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| martes noviembre 19, 2024

Israelofobia


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Aunque siempre se hacen promesas de luchar contra el antisemitismo, su existencia ni siquiera es admitida en sus más frecuentes y evidentes formas: en los medios de comunicación y los «intelectuales» universitarios; en algunas ONG; en instituciones internacionales, como las Naciones Unidas y sus ramificaciones; dentro de la Unión Europea; en las organizaciones «liberales» que promueven ostensiblemente los derechos humanos – y como una forma de vida, así como una manera de reforzar la identidad, en el mundo musulmán.

Hoy en día el anti-sionismo, desde Malmö hasta Qom, surge y se multiplica únicamente de los prejuicios. La mayoría de los críticos más feroces de Israel nunca han puesto un pie en el estado.

Tales falsedades no sólo han tenido cierto éxito; se han convertido en la corriente principal. No existe ninguna protesta en contra de las mismas por parte de los partidos políticos, con pocas excepciones, o de la mayoría de los grupos culturales.

El problema de los judíos de hoy, en todo el mundo, no es antisemitismo, sino una nueva rama del mismo: «Israelofobia». La lucha más productiva para los judíos del mundo y sus aliados, en este momento, no sería contra el antisemitismo, aunque la israelofobia es una parte del mismo, sino contra la israelofobia misma.

Las celebraciones que tuvieron lugar en Europa para conmemorar la Kristallnacht, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1938, fueron abundantes: ningún judío podría estar descontento con el entorno de simpatía, la proclamación pública de la necesidad de recordar, el rechazo absoluto de cualquier antisemitismo y, aún más, el rechazo de cualquier fervor genocida contra los judíos. La Canciller alemana, Angela Merkel, uno de los muchos resueltos oradores, dijo que los alemanes deben demostrar su «fuerza de carácter y prometer que el antisemitismo no será tolerado en ninguna forma”. Fue un punto de vista que tuvo eco en todos los líderes europeos, y fue agradable oírlo.

Desafortunadamente, sin embargo, estas palabras son sólo una forma barata de abordar el problema. No controlan todas las otras promesas – aquellas de destruir el mundo judío, empezando por Israel. Si el antisemitismo fuera realmente combatido desde la memoria y la historia, muchos programas, tales como los estudios sobre el Holocausto en las escuelas, las películas en la TV, los viajes a Auschwitz, el diálogo interreligioso y la vergüenza histórica de las leyes raciales, habrían tenido una más profunda resonancia en el alma europea.

Incluso el Líder Supremo de Irán, Ali Hosseini Khamenei, abraza ocasionalmente a algunos judíos locales y explica que no tiene nada en contra de los judíos. En el mundo islámico el compromiso de matar judíos tiene un carácter religioso especial, como se puede ver en la Carta de Hamas – en la que los judíos son acusados ​​de haber causado todas las guerras, y se hacen promesas de matarlos a todos, uno por uno, hasta el último judío – así como también otras posiciones adoptadas por la organización matriz de Hamas, la Hermandad Musulmana. En otros países, como Turquía, el discurso es diferente: la pena de muerte es, por primera vez, contra Israel, y sólo secundariamente contra los judíos. De cualquier manera, el odio a Israel, o israelofobia, parece un elemento fundamental de la ideología islámica de hoy, pero no se detiene sólo en eso.

El término israelofobia parece surgir de un prejuicio y del odio irracional a Israel. La palabra fue utilizada por primera vez, por lo que sé, por Richard Prasquier, presidente del CRIF (la organización paragua de las comunidades judías de Francia) y fue presuntamente el anverso de la «islamofobia», un término utilizado para definir un enorme prejuicio cultural con un carácter racista hacia la religión del Profeta, mientras que ejércitos de defensores de derechos humanos permanecen en guardia contra cualquier elemento de discriminación contra personas de fe islámica.

«Israelofobia», por otra parte, está impregnada de siglos de estereotipos antisemitas, pero ahora ha adquirido una intensa vida propia, a menudo rica en mentiras contemporáneas – por ejemplo, que históricamente nunca han vivido judíos en Jerusalén; que soldados de las FDI extraen los órganos de palestinos; que el «muro de separación», construido para mantener alejados a los terroristas, es una forma de apartheid – y por medio de estas falsedades brota un odio hacia los judíos. La israelofobia es un bloque de odio cristalizado alrededor de un pedazo de tierra, en torno a una idea. Hoy en día el anti-sionismo, desde Malmö hasta Qom, surge y se multiplica únicamente de los prejuicios. La mayoría de los críticos más feroces de Israel nunca han puesto un pie en el estado.

