pero que ya llevaba 15 años.

Bibi Netanyahu, entonces líder de la oposición, quien en el momento del asesinato no entendía que iba a tener que lidiar con Peres, aparecía pálido durante las transmisiones de televisión desde esa noche terrible, quizá porque también pensó que ya no habría de ser primer ministro. La ciudadanía israelí no le perdonaría por aquélla incitación suya desde el balcón que da a la Plaza Sión, en Jerusalén, y por sus manifestaciones contra Rabín con un ataúd, declarando «democráticamente» que Rabín, electo mayoritariamente en las urnas, «no tenía el mandato del pueblo». Pero siempre se puede confiar en Peres, especialmente cuando se trata de elecciones, sobre todo si se está compitiendo contra él.

El asesinato de Rabín fue retirado de la escena y olvidado en el archivo. Después de unos meses, las elecciones se llevaron a cabo sin mencionar el crimen y teniendo como eje central la cuestión de quién habría de dividir Jerusalén y quién resultaría mejor para los judíos. No pasó ni la mitad de un año después del magnicidio y ya Rabín se había convertido en el asunto privado de su familia y de un puñado de personas que siguieron sus pasos, que visitan su tumba todos los años, avergonzados, escondiéndose y pidiendo disculpas cuando se encuentran con aquéllos que estuvieron en dicho balcón, que ahora forman parte del Gobierno, y que adoptaron su política de paz como la única posible para solucionar el conflicto, pero nunca admitieron que su accionar creó el ambiente que condujo al asesinato.

Rabín pasó a ser un nombre adecuado para autopistas, hospitales, avenidas y escuelas. Cuanto más se idealizaba su imagen, menos se hablaba de la responsabilidad del crimen.

Pero con el tiempo, la historia hace justicia y habrá de escribirse de manera diferente. El segundo mandato de Rabín fue aún mejor que el primero de Ben Gurión. El «viejo» legisló sobre la educación obligatoria mientras que Rabín hizo gigantescas inversiones en educación pública para hacerla efectiva. Ben Gurión estableció el Instituto del Seguro Nacional; Rabin promulgó la ley de seguro de salud nacional.

El padre fundador envió al joven Rabín a Rodas para firmar el armisticio que puso fin a la Guerra de Independencia, y el primer ministro Rabín decidió convertir las líneas de alto el fuego, que había dibujado con un lápiz verde, en fronteras permanentes, y salvar a Israel antes de convertirse en un Estado binacional. También transfirió grandes sumas de dinero para que la promesa de Ben Gurión en la Declaración de la Independencia sobre la igualdad de los árabes israelíes se hiciera realidad y bregó por lograr la igualdad en oportunidades laborales a través de una infraestructura diseñada para salvar la distancia entre la periferia del país y su centro.

También hubo actos de terrorismo, muchos, pero menos que durante los primeros años del Estado. En la Guerra de Independencia, con Ben Gurión a la cabeza, Israel perdió el uno por ciento de su población en el campo de batalla. En la lucha encabezada por Rabín para el establecimiento de fronteras permanentes, se perdieron muchas vidas.

Por lo tanto, ¿Sorprende el que Ygal Amir siga sonriendo? Mientras Bibi está en el poder junto quienes amenazan derrocarlo y reemplazarlo si llega a hacer concesiones a los palestinos en lugar de anexionar los territorios, hay fundamento suficiente para aceptar la afirmación de que, al fin y al cabo, el proceder del asesino tuvo éxito.

Llegó la hora de enmendar las faltas. 18 años son demasiado tiempo para seguir escuchando la «historia oficial». Rabín realmente existió y su asesinato fue un intento de borrar su política. Este es el momento para continuar y completar lo iniciado por él. Pero ello no podrá lograrse a través de inútiles manifestaciones con cantantes famosos en la plaza de la ciudad una vez al año.

La generación de las velas recordatorias en la noche del asesinato creció. En lugar de llorar y cantar debe conocer y aceptar los hechos tal como sucedieron así como asumir su responsabilidad. De lo contrario, Ygal Amir seguirá sonriendo.

 
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