Estos ataques contra Israel, demasiado frecuentemente, se montan sobre clásicas devastadoras proyecciones, mentiras y distorsiones antisemitas para deslegitimar a Israel – el libelo de sangre de que los judíos matan niños no judíos para usar su sangre para hornear matzá; avaricia ilimitada; indiferencia y salvaje crueldad hacia cualquier persona que no es judía. Incluso legítimas decisiones geopolíticas – como el derecho a la legítima defensa, o no esperar que ocupe a perpetuidad territorio hasta el momento en que los enemigos jurados podrían tal vez decidir no amenazar con la aniquilación, sin costo por el retraso; o ignorar a otros países acusados de «ocupación», como Turquía en Chipre, Pakistán en Cachemira o China en Tíbet, mientras se singulariza sólo a Israel para el oprobio. Estas acusaciones, frecuentemente, no sólo se traducen en juicios contra Israel, sino que luego se extienden contra cualquier judío.

Tales falsedades no sólo han tenido cierto éxito; se han convertido en la corriente principal. No existe ninguna protesta en contra de las mismas por parte de los partidos políticos, con pocas excepciones, o de la mayoría de los grupos culturales. Además, contrarrestar estas mentiras u honrar verdades históricas no cuentan para nada: los hechos simplemente desaparecen. Es así que, aunque la corrección política no permite abiertamente el antisemitismo – todos los presentadores de TV están dispuestos a decir una palabra amable de los judíos, como una «religión diferente», y que son apreciados como una «minoría» – el anti-israelismo no sólo está creciendo; está de moda y es pretencioso. Decir «ese pequeño país de mierda», como lo hizo el embajador francés en Londres, Daniel Bernard, es un lugar común.

Como escribió Daniel Schwammenthal en el Wall Street Journal, antes había antisemitismo sin judíos, ahora hay antisemitismo sin antisemitas. Nadie – ni siquiera la mayoría del liderazgo judío – le atribuirá públicamente el antisemitismo a nadie, excepto, posiblemente, al ocasional grupo neonazi. Aunque siempre se hacen promesas de luchar contra el antisemitismo, su existencia ni siquiera es admitida en sus más frecuentes y evidentes formas: en los medios de comunicación y los «intelectuales» universitarios; en algunas ONG; en instituciones internacionales, como las Naciones Unidas y sus ramificaciones; dentro de la Unión Europea; en las organizaciones «liberales» que promueven ostensiblemente los derechos humanos – y como una forma de vida, así como una manera de reforzar la identidad, en el mundo musulmán. Recientemente, durante una cena, un diplomático de alto nivel, mientras se discutía el creciente antisemitismo en Europa, respondió con absoluto asombro, «Nunca he conocido a un antisemita en mi vida», él y su esposa me aseguraron: «Estoy seguro de que muchos de mis amigos más cercanos dirían lo mismo: estos episodios son esporádicos, realizados por grupos extremistas, sobre todo de la extrema derecha». Ese no es, sin embargo, el caso.

Nadie, ya sea de la izquierda o de la derecha, cree que la israelofobia sea una violación de los derechos humanos, o defiende al pueblo judío de este abarcativo prejuicio que cubre con mentiras la historia y el carácter del pueblo judío. Un ataque a Israel es visto más bien como una crítica legítima a un país soberano; el resurgimiento del antisemitismo (que eso es lo que es) contra el pueblo judío, por lo tanto, no es considerado importante.

Los judíos europeos, e incluso un gran número de judíos estadounidenses – posiblemente con la esperanza de evitar ser el blanco de un tal escalofrío y, posiblemente, con la esperanza de unirse a la moda de encajar mejor con sus vecinos no judíos – han eludido una posición de total apoyo a Israel y,  en cambio, parecen reticentes y oportunistas. En una reunión con el Ministro de Relaciones Exteriores de Italia, poco después del reconocimiento unilateral por parte de Italia de Palestina en la ONU, ninguno de los representantes de líderes judíos internacionales en la reunión, aparte de esta escritora, se atrevió a pedirle cuentas por ese acto.

Se puede decir cualquier mentira obvia acerca de Israel; siempre encontrará un enorme eco de consentimiento. La realidad y los hechos siempre son eliminados. En su último libro , El Diablo Que Nunca Muere: El Aumento y la Amenaza del Antisemitismo Mundial, Daniel Goldhagen enumera los comentarios difamatorios que otros han hecho sobre Israel, tales como: Israel es una fuente de desorden para los países vecinos; la causa de las dictaduras de Medio Oriente; la mayor amenaza a la paz mundial; los nazis de nuestro tiempo; inspiró la guerra contra Irak; controla la política de EE.UU.; fomenta el odio hacia los estadounidenses y occidente; perpetra el genocidio contra los palestinos; quiere destruir la Mezquita de Al Aqsa; asesina niños palestinos; envenena pozos y a la gente, y así sucesivamente …la política de no discriminación sexual de Israel fue llamada «pinkwashing», con el argumento de que la actitud de respeto hacia los gays, a diferencia de la persecución de los mismos en los países musulmanes, es puramente para fines de propaganda.

También se ha trabajado mucho para desmontar el derecho de nacimiento de los judíos de ser israelíes, afirmando que su relación con la tierra no existe, distante o inconstante. «Ilegal» es otra noción con la que la israelofobia está repleta, frecuentemente refiriéndose a la ocupación de territorios, pero también a la existencia misma de un país que nunca fue aceptado por sus vecinos, desde el primer día, cuando cinco ejércitos árabes lo atacaron con la esperanza de extirparlo antes de que siquiera pudiera comenzar.

De todas las democracias de Asia y África, según Goldhagen, Israel es la más sólida y la más antigua y, como la 57a nación miembro de las Naciones Unidas – antes que España, Italia, Alemania — no ha pasado un momento sin que su existencia estuviera amenazada por el terrorismo y el odio religioso y tribal del mundo musulmán, acompañado frecuentemente por Europa.

Defendiéndose, Israel ha perdido 30.000 hombres, proporcionalmente equivalentes a 1,18 millones de estadounidenses. Ha perdido 4.000 personas por el terrorismo, el equivalente de 157.000 estadounidenses. Cuando, después de otra guerra defensiva, Israel terminó haciendo retroceder a Jordania y capturó la Margen Occidental, que Jordania había ocupado, inmediatamente ofreció devolver la tierra – sólo para que la oferta fuera rechazada por la Liga Árabe en la forma de los tres «Nos» de Khartum: «No paz, no reconocimiento, no negociación».

Cuando Israel firmó la paz con Egipto, no tuvo ningún problema en devolver la península del Sinaí, hasta el último centímetro de tierra. Pero la responsabilidad por las dificultades para mantener la paz con Egipto siempre se atribuyeron a Israel solamente, que nunca ha dicho o hecho algo que se asemejara vagamente a la agresión de sus vecinos. No obstante, es acusado de los peores crímenes posibles y de abyección moral – acusaciones que países como Sudáfrica, por ejemplo, apoyan sin siquiera molestarse en verificar si son o no son ciertas, alegando que Israel es un país donde se practica el apartheid, y prohíbe que ministros del gobierno viajen allí. No importa si sus instituciones democráticas y sus registros de derechos humanos reciben las más altas calificaciones de Freedom House. Es desconcertante que la ONU condenara recientemente a Israel por abusos en los Altos del Golán, cuando en realidad Israel acepta sirios heridos y los trata libremente en hospitales, mientras que su propio líder, Bashar Assad, los destroza.

No es sorprendente que la consecuencia de la israelofobia sea que el antisemitismo vinculado a Israel vaya en aumento. De acuerdo con un estudio realizado por la Fundación alemana Friedrich Ebert, el 63% de los polacos y el 48% de los alemanes piensan que «Israel está llevando a cabo una guerra de exterminio contra los palestinos». Mientras tanto, el 41% de los británicos y el 42% de los húngaros piensan lo mismo, así como el 38% de los italianos. En la encuesta, el 55% de los polacos y el 36 % de los alemanes respondieron: «Teniendo en cuenta la política de Israel, puedo entender por qué a la gente no le gusta Israel». Los encuestados de otros países estudiados están de acuerdo con esto en el rango del 30-40%. De acuerdo con una encuesta realizada por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA), el 48% de los judíos europeos entrevistados han escuchado o leído la acusación de que «los israelíes se comportan hacia los palestinos como los nazis lo hicieron con los judíos». En Italia, como en Bélgica y en Francia, el 60% dijo lo mismo.

La «narrativa» prevaleciente, como se la llama ahora, aunque falsa, afirma que había una «Palestina histórica», que los pérfidos «colonos» judíos ocuparon, y de la que expulsaron a la sufriente población; sin embargo, esta «narrativa» es la base del odio que conduce a los mitos tóxicos del muro del apartheid, la demolición de casas (¿Londres permitiría que se construyan casas en Hyde Park, o París en el Bois de Boulogne, o Berlín en el Tiergarten?); la persecución de los palestinos y sus hijos golpeados y asesinados; el carcelero sionista encierra a Gaza en una jaula; y en cambio la glorificación de los terroristas, la justificación generalizada de los ataques y misiles que llueven sobre Israel, el uso corrupto de los fondos públicos europeos; el rechazo a la existencia misma de un estado para el pueblo judío, a pesar de la aceptación de varias auto declaradas «repúblicas” islámicas, como Pakistán e Irán; e Israel es considerado como un remanente arqueológico del colonialismo, el imperialismo y la reencarnación de todas las fuerzas del mal, en especial del nazismo.

Daniel Schwammenthal también menciona a Jack Straw, el ex Ministro de Relaciones Exteriores británico, quien el mes pasado, en la Cámara de los Comunes, dijo que AIPAC, el lobby pro-Israel de Estados Unidos, «ha hecho que sus ilimitados fondos sean uno de los mayores obstáculos para la paz entre israelíes y palestinos» – de nuevo una declaración falsa; pero, dice Schwammenthal, la noción de que ese gran grupo de estadounidenses pueda apoyar a Israel ha de ser, para Straw, tan increíble como las consecuencias a la vez imposibles y desastrosas que se le atribuyen. Lo que realmente sí parece increíble es que gente como el compositor griego Michael Theodorakis o José Saramago, un escritor portugués que comparó el tratamiento de Israel hacia los palestinos con el tratamiento nazi de los judíos en Auschwitz, y tantos otros intelectuales y notables, sean plenamente reclutados para la batalla israelofóbica.

En otros acontecimientos increíbles, en Alemania, en el aniversario de la Kristallnacht, Badische Zeitung publicó una caricatura de Horst Haitzinger en la que un caracol con la cabeza de una paloma va a las conversaciones de paz con Irán, en un caso clásico de insultos antisemitas en el que judíos son representados como envenenadores, saboteadores y belicistas, el Primer Ministro israelí, Binyamin Netanyahu, es mostrado al teléfono diciendo, «Necesito un veneno para palomas y caracoles».

Parece haber tres razones principales por las que la israelofobia existe:

La propagación mundial de una presencia musulmana nunca antes vista, incluyendo su globalización a través de Internet, su proliferación de propaganda anti-Israel y su poder en las instituciones.

La difusión de la cultura de los «derechos humanos», en el que cualquiera que parezca ser un perdedor debe ser «bueno», y cualquiera que no parezca ser un perdedor o víctima debe, por lo tanto, ser «malo».

El actual gobierno de Estados Unidos de América.

El actual gobierno de EE.UU. ha promovido sinceramente una relación positiva entre Estados Unidos y el Islam que, además de ser políticamente cuestionable, deja espacio en el mundo para el más brutal antisemitismo. La declinación de la influencia estadounidense ha dejado un vacío que ha sido llenado por todo tipo de alternativas a la democracia – ideológicas y de otra índole, desde el Frente al-Nusra hasta la Hermandad Musulmana, así como también Rusia, China y Afganistán.

La actual administración probablemente no previó este desastroso efecto secundario, pero lo que parece claro es que al diseñar la política que prohíbe el uso de la palabra «jihad» en los documentos oficiales de Estados Unidos, nadie se detuvo a pensar en la cantidad de veces que ese término ha sido utilizado para explicar el terrorismo en contra, por ejemplo, de Israel. Ese punto, aparentemente, no es considerado relevante para las políticas internacionales del presidente. El odio hacia el estado judío, incluso en sus formas más extremas, parece que se consideró que no tenía ningún significado político y, por lo tanto, en los últimos años, no ha sido pasible de ninguna sanción ideológica o moral.

En cuanto a la relación con Irán, está claro que el Presidente Obama y el Secretario de Estado, John Kerry, están conduciendo al mundo hacia la aceptación de un programa nuclear militar de un país que, en varias ocasiones, ha expresado públicamente sus intenciones genocidas. Los negociadores de EE.UU. parecen haber deglutido fácilmente un acuerdo que destruyó cualquier influencia para futuras negociaciones; que le otorga todos los beneficios a Irán y sin beneficios efectivos para occidente; que ayuda a Irán en su búsqueda de armas nucleares en lugar de parar el enriquecimiento, de acuerdo con las seis resoluciones de la ONU; que no contiene ninguna mejora en los derechos humanos para los ciudadanos de Irán; y que no aborda las amenazas de Irán, ilegales según la Carta de la ONU, de borrar a un colega estado miembro, Israel.

Las continuas amenazas contra Israel también han provenido del mundo sunita. En Egipto, Mohamed Badie, el líder espiritual de la Hermandad Musulmana, dijo: «Vamos a seguir agitando la bandera de la jihad contra los judíos, nuestros primeros y mayores enemigos». El Sheikh Yusuf al-Qaradawi dijo: «Allah ha impuesto a los judíos un castigo permanente por su corrupción. El último fue conducido por Hitler. No hay diálogo con ellos que no sean la espada y la pistola. Rogamos a Allah que mate hasta el último de ellos». Lo nuevo es la completa falta de reacción ante estas posiciones.

 

Anteriores presidentes estadounidenses siempre han dado a entender, o dejado bien en claro, la prohibición de los aspectos más racistas y peligrosos del Islam con respecto a Israel, a los judíos y a los cristianos. No es así con el actual gobierno de EE.UU. Nadie del mismo le ha dicho nunca a Irán, con el que está a punto de firmar un acuerdo, que no puede considerar a Israel «una raíz podrida que debe ser destruida».

Nadie del mismo les ha dicho nunca a los palestinos que «no ayuda» repetir todos los días, especialmente durante las negociaciones, que Israel es un país asesino, racista y genocida – una acusación muy recientemente elevada por Sa’eb Erekat, el jefe negociador de la delegación palestina.

En una palabra, aparentando darle al Islam vía libre a cambio de nada, la actual Administración de EE.UU. ha permitido que los más graves y hostiles mensajes, tanto israelofóbicos como otros, se difundan sin cuidado. Sin Estados Unidos en guardia, todos los países no musulmanes se convierten en presa fresca para sus detractores.

En materia de derechos humanos, irónicamente, las organizaciones que supuestamente los apoyan, no han escatimado armas para atacar a Israel, uno de los países más conscientes acerca de la aplicación de los derechos humanos, a pesar de las condiciones casi imposibles de un pequeño país que se encuentra bajo ataque militar, económico o diplomático – a menudo los tres – prácticamente todos los días desde su nacimiento. El ataque de grupos de derechos humanos no puede ser el resultado de hechos observables. Si se observaran los puros hechos, Israel debería estar en, o cerca de, la parte superior de cualquier lista de naciones que encarnan los derechos humanos. Las naciones anti-occidentales, sin embargo, que forman la mayoría en las Naciones Unidas, comenzaron a asociar el sionismo con el racismo en 1975 – probablemente con el significado de «imperialismo occidental». Las acusaciones fueron luego incrementadas, y financiadas, por ONG antisemitas, culminando en las Conferencias Durban de la ONU. En ese momento, los derechos humanos se distorsionaron utilizándolos como un escudo detrás del cual incrementar los ataques contra Israel, así como para proteger a las «fuerzas de paz» de la ONU en África del escándalo «comida por sexo», donde abusaban sexualmente de los niños que eran encargados de proteger.

La enfermedad sistémica con respecto al «antiimperialismo» surgió en la historia de un sector político que, en momentos en que el comunismo resultó ser totalitarismo, optó por no quejarse acerca de esto, sino luchar a su lado contra el capitalismo, el imperialismo y cualquier otra cosa que entonces parecía una «injusticia».

Los judíos, sin embargo, con su historia de sufrimiento y de muerte, ya no se correspondían con la imagen de que ellos, más que cualquier otra agradable persona blanca en occidente, son municiones para la guerra contra el «burgués», o de clase media, de la sociedad. El punto de vista económico marxista de la lucha de clases puede ser visto como «ganar- perder» – es decir, si «gano», debe haber sido por explotar a un tercero que «perdió». El punto de vista económico capitalista, por otro lado, puede ser visto como el de «ganar- ganar»: si usted gana, todos ganan: la marea creciente levanta con ella a todos los barcos. Esta es la visión capitalista que ha catapultado a las sociedades a inimaginables éxitos. Desde el modelo marxista de ganadores contra perdedores, sin embargo – que era popular a comienzos del siglo XX hasta que se comprobó catastrófica en naciones como Rusia y Cuba, donde los únicos ganadores resultaron ser los pocos hombres a cargo – hizo surgir el uso de la cuestión de los derechos humanos, a menudo como un arma táctica y política contra cualquier persona que pareciera acomodada – especialmente contra Israel, probablemente como la encarnación de una nación de mayoría blanca que, a pesar de tantos esfuerzos en curso para extirparla, ni siquiera fue desacelerada.

La década de 1960 marcó el comienzo de la «moda radical» de agresión verbal, todavía en uso, según la cual, de repente, el mundo se llenó de «fascistas». Considerados como tales fueron Margaret Thatcher, George Bush, Silvio Berlusconi y Ronald Reagan, seguidos por escritores y cantantes – simplemente porque no eran comunistas. Así es que Israel, un amigo de Estados Unidos, pero que supuestamente causó sufrimiento a los palestinos (una pobre población árabe musulmana del tercer mundo que, aunque nunca nadie habla al respecto, está acostumbrada al liderazgo feroz y autoritario hacia su propio pueblo), se convirtió en un país «fascista» e «imperialista»: porque no estaba en el campo «correcto”, el de las “democracias populares» – todas ellas dictaduras de hecho, entonces y ahora.

La falta de una clara condena del terrorismo europeo, racionalizado de varias maneras – por ejemplo, como camaradas que habían cometido algunos errores – estuvo acompañada de la justificación del terrorismo internacional contra Israel, desde el ataque en los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, hasta la glorificación de los terroristas recientemente liberados por Israel, que recibieron el tratamiento de alfombra roja de Mahmoud Abbas, y fueron recompensados ​​por la Autoridad Palestina con cheques de $50.000 cada uno, además de un estipendio mensual. Uno de estos terroristas recientemente liberados había asesinado a un padre que estaba conduciendo con su pequeña hija a su lado; otro había asesinado con un pico a un sobreviviente del Holocausto; y otro había atacado y descuartizado a un hombre que trabajaba en Gaza en una oficina que prestaba ayuda a los palestinos.

Estos acontecimientos son una subproducto de la israelofobia, en un mundo que legisla para tener un ambiente libre de humo, pero no en contra de matrimonios de niños, asesinatos por honor o mutilación genital femenina, y que nunca ha sentido la necesidad de ocuparse del terrorismo contra Israel, o de los derechos humanos a los que los israelíes podrían tener derecho.

Hace pocos meses, la Baronesa Catherine Ashton se preocupó en público sobre el estado de un prisionero palestino que había elegido el camino de una huelga de hambre, sin embargo no se pronunció sobre las masacres en Siria, ni siquiera la de los palestinos en el campamento de refugiados de Yarmouk, donde muchos palestinos fueron masacrados por los ataques aéreos del régimen de Assad.

Los judíos, mientras tanto, saben que permaneciendo dentro del límite establecido del «Nunca Más», encuentran simpatía, comprensión y protección. Israel, por otra parte, es terra incognita, donde cualquier crítica, al parecer, es considerada «legítima».

Pero la israelofobia no tiene nada que ver con las críticas legítimas al Estado de Israel: no se basa en ninguna observación de la realidad. Es una obsesión, las expresiones más claras de la cual son la resolución de la ONU de 1975 «Sionismo es Racismo»; la furia con la que nueve propuestas fueron aprobadas recientemente en contra de Israel en la Asamblea General de la ONU, que fueron comentadas hasta por una traductora hablando accidentalmente con un micrófono abierto cuando la Asamblea general de la ONU forzaba un total de 23 resoluciones similares, en todas los cuales la legítima defensa se ​​convierte en crueldad de un país «racista» y asesino.

Es necesario que haya una estrategia que considere las consecuencias de la israelofobia. Esto abarcaría la historia de Israel, sus valores, sus acciones, su derecho a defenderse – y el abuso verbal y físico al que está constantemente sometido. También es necesario continuar combatiendo contra el antisemitismo. Cualquier otra opción permitirá que el terrorismo crezca – tanto contra judíos como contra no judíos.

 

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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La ignorancia es atrevida… y vividora..

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